Sir Ano de Bergerac
La becaria de Aramís Fuster.
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Y decir esto es lo mismo que reconocer sociopatía, ya que en este país aproximadamente el 90% de la población conjuga el imperativo como infinitivo.
Como todos los años, en época estival trabajo como monitor de campamentos para encauzar adecuadamente mis impulsos pedobear. Aunque me he acostumbrado a que los infraseres de mis compañeros repitan frases tipo "¡Comer el bocadillo fuera del agua!", "¡Sacar ese balón de ahí!", "¡Morder con suavidad, chicos!" aún las siento como golpes que me dan personalmente. Esto produce en mí una situación de cinismo max level en donde mientras imagino torturas del ISIS para sus familias, les suelto una sonrisa bobalicona que fomente el buen rollo corporativo cada vez que me cruzo con alguno de ellos.
Hasta aquí todo funciona como siempre, pero este año la situación es diferente. Le he debido caer en gracia a mi jefe (él también conjuga el imperativo como infinitivo) y estoy alternando mi trabajo de monitor con niños con el de chófer personal. Una vez a la semana le llevo a diferentes puntos de España a cerrar tratos con otras empresas, buscar localizaciones para nuevas actividades y otro tipo de reuniones empresariales. Mi cometido aparte del de ser su conductor, es el de poner cara de póker mientras se dan las negociaciones, añadiendo una presencia de disgusto con lo presente y seriedad que le ablande el terreno a la hora de negociar precios; a veces con el loleante resultado de que se dirigen a mí en vez de él para intentar convencerme de lo conveniente de sus ofertas.
El caso es que todo esto me esta pareciendo divertidísimo y estoy aprendiendo muchas cosas nuevas. Una lección brilla con fuerza por encima del resto, y es que el mundo empresarial es un terreno en el que habitan paletos venidos a más, mentirosos compulsivos y toda clase de analfabetos funcionales donde por supuesto aún no he visto a ninguno que sea capaz de conjugar correctamente el imperativo. Tiempo atrás, iluso yo, pensaba que aquellos que habían sido capaces de montar una empresa y que esta diera beneficios, eran una suerte de españoles con una capacidad y desarrollo intelectual superior al de sus congéneres. Cuán equivocado estaba. Uno sólo ha de examinar con detenimiento el tono y la jerga empresariales para caer en la cuenta de que estamos ante el mismo barro pegajoso y pesado que da forma al resto de individuos que asumen ser españoles: "Traerme ese correo de la oficina", "chequea este contacto, que te va a hacer una oferta muuuy muy justita de precio", "voy a llamar a mi colega en La Alpujarra, que es un cachondo, te va a encantar, se viene arriba a la mínima".
En definitiva, mucho odio, pero también mucha diversión.
Y hasta aquí mi método, creo yo, bastante eficiente para separar el grano de la paja ¿Cuál es el vuestro, queridos conforeros?
Como todos los años, en época estival trabajo como monitor de campamentos para encauzar adecuadamente mis impulsos pedobear. Aunque me he acostumbrado a que los infraseres de mis compañeros repitan frases tipo "¡Comer el bocadillo fuera del agua!", "¡Sacar ese balón de ahí!", "¡Morder con suavidad, chicos!" aún las siento como golpes que me dan personalmente. Esto produce en mí una situación de cinismo max level en donde mientras imagino torturas del ISIS para sus familias, les suelto una sonrisa bobalicona que fomente el buen rollo corporativo cada vez que me cruzo con alguno de ellos.
![f85fd4420999181.jpg](https://thumbnails114.imagebam.com/42100/f85fd4420999181.jpg)
Hasta aquí todo funciona como siempre, pero este año la situación es diferente. Le he debido caer en gracia a mi jefe (él también conjuga el imperativo como infinitivo) y estoy alternando mi trabajo de monitor con niños con el de chófer personal. Una vez a la semana le llevo a diferentes puntos de España a cerrar tratos con otras empresas, buscar localizaciones para nuevas actividades y otro tipo de reuniones empresariales. Mi cometido aparte del de ser su conductor, es el de poner cara de póker mientras se dan las negociaciones, añadiendo una presencia de disgusto con lo presente y seriedad que le ablande el terreno a la hora de negociar precios; a veces con el loleante resultado de que se dirigen a mí en vez de él para intentar convencerme de lo conveniente de sus ofertas.
El caso es que todo esto me esta pareciendo divertidísimo y estoy aprendiendo muchas cosas nuevas. Una lección brilla con fuerza por encima del resto, y es que el mundo empresarial es un terreno en el que habitan paletos venidos a más, mentirosos compulsivos y toda clase de analfabetos funcionales donde por supuesto aún no he visto a ninguno que sea capaz de conjugar correctamente el imperativo. Tiempo atrás, iluso yo, pensaba que aquellos que habían sido capaces de montar una empresa y que esta diera beneficios, eran una suerte de españoles con una capacidad y desarrollo intelectual superior al de sus congéneres. Cuán equivocado estaba. Uno sólo ha de examinar con detenimiento el tono y la jerga empresariales para caer en la cuenta de que estamos ante el mismo barro pegajoso y pesado que da forma al resto de individuos que asumen ser españoles: "Traerme ese correo de la oficina", "chequea este contacto, que te va a hacer una oferta muuuy muy justita de precio", "voy a llamar a mi colega en La Alpujarra, que es un cachondo, te va a encantar, se viene arriba a la mínima".
En definitiva, mucho odio, pero también mucha diversión.
Y hasta aquí mi método, creo yo, bastante eficiente para separar el grano de la paja ¿Cuál es el vuestro, queridos conforeros?