Gina Gross
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- 4 Mar 2006
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La locura ha llegado a mi casa. El caos se ha instalado en mi familia. Un ser ajeno a la comunidad ha terminado por acercarse al rebaño manso y sereno que conformábamos, para sembrar el desconcierto que acabará con nosotros.
¿Quién podría representar el eslabón más débil de la cadena? ¿Quién sería la torpe pieza de dominó que provocaría la caída de todas las demás rompiendo el juego?
El hombre. Quién si no. El hombre. Especialmente el hombre divorciado con los bolsillos llenos de billetes se asemeja al rebeco engordado y lozano que camina distraído por el bosque. Fácil presa, diana perfecta para una pantera de dientes afilados.
Tras años separado, mi señor padre decidió registrarse en esa famosa plataforma llamada Tinder.
Al pricipio inseguro y apocado, no tardó en venirse arriba cuando comprobaba cómo las mujeres se le acercaban tras oler la cuantía de su pensión y los duros que tenía en el banco. Ten cuidado con esas aplicaciones, le advertía yo.
- A mí me vas a enseñar tú nada de la vida. SO TONTA.
Y es que no había ni una que no se la liase. Mi padre, empeñado en ilusionarse como un quinceañero con cada absurda relación, nos obligaba a saludarlas por teléfono, a hacer vida con ellas, a conocerlas a todas. El descarnado espectáculo era simplemente insoportable. El carrusel de novias, novietas y amigas que pasaban por su vida podía asemejarse al desembarco de la Medusa tras meses a la deriva en alta mar. La cantidad de jetas, sinvergüenzas, chamanas, cojas con cuatro hijos de cada padre y hasta cleptómanas fue incesante, hasta el punto de que cualquiera hubiera podido asegurar sin rubor que se había dado de alta en el servicio de carteo con presas de Can brians.
No obstante y albergando todavía un mínimo de sensatez, se decidió el pobre hombre por alejarse un tiempo de esas redes sociales y volver a sus rutinas. Pasaba aquel tiempo en compañía de sus hijos y sus buenos amigos. Con su familia y su huerto, instantes de un recuerdo que ya no volverá.
Porque como se ha de intuir, algo trastocó de nuevo esa deliciosa paz.
Todo ocurrió una misteriosa noche de luna llena. Una oscura, helada y nubosa noche donde podían oírse graznar con claridad a los cuervos. Quien sabe si por efecto de un misterioso maleficio o un exótico sortilegio, algo se desencadenó.
Dormitaba mi padre, entre cuescos y sudores en su cama, al tiempo que extrañas pesadillas le martirizaban. Veía en ellas a una desconocida mujer, una mujer de piel canela y cabellos oscuros, vestida apenas por sugerentes y finísimas gasas que le hablaba.
- Ven a mí... te querré para siempre...
Se despertó el hombre confundido y aún acelerado por las visiones solo alcanzó a coger el móvil y leer torpemente en la pantalla
"tengo 38 años mi amor espero que no te importe jajajajakaj"
Pegó mi padre un respingo que casi se cae de la cama.
- Mecagondiós, 38 añitos, sabía que iba a tener suerte.
Resumiendo aquel episodio, diremos que todo aquello mi padre lo vio como una señal inequívoca del destino. Algo a lo que debía entregarse sin miramientos. La providencia le había regalado a sus 75 años una mujer mucho más joven y bonita de lo que jamás hubiera podido soñar. Un presente de Dios para sus últimos años en la Tierra, una Eurícide con la que de la mano, no debía mirar atrás.
Y así fue, como dos tórtolos de la mano, que aparecieron una tarde ante mi hermano y ante mí en una concurrida terraza de bar.
No me gusta caer en prejuicios, no me gusta juzgar a la gente sin conocerla, pero la visión de aquella mujer, su vestimenta (dos corpiños uno sobre otro) y el artificioso movimiento de sus caderas me retrotrajeron a los peores momentos del club Flowers , del que parecía haber sido sacada a puntapiés.
Tenía yo un mal presentimiento y un poso de hiel comenzó a subirme por la garganta. Como una Maricielo Pajares cualquiera, trataba de encontrar en los ojos cómplices de mi hermano, mayor que yo, una respuesta a semejante despropósito. Intentos vanos teniendo en cuenta que mi hermano es poco expresivo. Uno nunca sabe en qué está pensando. Si Rembrant hubiera tenido de modelo a mi hermano, sin duda hubiera abandonado el noble arte de la Pintura convencido de carecer de dotes suficientes para plasmar con los pinceles un alma humana. Como mucho le hubiera retratado en dos dimensiones, como en el Románico.
Con estas estábamos, que mi padre se mostraba eufórico, entregado y total y peligrosamente ingenuo:
- Camarero, que hay que celebrar que estoy enamorado!!!
y entretanto la cubana, que hacía como que le pellizcaba la entrepierna en un pseudo juego picarón y fuera de lugar y que todo en su conjunto, digamos, nos hacía dignos de aparecer en la portada de La codorniz.
Pasaron los días, las semanas y los meses y la cubana, a priori generosa y desinteresada, mostró, tal y como me temía, poco a poco su verdadera faz de Barrábas.
Las pocas veces en que me veía obligada a coincidir con ambos a la vez, fui testigo de comportamientos sospechosos , maquiavélicos movimientos de expansión y conquista por parte de la morena que sin duda correspondían a un estudiado plan. Lo primero es que en apenas dos meses de convivencia adelgazó mi padre unos 8 kilos. Como supe después, resultado de darle de comer a diario crispis con leche y bananas. Sabía la cubana menos de cocina que una forera y para animarle a mantenerse en forma por lo visto le lanzaba también a la calle a trotar durante horas. Lloviendo y con un frío glacial mi padre, de naturaleza débil y enfermiza,se paseaba por los parques subiendo y bajando escaleras escuchando a Survivor. Cuando nos mandaba fotos por whassapp podíamos comprobar en su rostro la vitalidad y lozanía que alberga en su ser alguien que cena por la noche polonio.
No obstante, al detrimento físico de mi padre, se le sumaron conversaciones de soslayo escuchadas por mí, en momentos casuales , en los que permanecía agazapada en oscuros y húmedos rincones.
- Mi amor, el día que tú faltes, qué será de mí. Ni casa tengo…A veces pienso en mi futuro…en el dinero…
Y algo que cualquiera hubiera podido ver, a ojos de mi padre, embelesado y totalmente absorbido por escuetas y geriátricas sesiones de sexo, pasaba totalmente desapercibido. Ni mu le podías decir.
Ni siquiera veía raro los considerables cargos en la cuenta corriente que respondían según ella a gastos en “comida” y “cosas necesarias del día a día ”.
También le pedía la cubana hacer ingentes transferencias de dinero a otras cuentas para ingresarle “ayuda” a parte de su familia en Cuba , a su abuela Florinda, a sus primos y a su cuñado viudo por lo visto, que cuidó de su hermana hasta sus últimos días.
No podían comer si no. Si no es por esas ayudas, aquellas tierras hubieran perdido en los últimos meses al 50% de su población por inanición. Es una historia muy triste. Tiene que haber un país en el Caribe cofinanciado por mi padre, en el que nada más aterrizar te da la bienvenida su efigie fundida en bronce. Con toda seguridad debe haber monedas con su perfil también, cotizando con los ecus de cachondomental.
Por supuesto que tras conocerse este tipo de detalles le advertimos de la situación. Con mucho tacto y psicología le hicimos ver que quizá el amor de esa señora no era del todo desinteresado a lo que él me contestó que más me valdría buscarme yo un novio que me aguantase, que siempre andaba de la ceca a la meca y que era un viborilla metomentodo, apreciación que percibí como hostil.
Así que de ninguna manera. No abría los ojos. En la ultima discusión salí yo escopetada mientras a través del cristal de la ventana veía a la cubana sonriendo pérfidamente con su diente de oro observando como me alejaba, convencida de su victoria.
Y así pasaron pasaron los meses. Traté de tranquilizarme, hice un tremendo esfuerzo por no meterme en la vida de mi padre. ¿quién era yo para dinamitar su felicidad? ¿Qué era el dinero al fin y al cabo?. Creyendo que las aguas se habían calmado decidí pasar unos días en la casa familiar que él mismo compró con ilusión hace apenas cuatro años en Galicia invirtiendo todos sus ahorros. Según sus propias palabras, casa ésta para “el disfrute de mis hijos en el futuro” un bastión familiar, un rincón de comunión donde sentirnos arropados y parte de una estirpe, un lugar donde recordarle por siempre. Aquel día, de lo que hoy parece un lejano 2016, nos emocionamos y brindamos con champín al tiempo que mi hermano y yo corríamos por los pasillos para agenciarnos las mejores habitaciones.
Perdida en estos pensamientos, subía yo la pronunciada cuesta que lleva al pueblo y ya llegando a la casa me sentí totalmente reconciliada con los acontecimientos. Mi casita gallega, mi morada de cuento, qué mejor y generoso regalo para unos hijos que la visión de aquellos montes, aquellos señoriales eucaliptus, aquella morada curativa en mitad de la montaña? Pero ¿qué más podía yo pedirle a aquel buen hombre?
Nada. Pensaba, no puedo pedirle nada. Y en estas ensoñaciones me hallaba cuando tras alzar la mirada, observo con total sorpresa y posterior tick nervioso en el ojo, un cartelón naranja flúor en la fachada.
Me quedo con la maleta en la tierra, confundida, ¿será un error? ¿Se habrá equivocado el respetable dueño de este letrero? Habrá que localizar a su legítimo titular, deduje.
En todo esto que me llama mi padre. Le comento lo del cartel y me dice que sí, que ha decidido vender la propiedad porque quiere hacer “otros planes de futuro”. Este se piensa que tiene 25 años. Se cree que es como las lagartijas que si se le cae la cola le vuelve a crecer.
- Que He pensado en vender la casa de Galicia y comprar algo en Badajoz que le gusta a esta chica y dejarle esa casa en usufructo.
- …Es una broma?
- Que te he dicho que no quiero escucharte, que me dejes en paz, hostias ya.
- Bueno, Manten la calma, papá y hablemos respetablemente como adultos. No hace falta caer en bajos instintos. Ya lo decía Cicerón “nada hace más poderosos a los hombres que su cortesía”
- Bueno, pues que yo hago lo que quiero con esta mujer y quiero dejarla cubierta.
- PUTO VIEJO NOS VAS A DESTROZAR LA VIDA¡¡¡¡
Colgó Mi padre. O lo que quedaba de él. Me lo podía imaginar en el sillón comiéndose una banana. Ahora tan solo un trapo inerte, vacío de consciencia, un títere descabezado al que no reconocía.
Tampoco le reconozco ahora. Alejado de su hijos, sin apenas contacto y recién mudado a un pueblo de Badajoz ultima y ajusta ,por lo que nos han contado, recientes actualizaciones de su testamento.
Y por último, a mis legítimos hijos les lego el Yo, Claudio, y un juego de cinco topes
para las puertas, uno de ellos sin adhesivo.
Así es. Me enfrento al ostracismo más absoluto al que puede enfrentarse un hijo. A la humillación de ser un desheredado.
¿Maltraté yo a mi padre? ¿Acaso no le he honrado toda la vida y respetado?.
¿Es justo, que vosotros, siendo alimañas asociales y malvadas recibáis oros el día de mañana y yo no?
Sirva este hilo para cualquier quebradero de cabeza relacionado con las herencias y los herederos.
¿Quién podría representar el eslabón más débil de la cadena? ¿Quién sería la torpe pieza de dominó que provocaría la caída de todas las demás rompiendo el juego?
El hombre. Quién si no. El hombre. Especialmente el hombre divorciado con los bolsillos llenos de billetes se asemeja al rebeco engordado y lozano que camina distraído por el bosque. Fácil presa, diana perfecta para una pantera de dientes afilados.
Tras años separado, mi señor padre decidió registrarse en esa famosa plataforma llamada Tinder.
Al pricipio inseguro y apocado, no tardó en venirse arriba cuando comprobaba cómo las mujeres se le acercaban tras oler la cuantía de su pensión y los duros que tenía en el banco. Ten cuidado con esas aplicaciones, le advertía yo.
- A mí me vas a enseñar tú nada de la vida. SO TONTA.
Y es que no había ni una que no se la liase. Mi padre, empeñado en ilusionarse como un quinceañero con cada absurda relación, nos obligaba a saludarlas por teléfono, a hacer vida con ellas, a conocerlas a todas. El descarnado espectáculo era simplemente insoportable. El carrusel de novias, novietas y amigas que pasaban por su vida podía asemejarse al desembarco de la Medusa tras meses a la deriva en alta mar. La cantidad de jetas, sinvergüenzas, chamanas, cojas con cuatro hijos de cada padre y hasta cleptómanas fue incesante, hasta el punto de que cualquiera hubiera podido asegurar sin rubor que se había dado de alta en el servicio de carteo con presas de Can brians.
No obstante y albergando todavía un mínimo de sensatez, se decidió el pobre hombre por alejarse un tiempo de esas redes sociales y volver a sus rutinas. Pasaba aquel tiempo en compañía de sus hijos y sus buenos amigos. Con su familia y su huerto, instantes de un recuerdo que ya no volverá.
Porque como se ha de intuir, algo trastocó de nuevo esa deliciosa paz.
Todo ocurrió una misteriosa noche de luna llena. Una oscura, helada y nubosa noche donde podían oírse graznar con claridad a los cuervos. Quien sabe si por efecto de un misterioso maleficio o un exótico sortilegio, algo se desencadenó.
Dormitaba mi padre, entre cuescos y sudores en su cama, al tiempo que extrañas pesadillas le martirizaban. Veía en ellas a una desconocida mujer, una mujer de piel canela y cabellos oscuros, vestida apenas por sugerentes y finísimas gasas que le hablaba.
- Ven a mí... te querré para siempre...
Se despertó el hombre confundido y aún acelerado por las visiones solo alcanzó a coger el móvil y leer torpemente en la pantalla
"tengo 38 años mi amor espero que no te importe jajajajakaj"
Pegó mi padre un respingo que casi se cae de la cama.
- Mecagondiós, 38 añitos, sabía que iba a tener suerte.
Resumiendo aquel episodio, diremos que todo aquello mi padre lo vio como una señal inequívoca del destino. Algo a lo que debía entregarse sin miramientos. La providencia le había regalado a sus 75 años una mujer mucho más joven y bonita de lo que jamás hubiera podido soñar. Un presente de Dios para sus últimos años en la Tierra, una Eurícide con la que de la mano, no debía mirar atrás.
Y así fue, como dos tórtolos de la mano, que aparecieron una tarde ante mi hermano y ante mí en una concurrida terraza de bar.
No me gusta caer en prejuicios, no me gusta juzgar a la gente sin conocerla, pero la visión de aquella mujer, su vestimenta (dos corpiños uno sobre otro) y el artificioso movimiento de sus caderas me retrotrajeron a los peores momentos del club Flowers , del que parecía haber sido sacada a puntapiés.
Tenía yo un mal presentimiento y un poso de hiel comenzó a subirme por la garganta. Como una Maricielo Pajares cualquiera, trataba de encontrar en los ojos cómplices de mi hermano, mayor que yo, una respuesta a semejante despropósito. Intentos vanos teniendo en cuenta que mi hermano es poco expresivo. Uno nunca sabe en qué está pensando. Si Rembrant hubiera tenido de modelo a mi hermano, sin duda hubiera abandonado el noble arte de la Pintura convencido de carecer de dotes suficientes para plasmar con los pinceles un alma humana. Como mucho le hubiera retratado en dos dimensiones, como en el Románico.
Con estas estábamos, que mi padre se mostraba eufórico, entregado y total y peligrosamente ingenuo:
- Camarero, que hay que celebrar que estoy enamorado!!!
y entretanto la cubana, que hacía como que le pellizcaba la entrepierna en un pseudo juego picarón y fuera de lugar y que todo en su conjunto, digamos, nos hacía dignos de aparecer en la portada de La codorniz.
Pasaron los días, las semanas y los meses y la cubana, a priori generosa y desinteresada, mostró, tal y como me temía, poco a poco su verdadera faz de Barrábas.
Las pocas veces en que me veía obligada a coincidir con ambos a la vez, fui testigo de comportamientos sospechosos , maquiavélicos movimientos de expansión y conquista por parte de la morena que sin duda correspondían a un estudiado plan. Lo primero es que en apenas dos meses de convivencia adelgazó mi padre unos 8 kilos. Como supe después, resultado de darle de comer a diario crispis con leche y bananas. Sabía la cubana menos de cocina que una forera y para animarle a mantenerse en forma por lo visto le lanzaba también a la calle a trotar durante horas. Lloviendo y con un frío glacial mi padre, de naturaleza débil y enfermiza,se paseaba por los parques subiendo y bajando escaleras escuchando a Survivor. Cuando nos mandaba fotos por whassapp podíamos comprobar en su rostro la vitalidad y lozanía que alberga en su ser alguien que cena por la noche polonio.
No obstante, al detrimento físico de mi padre, se le sumaron conversaciones de soslayo escuchadas por mí, en momentos casuales , en los que permanecía agazapada en oscuros y húmedos rincones.
- Mi amor, el día que tú faltes, qué será de mí. Ni casa tengo…A veces pienso en mi futuro…en el dinero…
Y algo que cualquiera hubiera podido ver, a ojos de mi padre, embelesado y totalmente absorbido por escuetas y geriátricas sesiones de sexo, pasaba totalmente desapercibido. Ni mu le podías decir.
Ni siquiera veía raro los considerables cargos en la cuenta corriente que respondían según ella a gastos en “comida” y “cosas necesarias del día a día ”.
También le pedía la cubana hacer ingentes transferencias de dinero a otras cuentas para ingresarle “ayuda” a parte de su familia en Cuba , a su abuela Florinda, a sus primos y a su cuñado viudo por lo visto, que cuidó de su hermana hasta sus últimos días.
No podían comer si no. Si no es por esas ayudas, aquellas tierras hubieran perdido en los últimos meses al 50% de su población por inanición. Es una historia muy triste. Tiene que haber un país en el Caribe cofinanciado por mi padre, en el que nada más aterrizar te da la bienvenida su efigie fundida en bronce. Con toda seguridad debe haber monedas con su perfil también, cotizando con los ecus de cachondomental.
Por supuesto que tras conocerse este tipo de detalles le advertimos de la situación. Con mucho tacto y psicología le hicimos ver que quizá el amor de esa señora no era del todo desinteresado a lo que él me contestó que más me valdría buscarme yo un novio que me aguantase, que siempre andaba de la ceca a la meca y que era un viborilla metomentodo, apreciación que percibí como hostil.
Así que de ninguna manera. No abría los ojos. En la ultima discusión salí yo escopetada mientras a través del cristal de la ventana veía a la cubana sonriendo pérfidamente con su diente de oro observando como me alejaba, convencida de su victoria.
Y así pasaron pasaron los meses. Traté de tranquilizarme, hice un tremendo esfuerzo por no meterme en la vida de mi padre. ¿quién era yo para dinamitar su felicidad? ¿Qué era el dinero al fin y al cabo?. Creyendo que las aguas se habían calmado decidí pasar unos días en la casa familiar que él mismo compró con ilusión hace apenas cuatro años en Galicia invirtiendo todos sus ahorros. Según sus propias palabras, casa ésta para “el disfrute de mis hijos en el futuro” un bastión familiar, un rincón de comunión donde sentirnos arropados y parte de una estirpe, un lugar donde recordarle por siempre. Aquel día, de lo que hoy parece un lejano 2016, nos emocionamos y brindamos con champín al tiempo que mi hermano y yo corríamos por los pasillos para agenciarnos las mejores habitaciones.
Perdida en estos pensamientos, subía yo la pronunciada cuesta que lleva al pueblo y ya llegando a la casa me sentí totalmente reconciliada con los acontecimientos. Mi casita gallega, mi morada de cuento, qué mejor y generoso regalo para unos hijos que la visión de aquellos montes, aquellos señoriales eucaliptus, aquella morada curativa en mitad de la montaña? Pero ¿qué más podía yo pedirle a aquel buen hombre?
Nada. Pensaba, no puedo pedirle nada. Y en estas ensoñaciones me hallaba cuando tras alzar la mirada, observo con total sorpresa y posterior tick nervioso en el ojo, un cartelón naranja flúor en la fachada.
Me quedo con la maleta en la tierra, confundida, ¿será un error? ¿Se habrá equivocado el respetable dueño de este letrero? Habrá que localizar a su legítimo titular, deduje.
En todo esto que me llama mi padre. Le comento lo del cartel y me dice que sí, que ha decidido vender la propiedad porque quiere hacer “otros planes de futuro”. Este se piensa que tiene 25 años. Se cree que es como las lagartijas que si se le cae la cola le vuelve a crecer.
- Que He pensado en vender la casa de Galicia y comprar algo en Badajoz que le gusta a esta chica y dejarle esa casa en usufructo.
- …Es una broma?
- Que te he dicho que no quiero escucharte, que me dejes en paz, hostias ya.
- Bueno, Manten la calma, papá y hablemos respetablemente como adultos. No hace falta caer en bajos instintos. Ya lo decía Cicerón “nada hace más poderosos a los hombres que su cortesía”
- Bueno, pues que yo hago lo que quiero con esta mujer y quiero dejarla cubierta.
- PUTO VIEJO NOS VAS A DESTROZAR LA VIDA¡¡¡¡
Colgó Mi padre. O lo que quedaba de él. Me lo podía imaginar en el sillón comiéndose una banana. Ahora tan solo un trapo inerte, vacío de consciencia, un títere descabezado al que no reconocía.
Tampoco le reconozco ahora. Alejado de su hijos, sin apenas contacto y recién mudado a un pueblo de Badajoz ultima y ajusta ,por lo que nos han contado, recientes actualizaciones de su testamento.
Y por último, a mis legítimos hijos les lego el Yo, Claudio, y un juego de cinco topes
para las puertas, uno de ellos sin adhesivo.
Así es. Me enfrento al ostracismo más absoluto al que puede enfrentarse un hijo. A la humillación de ser un desheredado.
¿Maltraté yo a mi padre? ¿Acaso no le he honrado toda la vida y respetado?.
¿Es justo, que vosotros, siendo alimañas asociales y malvadas recibáis oros el día de mañana y yo no?
Sirva este hilo para cualquier quebradero de cabeza relacionado con las herencias y los herederos.
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