Aquí va mi único post en este hilo (eso, si no me 'obligan' a postear de nuevo):
Irmgard Keun
Nacida en 1905, con sólo 22 años, escribió dos best-sellers en Alemania, que trataban sobre la vida durante la República de Weimar y los primeros años del régimen nazi: "Gilgi" (1931), y "La chica de seda artificial" (1932).
En 1933/34, sus libros fueron confiscados y prohibidos por los nazis.
Era tan famosa, que tenía en su círculo de amigos a escritores de la talla de Stefan Zweig, Egon Erwin Kisch, Hermann Kesten, Ernst Toller, Ernst Weiss, y Heinrich Mann.
Se exilió a los Países Bajos, pero cuando los nazis los ocuparon, se volvió a Alemania y se ocultó allí hasta 1945, protegida por falsos rumores acerca de su suicidio. Después, ya no se supo nada más de ella, salvo que murió en Colonia en 1982.
Uno de tantos ejemplos de decadencia absoluta, en la que ni siquiera Internet puede salvarles a aquellos míseros olvidados, muchos de ellos muertos ya. Nosotros nos loleamos de lo lindo con historias de famosos de pacotilla que acabaron yonkis o en la calle. Pero éstos tienen suerte, porque lo que importa es que hablen de ti, ya sea para bien o mal. Sin embargo, NADIE habla de aquellos olvidados absolutos, que eran verdaderamente AMOS en lo que hacían.
Rosa Montero explicó en su
artículo sobre Irmgard Keun aquella idea (obvio sus delirios feministas):
«(...) Nuestra sociedad, tan despepitada por la fama inmediata, debería aprender de estas lecciones históricas: ser famoso es bastante fácil, lo difícil es que esa fama perdure a través del tiempo. Pasan los años, pasan los siglos, pasan las épocas, y hasta aquellos individuos que se creyeron más grandes y gloriosos se borran para siempre de la memoria. El ruido de los antiguos imperios al derrumbarse no es más audible que el de la caída de una hoja en otoño.
(...)
»Qué talento el de Irmgard: su estilo es económico, preciso, exacto, contundente como un puñetazo en la barbilla. Y luego hablan de la originalidad de Hemingway (un autor a mi modo de ver sobrevalorado). Déjenme copiar otro breve fragmento de este libro. La protagonista no tiene a donde ir, y un taxista le permite dormir dentro del coche (“sin pedirme nada a cambio”) mientras no venga ningún cliente. La chica dormita unas pocas horas y despierta al amanecer:
“–Gracias –dije al taxista y le tendí la mano sudada por el calor.
–Buenos días –dijo sin cogerla.
Me fui. Él estaba completamente encerrado en sí mismo y el agradecimiento ya no le hacía mella. Entonces supe que es una cuestión de suerte coincidir con una persona en los tres minutos diarios en que es buena.”
¿Fue buena persona Irmgard Keun, más allá de esos tres minutos diarios? A juzgar por su novela, fue una mujer que ya a los 22 años conocía asombrosamente bien el corazón humano. Fue una gran escritora, fue famosa, fue olvidada, vivió, gozó, sufrió y murió. ¿Cómo puede alguien ser tan ignorante o tan pretencioso como para aspirar a la posteridad? Todo pasa, todo se olvida y se acaba, tanto lo bueno como lo malo. Lo cual, en alguna medida, es un alivio.»