A veces, pillo mi jarli y serpenteo por los senderos de la noche que conducen al mar. Me aposto en una roca y enciendo el Zippo para que su tibia llama me dé calor. Pero no me calienta.
Es entonces cuando atisbo el reflejo de la luna llena sobre las aguas estáticas y me pregunto una y otra vez: ¿Por qué no saltas, Cimmerio, y así acabas con esta vida de perdedor que llevas?¿Hace cuánto no ves dos mil euros juntos?¿Hace cuánto no follas sin pagar? Mi padre a mi edad ya era un puto alfa, y yo; yo soy un mindundi y un llorón. Lucho y lucho, y vuelvo a perder.
Born to lose.
Luego, cuando se me pasa la tontuna, regreso de mis ensoñaciones de quinceañera al prosaico mundo de los vivos. Y compruebo, con una incipiente erección, como fui uno de los elegidos para salir de la caverna y poder mirar a la puta cara a la Verdad y a la Vida. Ellos, los Otros, están ciegos. No pueden ver, obnubilados con sus hiperbólicos egos, sus rencillas de chimpancés y sus jerarquías de instituto de extrarradio, donde bíceps y billetes imperan sobre poesía y belleza.
Soy la plastilina sucia que absorbe colores, ideas y formas. La que huele mal, pero que te penetra sin esfuerzo hasta la glándula pineal.
Dakilla puta.