Ya que estoy con un pc delante, me explayo.
Yo soy una persona muy autoexigente. Estoy acostumbrado a, cuando digo que voy a hacer algo, conseguirlo. Porque sí, porque soy concienzudo y porque me dedico a eso con toda mi alma. Si es estudiar, pues estudiar. El deporte, sin problema. Lo que sea, vaya. Con mi relación, igual. Me he volcado, priorizando la estabilidad de la pareja a, por ejemplo, perspectivas laborales. Porque los dos teníamos claro que la pareja era prioritaria, que todo lo podíamos superar y que cualquier bache sería una anécdota tras tanto tiempo juntos. Además, no queríamos niños, para qué con el ritmo de vida que llevamos que apenas pasamos por casa. Y casas, teníamos tres, en la que vivíamos, una en Málaga y otra en el campo. Cierto, de sus padres, pero ya estaban moviendo papeles para pasárnoslas como herencia en vida.
Pues, oye, con nuestros dos sueldos, todo genial, sin apenas gastos, todo el dinero se puede ir en ocio. Y más ahora que mis padres se han jubilado y tienen pensión y no tengo que mantenerlos yo. A disfrutar de la vida juntos que durante tanto tiempo hemos soñado y nos hemos currado.
Y, pollas, porque, de repente, sin saber por qué, ya no está enamorada de ti. A pesar de que, sin necesidad, te has ido a vivir al Albaizin porque a ella siempre le ha hecho ilusión. Pero nada, aunque te quiere a morir, según ella, enamorada ya no está.
Y yo esto lo recibo como un fracaso. Uno que no puedo entender y al que no estoy acostumbrado.
A partir de ahí, pandemiazo.
Convives. Y todo es genial y te agradece lo fácil que le haces la vida, pero tú ya te hueles que esto está muerto. Que sólo eres la liana a la que está agarrada ahora que parece que el suelo se desquebraja. Que, cuando no haya restricciones, pasarás a ser el que sobra. Pero ella dice que no, que compañeros de pisos forever. Y, de hecho, la convivencia es buena. Buena hasta que dice que se va, porque no es 'sano' para los dos. Sin mediar nada, de un día para otro, hala. Lo encajas mal, porque no sabes qué coño pasa y por qué hay tanto bandazo sinsentido.
Al tiempo te enteras de que es posible que esté rehaciendo su vida y todo empieza a tener sentido. Tanto que uno da por hecho que haya lucido cornamenta sin saberlo. En fin, la vida tiene estas cosas.
Y toca rehacerse. Acostumbrarse a vivir solo. A salir solo. O a no salir. Porque, claro, seguimos en pandemia, todo cerrado, toque de queda. No se puede improvisar. No puedes llamar a un amigo a las 11 de la noche para tomar algo. Y uno es como es, y no se lo cuenta a nadie. Se lo come. Se lo traga hasta que le hace bola y termina con ganas de liarse a hostias con el primero que le aguante la mirada más de un segundo.
Y salir es raro.
Una cosa es irte a un bar solo porque te apetezca y otra porque no tienes con quién. Y, ojo, yo soy de ir siempre a los mismos bares, de los que te llaman por tu nombre y no dudan en preguntarte por tu pareja dando por hecho que vendrá en un rato o que estás de Rodríguez. Y toca dar explicaciones. Unas explicaciones que no suenan creíbles porque es muy difícil contar a nadie lo que, en el fondo, no se comprende. Y llega un momento en el que te planteas lo fácil que será toparte con ella y su nueva pareja. Que esto es Granada, no NYC, que hay cuatro bares y sólo me gustan dos.
Y, cuando has superado ya todo eso y todo te da igual, y te centras en ti y lo que te apetece hacer, empiezas a cuestionarte si, de verdad ésas cosas te gustan, o sólo las haces por inercia, por el hábito de haberlas hecho previamente con ella y ahora, en soledad, no te cuestionas si te gustaban o sólo continuas realizándolas como un funcionario por puro automatismo.
Y sí, estás en tu mejor momento físico, y claro que podrías follar casi cada fin de semana, pero no te apetece. No te apetece porque las mujeres a esta edad no saben sólo follar y listo. Las dos con las que me he encamado ya me querían ver todo el rato. Y yo no quiero eso, y mira que lo digo desde el principio, pero nada. Y todas traen cargas. Niños, traumas, deudas. Y pajas, joder, me aburren. Echo de menos el contacto de un cuerpo que sólo quiera pasión. Morder, lamer, azotar. Sudor y flujo. Gritos, arañazos y gemidos. Las pajas, en fin, están bien pero son un complemento. Como la ensalada de un plato combinado, que uno se la come pero porque acompaña a un filete que da gusto verlo.
Ya sé que está Tinder y suputamadre, pero ya no tengo 15 años para estar dorándole la píldora a nadie para conseguir 5 minutos de empellones contra un espejo en el lavabo de un restaurante. He hablado con muchas, quedado con alguna y poco más. Sí he retomado contacto con algunas conocidas. Conocidas que todas me siguen conciviendo como 'la pareja de ...' que ya no es 'pareja de...', lo cual es peor porque muchas no lo ven como una oportunidad sino como alguien que debe despertar pena, o, peor aún, rechazo.
Una cosa de locos.
En fin, dedico mi tiempo a cosas que, por hache o por be, había aparcado. Nada muy trascendente, pero edificante. Mucho escribir artículos científicos de arquitectura, avanzar en una novelita que llevo tiempo desarrollando, iniciarme en el piano [se agradece un manual para inútiles como yo], consola y mucho deporte.
Ah, y una única enseñanza de todo esto. Las mujeres, ninguna, tienen palabra. Jamás, no se puede confiar en ellas y, hacerlo, sólo lo retrata a uno como, en el mejor de los casos, un inocente irredento y, en el peor, un subnormal de libro.