davizorro
Aborto de Forero
- Registro
- 4 Abr 2004
- Mensajes
- 17
- Reacciones
- 1
Ayer cumplí con el ritual de todos los años. Nos reunimos cuatro amigos, después de deglutir la cena familiar y atragantarse con las uvas, en el cutre-cotillón de todos los años. Este año, supongo que por la tan manida crisis, algunos garitos han suspendido el que trataban de organizar, con lo que los de este año más masificados que nunca. El mosqueo empieza cuando dejas el abrigo en el guardaropa, La tipa se había quedado sin perchas libres. Así es que, los que somos un poco altos, veíamos los percheros muy colocaditos en primera instancia, pero en la lontananza sobresalían, cual pirámide maya, un montón como esos que se formarán dentro de unos días en las rebajas de Zarria o Zara, como se diga.
Mis amigos ya notaban que me había cambiado el semblante.
Avanzamos hacia la entrada y ya sentiamos la vibración del suelo.
Justo después de que el musculitos de la entrada te mirara de arriba a abajo, como si fueras el lugarteniente de Bin Laden, y te cortara un pedazo de tu entrada, tras dejarte claro con la mirada que no pasa por su mejor momento, nos encontramos con un atasco de tres pares.
Resulta que conforme entramos, dada la magnífica abertura lo tenías que hacer en fila india, un tipo agachado (casi en cuclillas) con arcadas y a punto de bautizar al Nuevo Año o a los demás. Yo , en un esfuerzo por preservar mi hombría (si hubiese pasado mirando hacia la izquierda, debido la estrechez, hubiese tenido que rozar su trasero con mi cosa, ya me entiendes), me giro hacia la izquierda y, al otro lado, me topo con una cincuentona, de esas que hace mucho, pero mucho tiempo, dejaron de ser cuerpos danone y que con mirada entre lasciva y lacerante, me suelta ¡Hola, guaaapo!. Todo ello, mientras una gota de color rojo se deslizaba por la comisura de sus labios pintados con el maquillaje de la señorita Pepis, hasta alcanzar un escote donde sus pechos trataban de acomodarse en el ombligo.
Cuando me recuperé del shock inicial, me dispuse a amortizar el gasto de la entrada acercándome a la barra (no suelo beber, así es que les tengo dicho a mis amigos que en cuanto me empiece a creer Napoleón, me corten el grifo y eso, según me han contado, ocurre al tercero). En el trayecto tienes que ir sorteando a los típicos gañanes, gualtrapas, pastilleros, logronas y demás chusma populachera. Hasta que noto un ligero tirón de mi mano izquierda, del que me intento zafar contrarrestando hacia el lado contrario. De repente, sin darme cuenta, veo mi mano sobre el escote de una choni maquillada como una puerta que me suelta ¡qué pasa parguelas, si tanto te gusto, pídele permiso al Johny para meterme mano. Los efluvios del rubor encendieron mi rostro, que de tan colorado que quedó, no se distinguía de la iluminación psicodélica. Resulta que mi reloj se enganchó en una de sus incontables cadenas de oro de tal manera, que tardó como dos minutos cronometrados en desfacer el lío.
Tras disculparme del Johny, que con una mirada cómplice, sí, de perdonavidas, me dejó marchar sin decir ni mú (sus ojos se salían de las órbitas. Yo creo que no articuló palabra por lo fumao que iba el pobre)., llegué a la barra.
Tras numerosos aspavientos que llamaran la atención del estresado camarero (qué pena de país, lo que se aprovechan de los jovenzuelos que tratan de ganarse unos euros legalmente para tunear su coche y pagar su adsl, con el que bajarse los discos de la Mala Rodríguez), me dispuse a pedir el primero de la noche. Se aproxima el camarero y me pregunta qué deseo tomar. Yo quería responderle, pero no me salían palabras de la boca. ¿Te encuentras bien?, me pregunta. Yo no sé si fue fruto del estrés, pero el pipiolo empieza a gritar como una descosido, ¡un médico, un médico, por favor!. Y yo, que seguía sin poder hablar, disuadiéndole agitando rápidamente la mano, para que desistiera del llamamiento. Claro, entre la escenita con la chica "dorada" y que el gentío te apretujaba contra la barra, me habían cortado la respiración y mi cara parecía que la había pegado a un horno, como un tomate. El camarero, que por su amaneramiento no me estraña que fuera sensible e impresionable (no tengo nada contra los gays, qué conste), se asustó y, en buen alid, reaccionó de forma desproporcionada.
Cuando pude reaccionar, levanté la mirada girando la cabeza de lado a lado, y todos los que estaban apoyados en la barra clavaban su mirada sobre mí, con gesto de preocupación. ¡Tierra, trágame!.
Cuando todos comprobaron, al dirigirme al camarero, que me recuperaba, rompieron a aplaudir, como aquellos que habían visto resucitar a alguien. En esos momentos, no sabía si reir o llorar,
Así es que me pedí un Four Roses, la ocasión lo merecía, y cuando me lo sirve el camarero, va el tío y me pasa la mano por la espalda y me dice, ¡vaya susto que nos has dado!, como erigiéndose en el portavoz de todos los que habían presenciado la rocambolesca escena.
La vergüenza me impidió saltar como es debido, pero hube de decirle ¡pero si tu malvaloca mente el qué lo ha provocado todo, hijoo de...!
¿Te puedes creer qué me bebí el cubata de un trago?
Estaba tan shockeado que cuando volví con mis amigos, que estaban en el fondo del garito, decidí no contarles nada. No se lo iban a creer.
Menos mal que con las risas que nos hicimos el resto de la noche, pude capear el temporal y acostarme con media sonrisa sobre la almohada.
Está claro que el que viene, el Fin de Año, me lo plantearé de otra forma.
Lo mismo hago cumplir un sueño que tengo hace tiempo y es ponerme en el lugar del tipo del anuncio de 5th Avenue (el perfume, ya sabes) y contemplar, desde el Rockefeller Center de Nueva York, el espectáculo de fuegos artíficiales que da la bienvenida al Nuevo Año, con una atractiva chica abrazándolo.
Ya le he puesto cara a la chica, una atractiva morena de pelo corto. Además, creo que su nombre debería empezar por "B", compatibiliza muy bien con "mi D".
Un saludo desde "C", guapa.
Mis amigos ya notaban que me había cambiado el semblante.
Avanzamos hacia la entrada y ya sentiamos la vibración del suelo.
Justo después de que el musculitos de la entrada te mirara de arriba a abajo, como si fueras el lugarteniente de Bin Laden, y te cortara un pedazo de tu entrada, tras dejarte claro con la mirada que no pasa por su mejor momento, nos encontramos con un atasco de tres pares.
Resulta que conforme entramos, dada la magnífica abertura lo tenías que hacer en fila india, un tipo agachado (casi en cuclillas) con arcadas y a punto de bautizar al Nuevo Año o a los demás. Yo , en un esfuerzo por preservar mi hombría (si hubiese pasado mirando hacia la izquierda, debido la estrechez, hubiese tenido que rozar su trasero con mi cosa, ya me entiendes), me giro hacia la izquierda y, al otro lado, me topo con una cincuentona, de esas que hace mucho, pero mucho tiempo, dejaron de ser cuerpos danone y que con mirada entre lasciva y lacerante, me suelta ¡Hola, guaaapo!. Todo ello, mientras una gota de color rojo se deslizaba por la comisura de sus labios pintados con el maquillaje de la señorita Pepis, hasta alcanzar un escote donde sus pechos trataban de acomodarse en el ombligo.
Cuando me recuperé del shock inicial, me dispuse a amortizar el gasto de la entrada acercándome a la barra (no suelo beber, así es que les tengo dicho a mis amigos que en cuanto me empiece a creer Napoleón, me corten el grifo y eso, según me han contado, ocurre al tercero). En el trayecto tienes que ir sorteando a los típicos gañanes, gualtrapas, pastilleros, logronas y demás chusma populachera. Hasta que noto un ligero tirón de mi mano izquierda, del que me intento zafar contrarrestando hacia el lado contrario. De repente, sin darme cuenta, veo mi mano sobre el escote de una choni maquillada como una puerta que me suelta ¡qué pasa parguelas, si tanto te gusto, pídele permiso al Johny para meterme mano. Los efluvios del rubor encendieron mi rostro, que de tan colorado que quedó, no se distinguía de la iluminación psicodélica. Resulta que mi reloj se enganchó en una de sus incontables cadenas de oro de tal manera, que tardó como dos minutos cronometrados en desfacer el lío.
Tras disculparme del Johny, que con una mirada cómplice, sí, de perdonavidas, me dejó marchar sin decir ni mú (sus ojos se salían de las órbitas. Yo creo que no articuló palabra por lo fumao que iba el pobre)., llegué a la barra.
Tras numerosos aspavientos que llamaran la atención del estresado camarero (qué pena de país, lo que se aprovechan de los jovenzuelos que tratan de ganarse unos euros legalmente para tunear su coche y pagar su adsl, con el que bajarse los discos de la Mala Rodríguez), me dispuse a pedir el primero de la noche. Se aproxima el camarero y me pregunta qué deseo tomar. Yo quería responderle, pero no me salían palabras de la boca. ¿Te encuentras bien?, me pregunta. Yo no sé si fue fruto del estrés, pero el pipiolo empieza a gritar como una descosido, ¡un médico, un médico, por favor!. Y yo, que seguía sin poder hablar, disuadiéndole agitando rápidamente la mano, para que desistiera del llamamiento. Claro, entre la escenita con la chica "dorada" y que el gentío te apretujaba contra la barra, me habían cortado la respiración y mi cara parecía que la había pegado a un horno, como un tomate. El camarero, que por su amaneramiento no me estraña que fuera sensible e impresionable (no tengo nada contra los gays, qué conste), se asustó y, en buen alid, reaccionó de forma desproporcionada.
Cuando pude reaccionar, levanté la mirada girando la cabeza de lado a lado, y todos los que estaban apoyados en la barra clavaban su mirada sobre mí, con gesto de preocupación. ¡Tierra, trágame!.
Cuando todos comprobaron, al dirigirme al camarero, que me recuperaba, rompieron a aplaudir, como aquellos que habían visto resucitar a alguien. En esos momentos, no sabía si reir o llorar,
Así es que me pedí un Four Roses, la ocasión lo merecía, y cuando me lo sirve el camarero, va el tío y me pasa la mano por la espalda y me dice, ¡vaya susto que nos has dado!, como erigiéndose en el portavoz de todos los que habían presenciado la rocambolesca escena.
La vergüenza me impidió saltar como es debido, pero hube de decirle ¡pero si tu malvaloca mente el qué lo ha provocado todo, hijoo de...!
¿Te puedes creer qué me bebí el cubata de un trago?
Estaba tan shockeado que cuando volví con mis amigos, que estaban en el fondo del garito, decidí no contarles nada. No se lo iban a creer.
Menos mal que con las risas que nos hicimos el resto de la noche, pude capear el temporal y acostarme con media sonrisa sobre la almohada.
Está claro que el que viene, el Fin de Año, me lo plantearé de otra forma.
Lo mismo hago cumplir un sueño que tengo hace tiempo y es ponerme en el lugar del tipo del anuncio de 5th Avenue (el perfume, ya sabes) y contemplar, desde el Rockefeller Center de Nueva York, el espectáculo de fuegos artíficiales que da la bienvenida al Nuevo Año, con una atractiva chica abrazándolo.
Ya le he puesto cara a la chica, una atractiva morena de pelo corto. Además, creo que su nombre debería empezar por "B", compatibiliza muy bien con "mi D".
Un saludo desde "C", guapa.