Hace ya muchos años, en un pueblo costero del norte, maté a un triatleta con una cagada y me remuerde la conciencia...
Era joven y estaba de acampada con mi cuadrilla. No había servicios libres ni setos que dieran intimidad, me urgía y aprovechando el calor del verano me sumergí en el caudaloso río que teníamos enfrente.
Tras avanzar unos metros, allí mismo me alivié (de forma muy ergonómica, todo hay que decirlo. Cagar flotando es la saluc para la anatomía)
Entre risas e ignorancia de juventuc observé como el zurullo humeante avanzaba a buen ritmo hacia el centro de la ría cual torpedo nancy en el Atlántico.
Y entonces ví horrorizado cómo un nadador con pinta de profesional se acercaba a su encuentro braceando como un titán, abriendo la boca cual dragón mitológico cada cuatro brazadas, con ritmo sincopado a su respiración de atleta súper humano.
En unos pocos segundos, ambas trayectorias se cruzaron. Justo cuando el superhombre sacaba la cabeza y abría la boca para tomar aire, como succionado por un vórtice gravitatorio, el zurullo se precipitó contra aquella cabeza rematada por un gorro Speedo® y gafas de nadador.
Supongo que le entró directo hasta la campanilla. Primero oí una arcada gigantesca, para acto seguido convertirse en una algarabía de sonidos angustiosos que surgían de un surtidor de agua y remolino de extremidades agitadas como cuando una orca despedaza a un león marino.
Aún horrorizado, salí a la orilla disimulando como pude. El remolino se calmó, el agua dejó de agitarse y el triatleta desapareció, atragantado con una zurrapa del tamaño de un ladrillo.
No sé si consiguió salir.
No volví la vista atrás ni a pisar aquel pueblo.
Tampoco he vuelto a cagar en un río....