Hoy estoy un poco tristón.
Hoy es mi cumpleaños y a mí no me gustan los cumpleaños. No por la edad, ni por sentirme viejo. Todo eso me da igual y, además, creo que estoy en un buen momento. Lo que me apena es todo lo falso que rodea a lo onomástico. Hoy se llena el móvil de mensajes de webs a las que no recuerdo haberme suscrito, de felicitaciones del banco o de la compañía de teléfonos, de empresas que te llaman por tu nombre completo -apellidos incluidos- en lugar de por tu apelativo cariñoso.
Mis amigos, los de verdad, que ya me conocen y saben que todo esto me importa cuatro pollas, se ahorran los parabienes y deseos de felicidad. Hacen un elegante mutis por el foro y a otra cosa. Y yo que lo agradezco.
Por contra llegan, en forma de misivas saturantes, los mensajes de gente que fue y ya nunca más será. No me refiero a mi ex -de ésa no espero ya ni una puñalada por la espalda más- sino de antiguos amigos, compañeros de trabajo o de barra de bar que antaño fueron importantes en mi vida y hoy se han transformado en un mensaje de compromiso. Uno que llega a deshora, que no espera respuesta y que, si la espera, no la merece.
Hoy tengo una sensación rara, como de arcilla en la garganta.
Habrá que neutralizarla bebiendo. Bebiendo hasta quedarme dormido.