Veo por aquí muchos adalides de la integridad moral, guardianes de los valores judeo-cristianos que configuran nuestra tradición. Valores que como todos deberíamos saber, y de alguna manera alguien ha apuntado, funcionaron como herramienta de control en una sociedad con unas relaciones económicas y sociales determinadas por parte de unos pocos sobre una gran mayoría. “Valores” impulsados históricamente desde la doble moral más vergonzante.
Estos “guardianes” de la moral que por aquí pululan, se la han saltado en numerosas ocasiones mintiéndose a sí mismos, agarrándose a justificaciones de lo más variopinto como todo el mundo. Así somos los humanos, supervivientes en el ecosistema de nuestras propias reglas morales. El éxito viene determinado por la naturalidad con la que se asume esa doble moral, de eludir el conflicto interior incluso hasta el punto de no percibirlo. Ser objetivo, analítico, enfrentarse a las propias contradicciones de cara, tomar decisiones siendo consciente del peaje que siempre se ha de pagar es difícil, y el precio es alto. Es más fácil mentir y mentirse, y maduramos así desde nuestra infancia, aprendiendo a mentir.
No interesa profundizar en el conflicto interior, aquel que nos devuelve la imagen de cómo realmente somos, el que nos muestra vulnerables porque desnuda los sentimientos contradictorios que nos conforman. En el fondo, se ataca la incapacidad de navegar por las turbulentas aguas de la doble moral. El tiempo le dará la solución, la única a la que empuja esta sociedad en la que vivimos, tan criticada a veces por los defensores de los valores que la cimientan.
Estos “guardianes” de la moral que por aquí pululan, se la han saltado en numerosas ocasiones mintiéndose a sí mismos, agarrándose a justificaciones de lo más variopinto como todo el mundo. Así somos los humanos, supervivientes en el ecosistema de nuestras propias reglas morales. El éxito viene determinado por la naturalidad con la que se asume esa doble moral, de eludir el conflicto interior incluso hasta el punto de no percibirlo. Ser objetivo, analítico, enfrentarse a las propias contradicciones de cara, tomar decisiones siendo consciente del peaje que siempre se ha de pagar es difícil, y el precio es alto. Es más fácil mentir y mentirse, y maduramos así desde nuestra infancia, aprendiendo a mentir.
No interesa profundizar en el conflicto interior, aquel que nos devuelve la imagen de cómo realmente somos, el que nos muestra vulnerables porque desnuda los sentimientos contradictorios que nos conforman. En el fondo, se ataca la incapacidad de navegar por las turbulentas aguas de la doble moral. El tiempo le dará la solución, la única a la que empuja esta sociedad en la que vivimos, tan criticada a veces por los defensores de los valores que la cimientan.