Uruguay es una gran selección. Tiene el doble de mundiales de fútbol que España. Cuando empezó esa absurda obsesión por ‘jugar bien’, con la llegada del técnico Luis Suárez para el Mundial del 90, fueron nuestro primer rival en serio y empatamos a cero en un encuentro ignominioso como pocos se recuerdan. En una ocasión, cuando el Real Madrid tuvo que vender la propaganda de que se habían acabado los tiempos de los figurines, Florentino fichó a Pablo García y a Diogo, todo un éxito para el Zaragoza, que le sacó partido al lateral cuando se lo llevó cedido. Antes, el Sevilla trajo a Zalayeta, Otero, Tabaré, Olivera y Podestá, Marcos Alonso dijo que porque eran “buenos y baratos” y bajaron a segunda. Aunque dejaron su impronta dándole una paliza a unos chavales en una discoteca, que también tiene su arte. Marcos, al menos, dijo que si es verdad que los jóvenes se habían metido con las mujeres de los uruguayos, como así testificaron en comisaría, bien dada estaba la paliza. Extremo que aquí no pondremos en duda. Por otro lado, a Recoba, Francescoli, Fonseca y Sosa no los olimos. Lo mejor que ha pasado por aquí ha sido Forlán, que hizo campeón de algo al Atlético ¡campeón de algo al Atlético! Y en Sudamérica, en cualquier caso, es la selección más laureada en su continente por delante de Argentina y Brasil, que no es poca cosa.
En el encuentro de ayer había dos cocos, Luis Suárez y Cavani. Todo parecía indicar que íbamos a salir dormidos, nos iban a enchufar unas contras y nos íbamos a ir con cero a tres al descanso; especialmente todo parecía indicar que iba a salir Valdés y le iban a echar a él todas las culpas. Pero no, jugó Casillas. Sara, en cambio, se quedó en la grada y resolvimos el trámite asqueando con nuestro fútbol control, como ya es costumbre. Estamos a punto de exigir que los porcentajes de posesión los paseen señoritas en biquini como en el boxeo.
Para demostrar que en el toque no sólo está lo apolíneo sino también lo dionisíaco, el primer tanto lo marcamos de rebote en un colnel y autogol del defensa ¡majestuoso! El segundo, mucho más católico, fue obra de Soldado, el delantero de un interesante equipo de la segunda división catalana. El resto del partido fue un rondo del FC Barcelona que a punto estuvo de empatar Uruguay. Es curioso.
Los locutores decían que era el mejor partido de la historia de España, un “recital” ha titulado la web del País, y ya ven, casi salimos pidiendo la hora. Hubo antes dos ocasiones claras, un palo de Sex y un remate de Caviani a pase de Suárez que atrapó Casillas con facilidad. Previamente, en esa jugada, nos habían metido dos yoyah. El guión pudo ser que nuestro arte exquisito sólo puede doblegarse con marrullerías, que menuda vergüenza, menudo escándalo, pero como el delantero no alcanzó el balón por dos centímetros, siguió brillando el arcoiris. Oh, el discurso balompédico, que sólo cambia por un par de centímetros, y no como el de los tertulianos políticos sometido al vil metal. ¿Comprenden ahora por qué los honrados trabajadores se entregan histéricamente a este deporte?
Tras el partido contra Tahiti del jueves, de gran expectación, nos mediremos a Nigeria el domingo, un viejo conocido de la selección catalana de fútbol. Cuando España cayó derrotada en el Mundial de Francia con los africanos, fueron invitados a jugar un amistoso de Navidad en el Lluis Companys en el que los segadors les metieron cinco. Este año, en Cornellá, empataron a uno. Veremos cómo resuelve Cataluña su cita en la Confederaciones con una alineación fortalecida con algunos españoles.
Uno de ellos será Álvaro Arbeloa. El mejor pupilo de José Mourinho dejó ayer dos grandes jugadas. Una, tipo Maradona, en la que sorteó a varios rivales en la primera parte y acabó en se va el chaval se va por el barranquillo. Y otra, en el 25 de la segunda, en la que le pisó la tibia a Lodeiro sin más intención aparente que la de partírsela con fractura abierta y chorretón de sangre, pero no hubo suerte. Sólo fue amarilla. Cuando uno ve a un equipo marear tanto al rival, tiene la sensación de que van a sonar las trompetas del cambio de tercio y va a entrar el picador o los banderilleros. A falta de tan excelso espectáculo visual, que Arbeloa intente poner algo de sangre negra, la que brota del tuétano, sobre el césped, le reconcilia a uno con su españolidad más profunda. Visca Catalunya.