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- 10 Jun 2006
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Hace unos pocos minutos, mi abuela acaba de llamarme. El HOMBRE ha muerto a los 104 años por un cáncer de pulmón. Ha bebido, ha follado, se ha drogado y ha muerto como un campeón cuando le ha dado la gana.
Todo lo que contaré a continuación es verídico.
A los siete años, le partió dos dientes de un puñetazo a su madre porque se negó a servirle un segundo plato de gofio, base de su dieta hasta unos años más tarde, cuando se enteró de que las gallinas se engordaban con gofio; en un ataque de rabia, desesperación y asco, fue al corral de su tía, mató a todas las gallinas a patadas y luego escribió la palabra "Puta" con las heces de los animales en la puerta de la cocina. Sólo tengo una foto de mi bisabuela, y en ella aparece sonriendo, dejando ver una ventanita negra entre la blancura de sus dientes.
Folló por primera vez a los 11 años con una puta cuarentona conocida como "La Mamá Bigote" en un viaje que hizo a Montevideo. Cuando yo tenía 9 años, me contó que perder la virginidad fue como "meterla en un tacho de mermelada, la puta que lo parió, aquella mugrienta sí que la chupaba bien porque no tenía dientes. Cuando te consigas una novia, si tiene dientes, se los bajás todos de una piñazo. Lechita asegurada."
A los 15 años, mató por vez primera a un hombre valiéndose únicamente de un par de boleadoras y un reloj de bolsillo que le regaló su padre por su cumpleaños. Al parecer, la víctima intentó denunciarlo por un delito de contrabando de bosta de vaca en la frontera con Brasil que, efectivamente, había cometido. Primero, mi abuelo lo retó a duelo, como mandaba la tradición uruguaya a principios de siglo veinte. Al recibir la negativa, lo esperó escondido entre los arbustos del jardín de su casa, y cuando el hombre llegaba de trabajar después de una dura jornada, le lanzó las boleadoras a los pies, haciendo que el desgraciado tropezara y cayera. Luego, se le tiró encima y le abrió el cráneo a golpe de reloj frente la mirada aterrorizada de sus hijos. Décadas más tarde, acabaría follándose a su mujer.
A los 20, después de fracasar en los estudios, su padre (otro con tradición despótica) le obligó a ponerse a trabajar. Después de un par de empleos sin importancia, encontró trabajo en un bar. Siempre llegaba tarde y borracho, y una vez, su jefe se lo encontró dándole por culo a un tío a cambio de cerveza sobre la barra del bar. Cuando finalmente tuvieron huevos de despedirlo cogió a la mascota del bar, un pastor alemán que había costado una fortuna, lo roció con gasolina y lo prendió fuego. El dueño del bar intentó salvar al perro, y al ver que no podía se puso a llorar. Mi abuelo le dijo "Espero que hayas aprendido la lección; acá el que manda soy yo, ¿entendiste?". La policía nunca apareció, le tenían miedo porque una vez lo pillaron meando en la puerta de la comisaría y cuando intentaron detenerle, arrancó un poste de una señal de tráfico y le partió la columna a un agente.
A los 25, después de follar incontables veces, conoció a mi abuela y se casaron. Tuvieron cuatro hijos, entre los que se encuentra mi padre. Cuando este último cumplió los trece años, se lo llevó a un burdel para que "debutara". Le obligó a elegir la puta más fea y desdentada del lupanar porque según él, eran las que "cogían" mejor. Horas después de que mi padre perdiera la virginidad de forma traumática, se lo llevó a un bar y lo obligó a fumar y a beber whisky para que empezara a ser un hombre: "los hombres tienen que fumar y beber porque nunca sabés cuando vas a tener que matar a alguien a golpes, y cuando llegue ese momento, te conviene que el otro se haga caca en los pantalones al verte hecho mierda, borracho y con cáncer y no le de tiempo ni a tocarte. Cuanto menos apariencia das de felicidad, más miedo das".
Años más tarde, obligó a mi padre a meterse en la empresa en la que trabajó toda su vida y fundó él mismo. Allí, mi padre se enteró de que le ponía los cuernos a su mujer con todas las secretarias. Todas eran feas. Cuando mi padre fue a pedirle explicaciones, mi abuelo contestó "tu mamá no me la chupa desde hace una década, andá a pedirle explicaciones a ella".
Una vez, cuando yo estaba en el colegio, tuve un maestro que me suspendió un examen. Llegué desilusionado a casa, era la primera vez que me pasaba. Al día siguiente, esperó a que saliera del centro, le dio un par de guantazos y le obligó a pedirme perdón y a volver a corregir el examen. Esa vez lo denunciaron; se necesitaron cinco policías para meterlo en el coche patrulla y dos más para llevarlo a la celda. Cuando pagamos la fianza, volvió a mearse en la puerta de la comisaría para recordar viejos tiempos.
Las historias que puedo contar de este hombre son muchas, y no tendría tiempo suficiente de hacerlo con todas. Hoy se ha muerto. Si Dios existe, estará con los cojones por corbata cuando llegue el momento de decirle que tendrá que ir al infierno.
Contad vosotros historias guays de abuelos.
Todo lo que contaré a continuación es verídico.
A los siete años, le partió dos dientes de un puñetazo a su madre porque se negó a servirle un segundo plato de gofio, base de su dieta hasta unos años más tarde, cuando se enteró de que las gallinas se engordaban con gofio; en un ataque de rabia, desesperación y asco, fue al corral de su tía, mató a todas las gallinas a patadas y luego escribió la palabra "Puta" con las heces de los animales en la puerta de la cocina. Sólo tengo una foto de mi bisabuela, y en ella aparece sonriendo, dejando ver una ventanita negra entre la blancura de sus dientes.
Folló por primera vez a los 11 años con una puta cuarentona conocida como "La Mamá Bigote" en un viaje que hizo a Montevideo. Cuando yo tenía 9 años, me contó que perder la virginidad fue como "meterla en un tacho de mermelada, la puta que lo parió, aquella mugrienta sí que la chupaba bien porque no tenía dientes. Cuando te consigas una novia, si tiene dientes, se los bajás todos de una piñazo. Lechita asegurada."
A los 15 años, mató por vez primera a un hombre valiéndose únicamente de un par de boleadoras y un reloj de bolsillo que le regaló su padre por su cumpleaños. Al parecer, la víctima intentó denunciarlo por un delito de contrabando de bosta de vaca en la frontera con Brasil que, efectivamente, había cometido. Primero, mi abuelo lo retó a duelo, como mandaba la tradición uruguaya a principios de siglo veinte. Al recibir la negativa, lo esperó escondido entre los arbustos del jardín de su casa, y cuando el hombre llegaba de trabajar después de una dura jornada, le lanzó las boleadoras a los pies, haciendo que el desgraciado tropezara y cayera. Luego, se le tiró encima y le abrió el cráneo a golpe de reloj frente la mirada aterrorizada de sus hijos. Décadas más tarde, acabaría follándose a su mujer.
A los 20, después de fracasar en los estudios, su padre (otro con tradición despótica) le obligó a ponerse a trabajar. Después de un par de empleos sin importancia, encontró trabajo en un bar. Siempre llegaba tarde y borracho, y una vez, su jefe se lo encontró dándole por culo a un tío a cambio de cerveza sobre la barra del bar. Cuando finalmente tuvieron huevos de despedirlo cogió a la mascota del bar, un pastor alemán que había costado una fortuna, lo roció con gasolina y lo prendió fuego. El dueño del bar intentó salvar al perro, y al ver que no podía se puso a llorar. Mi abuelo le dijo "Espero que hayas aprendido la lección; acá el que manda soy yo, ¿entendiste?". La policía nunca apareció, le tenían miedo porque una vez lo pillaron meando en la puerta de la comisaría y cuando intentaron detenerle, arrancó un poste de una señal de tráfico y le partió la columna a un agente.
A los 25, después de follar incontables veces, conoció a mi abuela y se casaron. Tuvieron cuatro hijos, entre los que se encuentra mi padre. Cuando este último cumplió los trece años, se lo llevó a un burdel para que "debutara". Le obligó a elegir la puta más fea y desdentada del lupanar porque según él, eran las que "cogían" mejor. Horas después de que mi padre perdiera la virginidad de forma traumática, se lo llevó a un bar y lo obligó a fumar y a beber whisky para que empezara a ser un hombre: "los hombres tienen que fumar y beber porque nunca sabés cuando vas a tener que matar a alguien a golpes, y cuando llegue ese momento, te conviene que el otro se haga caca en los pantalones al verte hecho mierda, borracho y con cáncer y no le de tiempo ni a tocarte. Cuanto menos apariencia das de felicidad, más miedo das".
Años más tarde, obligó a mi padre a meterse en la empresa en la que trabajó toda su vida y fundó él mismo. Allí, mi padre se enteró de que le ponía los cuernos a su mujer con todas las secretarias. Todas eran feas. Cuando mi padre fue a pedirle explicaciones, mi abuelo contestó "tu mamá no me la chupa desde hace una década, andá a pedirle explicaciones a ella".
Una vez, cuando yo estaba en el colegio, tuve un maestro que me suspendió un examen. Llegué desilusionado a casa, era la primera vez que me pasaba. Al día siguiente, esperó a que saliera del centro, le dio un par de guantazos y le obligó a pedirme perdón y a volver a corregir el examen. Esa vez lo denunciaron; se necesitaron cinco policías para meterlo en el coche patrulla y dos más para llevarlo a la celda. Cuando pagamos la fianza, volvió a mearse en la puerta de la comisaría para recordar viejos tiempos.
Las historias que puedo contar de este hombre son muchas, y no tendría tiempo suficiente de hacerlo con todas. Hoy se ha muerto. Si Dios existe, estará con los cojones por corbata cuando llegue el momento de decirle que tendrá que ir al infierno.
Contad vosotros historias guays de abuelos.