Los azúcares mono y disacáridos — azúcares naturales, como el de la miel y el de las frutas (fructosa) así como el refinado (sacarosa) — tienden a detener la secreción de jugos gástricos y tienen el efecto de reducir la capacidad natural de la función estomacal. Los azúcares no se digieren en la boca, como los cereales, o en el estómago, como la carne animal. Cuando se toman solos, pasan rápidamente a través del estómago al intestino delgado. Cuando se toman los azúcares con otros alimentos, quizá carne y pan en un bocadillo, quedan retenidos en el estómago durante algún tiempo.
El azúcar del pan y de la Coca-Cola se asienta allí con la hamburguesa esperando ser digerido. Mientras el estómago está trabajando en la digestión de la proteína animal y de los almidones refinados en el pan, el azúcar añadida prácticamente garantiza una rápida fermentación ácida bajo las condiciones de calor y humedad existentes en el estómago.
Un terrón de azúcar en su café después de un bocadillo es suficiente para convertir su estómago en un fermento. Un refresco con una hamburguesa es suficiente para convertir su estómago en una retorta de destilación. El azúcar refinada con cereales (ya los compre preparados con azúcar en un paquete, o los endulce usted mismo) casi garantiza una fermentación ácida. Desde el inicio de los tiempos se observaban las leyes naturales, en ambos sentidos del término, cuando se trataba de comer alimentos en combinación. Se ha observado que los pájaros comen insectos en un período del día y semillas en otro. Otros animales tienden a comer un solo tipo de alimento por vez. Los animales carnívoros toman sus proteínas crudas y directamente.
En Oriente, es tradicional comer de yang a yin. La sopa de miso (proteína de soja fermentada: yang) se toma en el desayuno; el pescado crudo (más proteínas yang) al principio de la comida; luego viene el arroz (que es menos yang que la sopa de miso y el pescado); y luego las verduras que son yin. Si uno come con una familia tradicional japonesa y viola este orden, los orientales (si son amigos suyos) le corregirán cortésmente pero con firmeza. La ley que observan los judíos ortodoxos prohíbe muchas combinaciones en la misma comida, especialmente carne y productos lácteos. Los utensilios especiales que se utilizan para los productos lácteos y otros diferentes para las comidas a base de carne refuerzan ese tabú en la fuente de la comida, en la cocina.
El Hombre aprendió muy tempranamente lo que las combinaciones incorrectas de alimentos podían causar en el sistema humano. Cuando sintió dolor de estómago por combinar fruta fresca con cereales, o miel con puches de cereal, no se dirigía a una pastilla antiácida. Aprendió a no comer de esa forma.
Cuando se extendió la glotonería y los excesos, se invocaron en su contra códigos y mandamientos religiosos. La glotonería es un pecado capital en la mayoría de las religiones; pero no hay advertencias religiosas o mandamientos específicos contra el azúcar refinada, porque el abuso del azúcar — como el abuso de drogas — no apareció en la escena mundial hasta después de muchos siglos de haberse redactado los libros sagrados.
“¿Por qué debemos aceptar como normal lo que encontramos en una raza de seres humanos débiles y enfermos? — pregunta el doctor Herbert M. Schelton — ¿Debemos dar siempre por sentado que las actuales prácticas alimentarias del Hombre civilizado son normales?
"Heces malolientes y flojas, heces duras y pedragosas, gases fétidos, colitis, hemorroides, evacuaciones con sangre, la necesidad de papel higiénico . . . se han agrupado en la órbita de lo normal”. (*)
Cuando los almidones y azúcares complejos (como los de la miel y frutas) se digieren, se descomponen en azúcares simples llamadas monosacáridos, que son substancias utilizables – nutrientes -. Cuando se toman juntos los almidones y los azúcares y se fermentan, se descomponen en dióxido de carbono, ácido acético, alcohol y agua. Con excepción del agua,todas esas substancias son inutilizables (venenos). Cuando se digieren las proteínas, se descomponen en aminoácidos, que son substancias utilizables (nutrientes).
Cuando se toman proteínas con azúcar, ocurre su putrefacción, se descomponen en una variedad de tomaínas y leucomaínas, que son substancias inutilizables (venenos). La digestión enzimática de los alimentos los prepara para ser utilizados por nuestro cuerpo. La descomposición bacterial los inutiliza para nuestro cuerpo. El primer proceso nos proporciona nutrientes, el segundo nos da venenos.
Mucho de lo que pasa por nutrición moderna es sólo una manía por la contabilización cuantitativa. Se trata al cuerpo como a una cuenta bancaria. Calorías de depósito (como dólares) y energía que se retira. Depositando proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas y minerales — equilibrados cuantitativamente — el resultado teórico es un cuerpo sano. Hoy la gente se califica como sana si puede arrastrarse fuera de la cama, llegar a la oficina y firmar. Si no lo pueden hacer, llaman al médico solicitando un certificado para el seguro de enfermedad, se les recete hospitalización, una cura de descanso, cualquier cosa desde un día pago sin trabajar hasta un riñón artificial, cortesía de los contribuyentes.
Pero, ¿cómo pueden aprovecharse esas calorías y nutrientes consumidos cada día y teóricamente necesarios, si no se ingieren en orden y concierto y en vez se comen sobre la marcha y con apuro? Es natural que se fermenten y pudran en el tubo digestivo. ¿Para qué sirven al cuerpo esas proteínas si se pudren y estancan en el canal gastro-intestinal? Los carbohidratos que fermentan en el conducto digestivo se convierten en alcohol y ácido acético, en monosacáridos no digeribles.
“Para obtener sustento de los alimentos que se comen, deben digerirse — advirtió hace varios años Shelton —. No deben pudrirse”.
Por supuesto, el cuerpo puede deshacerse de los venenos por medio de los órganos excretorios: la cantidad de venenos en la orina se toma como índice para determinar lo que sucede en los intestinos. El cuerpo establece una tolerancia a estos venenos, como también se ajusta gradualmente a la ingestión de heroína. Pero, dice Shelton, “el malestar por acumulación de gases, el mal aliento y los olores fétidos y desagradables son tan indeseables como los venenos”. (*)