Cheshire´s Katua
Prima Donna del Cocoguá
- Registro
- 4 Mar 2007
- Mensajes
- 5.485
- Reacciones
- 3
Yo me cago en los deprimidos de los cojones, así os lo digo
Y Jesucristo dijo, “Bienaventurados aquellos que se deprimen, porque ellos encontrarán a una gilipollas que les aguante".
Esto viene, tal cual, en uno de los testamentos apócrifos. Pues bien; esa gilipollas soy yo. Esto no puedes decírselo abiertamente a cualquier ignorante, claro, porque te ven como un engendro insensible (y puede que lo sea), pero aquí me importa bastante poco lo que penséis de mí.
Desde hace unos tres años, tengo una facilidad pasmosa para rodearme de gente gris, de corazón solitario y DEPRIMIDA. Esto último que no falte. Cuando digo gente, me refiero al sexo contrario, porque en todo este tiempo no he conocido a ninguna chica que padezca la pandemia del siglo XXI, y eso que nosotras somos las hiperhormonadas y retorcidas. Já.
Todo empezó cuando conocí a Pedro, un compañero de trabajo. Una noche, tras unas copas y una agradable charla sobre música (sí, no sé hablar de otra cosa cuando salgo), nos besamos. En aquel momento yo era jodidamente feliz, sí señor, porque aquel chico me gustaba mucho. Nos separamos, nos miramos y veo unas lágrimas en sus ojos verdes. “Es por el humo”, pensé. Pues no. Salimos del bar, y sentados en un banco me explicó que había acabado una relación de seis meses (GUAU) hace poco, y que le había dejado fatal. En vez de seguir la máxima “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, optó por deprimirse, así, de sopetón. Me dijo que podíamos intentarlo, pero que tendría que ser paciente. Y lo fui. Estuve tres meses intentando ayudarle. No había sexo, volvíamos a casa los sábados por la noche y nos abrazábamos en la cama hasta que él se quedaba dormido, porque la angustia no le dejaba ni follar. Yo besaba sus lágrimas y no dormía, pensando en tiempos mejores. Tras esos tres meses, sin progresos por su parte y sin gana alguna de ir a un psicólogo, empezó a esquivarme. El deprimido de los cojones había encontrado otra que le secara las lágrimas, de eso me enteré cuando les vi de la mano por la calle. No pasa nada.
Después de aquello conocí a un par de grises más, con los que no tuve ninguna relación especialmente trascendente, porque es muy difícil que alguien en ese estado te llegue a gustar. Ya sé que aquí puedo parecer una amargada, pero en la vida real soy todo lo contrario. Me gusta la alegría. A mí me metes en una habitación con el risitas, Isabel Teruel y el moreno de Cruz y Raya, y estoy en mi salsa, joder.
Bueno, tras estos devaneos con varios grises, conocí a Víctor, un tío más bien de apariencia seria, pero con un sentido del humor fino que me hacía squirtear a chorrazo (no literalmente). No era una relación fácil, por la distancia y porque teníamos objetivos vitales completamente opuestos. No todo es folleteo y compatibilidad de caracteres, hamijos, hay cosas que complican mucho una relación, y ese era nuestro caso. No obstante, pensé, que dure lo que pueda, oye, y mientras a disfrutar. Poco duró la alegría, y eso que llegué a enamorarme de él como de nadie en mi vida. Al poco tiempo de conocernos, me contó que también estaba deprimido. Y mucho. Más de lo mismo, o peor que con Pedro porque con él me impliqué mucho más. Lo intenté. Os juro que lo intenté. Conmigo se sentía bien, nos reíamos, pero cuando se paraba a pensar en lo ajeno a nosotros, en su vida sin mí, lloraba como un niño. También tiene los ojos verdes. Intenté convencerle para que buscara ayuda, y aunque sabía que lo nuestro no podía ser, no quería dejarle peor de lo que estaba. Al final, tuve que hacerlo, o me dejó él a mí más bien. Qué paradoja, que alguien te destroce el corazón para no tener que hacerte más daño. Así fue.
Hace poco conocí a David, también de ojos verdes (ya es sospechoso). Todavía no he olvidado a Víctor, claro, seguramente nunca lo haré, pero la vida sigue y me prometí a mí misma el intentar empezar una nueva relación como las empezaba hace diez años, con ilusión. David me parecía también un poco gris, pero como ya no sé si es que yo soy demasiado payasa y no he madurado, pensé que era su carácter, más bien serio, y no le di gran importancia. No me lo paso bien con él, no nos reímos juntos, es un chico muy inteligente, culto, guapo, interesante, pero un café con él parece más una entrevista de Quintero que una cita de dos personas que acaban de conocerse. Un puto aburrimiento. Venga, me decía a mí misma, no pongas tantos peros que tal vez si le conoces un poco mejor, con la confianza, empieza la diversión. Pues no. Hace poco tuve una conversación seria con él en la que empezamos a hablar de nosotros mismos y salió la puta depresión a relucir. Este, como los otros, tampoco quiere buscar ayuda porque se ve capaz de luchar contra sus propios fantasmas.
Pues ¿sabéis qué os digo? Que va a luchar él solo. Que yo no soy una ONG, oye, que estoy harta de rodearme de gente triste, que al final me están volviendo gris a mí también. Y yo no quiero ser gris, quiero cambiar de color, quiero pensar que tengo lo que he buscado, simplemente, y que lo mejor de la vida es remolonear en la cama un domingo por la mañana. Acompañada o no, eso da igual. No quiero acabar contagiándome. Soy un ser de lulz, y ya me canso de besar lágrimas ajenas. Me gustaría que algún día alguien besara las mías, coño. O, no, simplemente, ya no quiero un hombre inteligente, ni guapo, ni cariñoso ni nada. Quiero un hombre alegre, como esos que salen en los anuncios de Caja Madrid
¿Es mucho pedir? ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué hay tanta gente tocando fondo si no hay un lastre que les haga hundirse? En realidad, ¿para qué he abierto este hilo? Bah.
Editado para recomponer el tema original: la dificultad de establecer relaciones en una sociedad dominada por la depresión. ILG
Y Jesucristo dijo, “Bienaventurados aquellos que se deprimen, porque ellos encontrarán a una gilipollas que les aguante".
Esto viene, tal cual, en uno de los testamentos apócrifos. Pues bien; esa gilipollas soy yo. Esto no puedes decírselo abiertamente a cualquier ignorante, claro, porque te ven como un engendro insensible (y puede que lo sea), pero aquí me importa bastante poco lo que penséis de mí.
Desde hace unos tres años, tengo una facilidad pasmosa para rodearme de gente gris, de corazón solitario y DEPRIMIDA. Esto último que no falte. Cuando digo gente, me refiero al sexo contrario, porque en todo este tiempo no he conocido a ninguna chica que padezca la pandemia del siglo XXI, y eso que nosotras somos las hiperhormonadas y retorcidas. Já.
Todo empezó cuando conocí a Pedro, un compañero de trabajo. Una noche, tras unas copas y una agradable charla sobre música (sí, no sé hablar de otra cosa cuando salgo), nos besamos. En aquel momento yo era jodidamente feliz, sí señor, porque aquel chico me gustaba mucho. Nos separamos, nos miramos y veo unas lágrimas en sus ojos verdes. “Es por el humo”, pensé. Pues no. Salimos del bar, y sentados en un banco me explicó que había acabado una relación de seis meses (GUAU) hace poco, y que le había dejado fatal. En vez de seguir la máxima “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, optó por deprimirse, así, de sopetón. Me dijo que podíamos intentarlo, pero que tendría que ser paciente. Y lo fui. Estuve tres meses intentando ayudarle. No había sexo, volvíamos a casa los sábados por la noche y nos abrazábamos en la cama hasta que él se quedaba dormido, porque la angustia no le dejaba ni follar. Yo besaba sus lágrimas y no dormía, pensando en tiempos mejores. Tras esos tres meses, sin progresos por su parte y sin gana alguna de ir a un psicólogo, empezó a esquivarme. El deprimido de los cojones había encontrado otra que le secara las lágrimas, de eso me enteré cuando les vi de la mano por la calle. No pasa nada.
Después de aquello conocí a un par de grises más, con los que no tuve ninguna relación especialmente trascendente, porque es muy difícil que alguien en ese estado te llegue a gustar. Ya sé que aquí puedo parecer una amargada, pero en la vida real soy todo lo contrario. Me gusta la alegría. A mí me metes en una habitación con el risitas, Isabel Teruel y el moreno de Cruz y Raya, y estoy en mi salsa, joder.
Bueno, tras estos devaneos con varios grises, conocí a Víctor, un tío más bien de apariencia seria, pero con un sentido del humor fino que me hacía squirtear a chorrazo (no literalmente). No era una relación fácil, por la distancia y porque teníamos objetivos vitales completamente opuestos. No todo es folleteo y compatibilidad de caracteres, hamijos, hay cosas que complican mucho una relación, y ese era nuestro caso. No obstante, pensé, que dure lo que pueda, oye, y mientras a disfrutar. Poco duró la alegría, y eso que llegué a enamorarme de él como de nadie en mi vida. Al poco tiempo de conocernos, me contó que también estaba deprimido. Y mucho. Más de lo mismo, o peor que con Pedro porque con él me impliqué mucho más. Lo intenté. Os juro que lo intenté. Conmigo se sentía bien, nos reíamos, pero cuando se paraba a pensar en lo ajeno a nosotros, en su vida sin mí, lloraba como un niño. También tiene los ojos verdes. Intenté convencerle para que buscara ayuda, y aunque sabía que lo nuestro no podía ser, no quería dejarle peor de lo que estaba. Al final, tuve que hacerlo, o me dejó él a mí más bien. Qué paradoja, que alguien te destroce el corazón para no tener que hacerte más daño. Así fue.
Hace poco conocí a David, también de ojos verdes (ya es sospechoso). Todavía no he olvidado a Víctor, claro, seguramente nunca lo haré, pero la vida sigue y me prometí a mí misma el intentar empezar una nueva relación como las empezaba hace diez años, con ilusión. David me parecía también un poco gris, pero como ya no sé si es que yo soy demasiado payasa y no he madurado, pensé que era su carácter, más bien serio, y no le di gran importancia. No me lo paso bien con él, no nos reímos juntos, es un chico muy inteligente, culto, guapo, interesante, pero un café con él parece más una entrevista de Quintero que una cita de dos personas que acaban de conocerse. Un puto aburrimiento. Venga, me decía a mí misma, no pongas tantos peros que tal vez si le conoces un poco mejor, con la confianza, empieza la diversión. Pues no. Hace poco tuve una conversación seria con él en la que empezamos a hablar de nosotros mismos y salió la puta depresión a relucir. Este, como los otros, tampoco quiere buscar ayuda porque se ve capaz de luchar contra sus propios fantasmas.
Pues ¿sabéis qué os digo? Que va a luchar él solo. Que yo no soy una ONG, oye, que estoy harta de rodearme de gente triste, que al final me están volviendo gris a mí también. Y yo no quiero ser gris, quiero cambiar de color, quiero pensar que tengo lo que he buscado, simplemente, y que lo mejor de la vida es remolonear en la cama un domingo por la mañana. Acompañada o no, eso da igual. No quiero acabar contagiándome. Soy un ser de lulz, y ya me canso de besar lágrimas ajenas. Me gustaría que algún día alguien besara las mías, coño. O, no, simplemente, ya no quiero un hombre inteligente, ni guapo, ni cariñoso ni nada. Quiero un hombre alegre, como esos que salen en los anuncios de Caja Madrid
¿Es mucho pedir? ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué hay tanta gente tocando fondo si no hay un lastre que les haga hundirse? En realidad, ¿para qué he abierto este hilo? Bah.
Editado para recomponer el tema original: la dificultad de establecer relaciones en una sociedad dominada por la depresión. ILG