Creo que ya lo he contado más de una vez, pero va.
Al igual que otros foreros, yo nunca he tenido el típico “día de los enamorados” empalagoso, con regalitos de y para la novia, cenita y polvo, abrazos y arrumacos, y un “te quiero” post orgásmico como culminación final del día.
La verdad es que mis sentimientos al respecto han sido siempre ambiguos. No he tenido envidia de quien ha vivido eso, y tampoco he experimentado la sensación de asco rotundo por el Día del Corte Inglés. Sencillamente un día más.
No recuerdo haber celebrado San Valentín más que una vez, en el instituto. Y fue porque cuando cursaba COU la asociación de alumnos tuvo la genial idea de celebrar una fiesta en el salón de actos con esa festividad como excusa.
Pero si hubo, cosa que me ha recordado este compañero, un catorce de febrero memorable. También en el instituto, también en COU.
Todos los años, para pagarse la excursión de fin de curso, se vendían claveles (las rosas eran caras de cojones y no había presupuesto para eso) para regalar de forma anónima a la chica que te gustaba. Y cada año pasaba lo mismo: las guapas recibían varios claveles, las normalitas quizá alguno del noviete del momento, las feas nada de nada (y a veces hasta les enviaban UNA PATATA, para mofa y risión del resto de la clase).
Ese año, jatetú, decidí espontáneamente que cada compañera de clase iba a tener el suyo, y así se lo notifiqué al colega que vendía los claveles: “Quiero un clavel para cada una de la clase, y que no se entere ni dios de quién lo envía y tal”.
- Quinientas pesetas – contestó sonriente.
Y tan a gusto que se las pagué.
Esa noche (estudiaba en el turno de noche, llevaba el papeleo de la empresa familiar durante el día, gajes del oficio de ser un pringao) llegó “la hora de los claveles”, y la profesora permitió complaciente que el chaval empezase a nombrar a las chicas a las que les habían regalado su clavelito, claveeeliiiito, claveliiiito de mi corazón.
La casualidad quería que las primeras de la lista fuesen las mas guapas, así que no hubo sensación general de sorpresa, pero cuando los nombres de las compañeras de clase se sucedían, uno tras otro, y todas y cada una, sorprendidas, se levantaban para tener su clavel, el rumor y los cuchicheos, la sensación general de sorpresa, aumentaba, mientras yo sonreía para mi mismo y, lo reconozco, disfrutaba inmensamente con el espectáculo.
Fue delicioso ver la cara de auténtica felicidad de todas, que se miraban unas a otras, cada una con su clavel en la mano. Impagable.
No menos sorprendente fue que al día siguiente muchas de esas compañeras de clase prácticamente acorralaron y obligaron al chaval que vendía las flores a decirle a cada una QUIÉN le había enviado el clavel.
El pobre, temiendo un linchamiento feminazi, confesó, y les dijo quién había sido. Me trataron bastante bien el resto del curso, y pasé de ser un anónimo absoluto a ser saludado con el “hola” y “hasta luego” por prácticamente todas las compañeras de clase, y bastantes más de clases adyacentes que habían oído hablar del suceso.
Sólo por ese acontecimiento, por esos momentos que viví gracias al 14F, no puedo criticarlo, por mucha creación comercial que haya detrás de esta fecha.