No tengo padres, no conocí a mis abuelos, y mis abuelas murieron siendo yo pequeño. Nunca he conocido el amor de una mujer más allá de un contrato, no tengo amigos. No me considero lo suficientemente alfa como para tener un perro y ser su amo, ni un gato, ni soy nadie para enjaular un pajarillo. Mis manos no acarician, están llenas de cortes y postillas de las rozaduras, las uñas sucias y cada día más arrugadas.
Nací de rebote, de esos hijos tardíos de familia numerosa que son pura casualidad. No hacía falta ninguna en mi casa, fui un descuido. Veis esa mala hierba que crece raquítica y amarillenta en la rendija de la acera de un polígono industrial abandonado, que parece un milagro que esté ahí, sola, entre metros y metros cuadrados de hormigón. Que la ves y te preguntas, qué propósito tiene este ser vivo aquí. Que sabes que ha llegado hasta ahí en la cagada de un pájaro. Que nunca granará, que solo está ahí pasando fatigas en verano asándose entre el asfalto sin propósito ninguno.
Yo sí he querido a mi manera, pero como soy autista no lo he expresado. Y los besos que no se dan, las caricias que te guardas y las palabras de aprecio que no pronuncias, se enquistan en el alma. La verdad es que el ser querido debe de se algo bonito, pero tiene que ser algo que surja solo, no que lo busques tú. Como el amor y esas cosas, que si lo buscas y te empeñas en tenerlo al final es falso, como un teatrillo.
Me hubiese gustado mucho ser querido, pero ya no, ya me da igual. Bueno, ahora quizás el amor verdadero de un hijo, cuando son pequeños ven a los padres como titanes, y eso es bonito. Pero tampoco tendré ese placer. En fin, que a ver si me muero pronto.