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es que asi lo tiene la tia de mi pareja...y nunca estubo "fuertecita"...de que tipo de operacion hablas?naxo rebuznó:Bajadas de peso bruscas y anormales u operaciones mal realizadas.
Si se pasaran por el mancuernas, eso no pasaba.
liachu69 rebuznó:es que asi lo tiene la tia de mi pareja...y nunca estubo "fuertecita"...de que tipo de operacion hablas?
liposuccion?naxo rebuznó:Esta tía creo que se puso en manos del cirujano estético equivocado.
liachu69 rebuznó:liposuccion?
No, venga, ya está bien, pasando ya de clones, copón. Porque esto sólo lo puede decir un trollazo, o una maricona loca, claro. A partir de ahora, que los clones dejen su primer mensaje como hace Pikachu y así los vemos venir, porque esto ya es colarse.Leproso rebuznó:Ya puede enorgullecerse esa señora de que la defienda Lucía Etxebarria de Asteinza, escritora, (Valencia, siete de Diciembre de 1966 - ), pues no todo el mundo tiene la suerte de ser defendido por la mujer que ha logrado gracias a sus propios méritos alzarse a las más altas cotas de la literatura en castellano.
Los que no somos famosos, solo podemos contentarnos con su exquisita y brillante prosa.
Dr. LeChuck rebuznó:¿Sale el padre de solo en casa? no me había dado cuenta
Me refiero a Tara Reid y al rubio ricitos de Sensación de BiBir.
Dr. LeChuck rebuznó:SHARKNADO
YoHiceARoqueIII rebuznó:Hijodeputa, casca enlaces, torreznos o lo que sea.
Cagoenmivida, vaya hamez :121
Agustín Luengo Capilla, también conocido como El Gigante Extremeño, nació en la calle Colón en la localidad de Puebla de Alcocer (Badajoz) en 1826. Probablemente ha sido el segundo español más alto de todos los tiempos hasta el momento, llegando a alcanzar hasta los 2,35 m, por detrás del Gigante de Alzo que alcanzó los 2,42 metros.
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De familia muy humilde, al ser la casa de sus padres de reducidas dimensiones, éstos se vieron obligados a hacer agujeros en las paredes de la casa donde sujetar las tablas de su cama. De su infancia se sabe que fue un niño muy enfermizo, y que a la edad de 12 años se puso a trabajar en un circo como atracción, exhibiendo sus grandes manos de 40 cm de largo, capaces de ocultar un pan de 1 kg. Allí lo conoció Alfonso XII, quién le regaló un par de botas, de las que actualmente se muestra una de ellas en el museo etnográfico de Puebla de Alcocer, equivalente al número 52. Por aquella época se estaba montando el museo antropológico de Madrid, dirigido en ese momento por Pedro González Velasco quién se enteró de la existencia del gigante y contactó con él. Éste le hizo una curiosa propuesta: le ofreció comprarle su cadáver por 2,50 pesetas diarias mientras que viviera. A cambio de esto, una vez fallecido, su cadáver quedaría expuesto en el museo antropológico de Madrid. Agustín aceptó la propuesta que se le había hecho y empezó en ese momento a disfrutar de la vida con la seguridad de tener para vivir. Aunque esto no le duró mucho, ya que pronto se le diagnosticó tuberculosis ósea en estado avanzado, y murió a la edad de 28 años.
Al llegar al circo le recibió la mujer serpiente... En Puebla de Alcocer,donde nació, no le quedaba otra salida que ser objeto de burla permanente. Así que su padre lo vendió por 70 reales, dos hogazas de pan blanco, media arroba de arroz, miel del Alentejo, una garrafa de aguardiente, dos paletas de jamón y un daguerrotipo de los que hacían en la feria. No era un mal trato, pese a que el viejo hubiese querido sacar por él 200 reales. Pero dio con Marrafa, un portugués con más que probadas dotes de negociador, experto en los bajos fondos y ojeador de la fauna universal que recopilaba para su circo luso ambulante.
A Agustín Luengo no le pareció mal el trato. Él sólo quería recorrer mundo y dejar atrás las leyendas que exageraban su figura hasta agrandarlo en tres metros, además de pintarlo alimentándose de ratones vivos y durmiendo en el fondo de un pozo seco. Él sólo quería —soñaba, más bien, con suerte— llegar a enamorarse… Eso, si sus 2,35 metros de altura no espantaban a alguna de las mozas que lo contemplaban como a un monstruo y su pilila, muy pequeña en proporción, que le costó todo tipo de chanzas, no defraudaba demasiado las expectativas.
Esta es la insólita historia de un gigante romántico a quien las circunstancias dieron un vuelco en los géneros para convertirla en un cuento de terror. Los personajes principales, tiznados con la atracción fatal del claroscuro, son dos. Un monstruo a medio camino entre Frankenstein y el hombre elefante nacido en un pueblo de Extremadura y un científico siniestro, loco, visionario, obsesionado hasta tal punto con el embalsamamiento como manera de alcanzar la inmortalidad que cenaba y sacaba de paseo al cadáver de su hija Conchita vestida de novia.
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Molde del cuerpo de Agustín Luengo, en el Museo de Antropología de Madrid.
El primero adquirió su fama en vida, además de como atracción circense, por lo que saltaba a la vista cuando paseaba por la calle. El segundo, don Pedro González Velasco, llegó a fundar el Museo de Antropología de Madrid. A ambos les cruzó el cálculo del azar hasta fundirlos eternamente dentro de la vitrina donde hoy reposan los restos del gigante extremeño, en el museo de la plaza de Atocha. Ahí descansan los huesos de Luengo, junto al molde a tamaño real que le diseñó el doctor Velasco, tal como cuenta, haciendo las veces de guía, Luis Folgado de Torres, autor de El hombre que compraba gigantes. Velasco, nada más verlo, comprendió que entre las extremidades de ese torpe corpachón se escondía su gran sueño. El culmen universal para una carrera que le había llevado a conseguir la cátedra de Anatomía en la facultad de Medicina. Aquel ser humano descalzo que desfiló ante él en una actuación privada organizada por Marrafa para Alfonso XII sería la atracción mundial para su gran proyecto: el museo diseñado por él, inaugurado en abril de 1875.
No tardó en ofrecerle un trato. Su cuerpo muerto en vida a un precio más que generoso: 3.000 pesetas y una condición. Un adelanto de 1.500 en mano y el resto del pago de la siguiente manera: cada día debía presentarse personalmente en su casa a recoger 2,50 pesetas —lo que ascendía a dos jornales de un albañil en la época— hasta que falleciera.
Luengo no era capaz de alcanzar a comprender lo que para él representaba un chollo. Pensaba vivir bastantes años. Pero el doctor Velasco jugaba con ventaja. Sabía positivamente que su enfermedad —una acromegalia que le impedía detener el crecimiento— acabaría pronto con él.
Con dinero fresco en el bolsillo, Luengo dejó atrás sus días junto a Marrafa. El circo le dio fama. Pero había dos cosas que no le contentaban. La primera, una codiciosa obligación impuesta por el portugués. No le quedaba más remedio que permanecer oculto allá donde pararan para no estropear la sorpresa ni el impacto que debía producir en el público. Y más cuando se exhibía en un país cuya estatura media a duras penas sobrepasaba el 1,50. La segunda respondía a pesares más íntimos: seguía sin encontrar el amor.
En la capital del reino, creía, le sería más fácil. Aunque fuera pagando. Así que dejó atrás una vida rodeada de canguros, carretas, tigres de bengala, enanos que servían de tapadera para el contrabando, piojos en infecciones torrenciales, trapecistas y mujeres más excéntricas que exóticas para aterrizar en otro ruedo ibérico: el Madrid galdosiano y pre esperpéntico de Valle-Inclán.
En dicho escenario, Luengo fue a caer en brazos de la Joaquí, auténtica estrella en el burdel de la Antonia. Pero, más que amor, esta, lo que perseguía, era el bolsillo bien surtido de Luengo, muy generoso con su jornal diario en sus atenciones. Ni el príncipe heredero de Grecia se había gastado tantos cuartos en ella.
El gigante malgastó su adelanto convencido de que así la podría sacar de allí y formar una familia de estatura normal. Pero no hubo modo y, con mal de amores a cuestas, el pobre Agustín parecía un tilo despojado de ilusiones dando tumbos por las calles de Madrid. Para colmo, una tuberculosis ósea le carcomía los huesos sin que apenas nada le calmara el dolor. Solo lo lograba una pócima alucinógena de cornezuelo de centeno que le convirtió en medio yonqui exhibicionista dispuesto a fornicar en plena calle y tirarse el quicio de las puertas, cosa que ocurrió en la Plaza del Conde de Barajas a plena luz del día.
Una buena mañana sufrió un colapso y murió tirado en una acera. El doctor Velasco ni se enteró. Cuando pudo cerciorarse ya era tarde y el experimento de su embalsamamiento quedó arruinado. Debía hacerlo con el cadáver caliente. No llegó a tiempo. Pese a que se afanó en vaciarlo de carne podrida y dejarlo solo en los huesos, los planes quedaron desbaratados. La pretensión de equipararse a otras piezas de museos europeas se fue al garete. Y con ella, la ambición de dejar atrás las referencias mayas y egipcias en dicho arte también.
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Del gigante extremeño quedan únicamente los huesos. Sobre la piel, arrancada entonces por Velasco, nada se sabe. Los primeros descansan en su vitrina, el resto quedó durante años guardado en los desvanes del museo. Ahora no hay rastro pese a que allí permaneció hasta los años ochenta. La familia Velasco, propietaria del cadáver y del Museo Nacional de Antropología, tiene la respuesta.
Caótico Bueno rebuznó:La única carne que me gusta
liachu69 rebuznó:liposuccion?
Kokillo rebuznó:La puta de tu madre y el maricón de tu padre y abalaksjdñflaksjdfñlasdfjlaisdjfiasdfjlaksdfj.
Monstroid rebuznó:Esa foto de Edward Furlong es de como está ahora?
cocreta2000 rebuznó:joder, lleva desde el 92 huyendo de skynet.
Comparte litera con el hermano de horatio cane
su puta madre, con las tetas que tenia... primero cristina ricci y ahora esto, A QUE ESTAS JUGANDO DIOS?Caótico Fanegas rebuznó:La extremada delgadez de Shaila Durcal | elmundo.es
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Cierto que tiene una frente-helipuerto,pero me la ponia como viga de granito.
Dr. LeChuck rebuznó:Dinero + fama + juventud = (rellene al gusto con descalificaciones)
Como que uno y uno son dos, es que no falla.
Otra niña Disney que pierde la cabeza | Gente | EL PAÍS
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