Una sala de máquinas cutre, cutre pero coqueta. Esa era mi jaula, mi hogar, mi rincón secreto....
Sólo tenía una planta, dos motores auxiliares, otros dos principales de 8 cilindros, 4000 caballos, diesel.
Una manada de cabrones en mono de trabajo poblaba esa jaula de bombas, motores, filtros, arandelas, aceite y demás aparatejos ruidosos.
Yo aún estaba empezando, no tendría más de 27 años y de esos, 4 trabajando. La experiencia es un grado, lo dice todo el mundo y yo parecía dispuesto a comprender eso de la peor manera.
En ocasiones algo falla en los cuadros eléctricos, no es habitual, pero toca ponerse guantes de goma y jugar muy cuidadosamente en las entrañas de ese malvado rectángulo energético...
No hay mucho más que contar, ni guantes, ni cuidado y casi ni la misma vida. Sólo fue un segundo, un segundo que decidiría mi vida, un segundo en el que la diástole o la sístole decidirían por Dios.
No se si sabéis que 0,5 amperios, en teoría, es suficiente para matar a una persona, por aquel maldito cable pasaban bastantes más, mi mano puede dar buena cuenta de ello, una mano que paso a ser un guante de carne quemada, un guante de músculo, grasa y sangre al entrar en contacto con ese maldito cable.
Dios, no, no, perdón. Mi corazón, mi corazón quiso estar abierto en ese preciso momento y eso salvo mi vida. Si hubiera querido estar cerrado, cerrado a la vida, hubiera explotado, frito entre amperios y por la gilipollez de un novato.
Sólo recuerdo despertar calvo, sin cejas, sin pelo púbico ¡¡Sin pelo, demonios!! Casi muerto, sin piel en la mano y con uno de esos cabrones uniformados dejando caer su aliento sobre mi.
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Chaval ¿Cómo cojones sigues vivo? -