El ultimo dia de guerra para la Lufwaffe
Es la historia del ultimo vuelo del Teniente Gerherd Thyben (157 victorias y Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro) perteneciente al famoso escuadron JG 54 "Corazon Verde" es un relato largo pero mola.
Dedicado a nuestras queridas lufwarras ...
"Mientras volaba sobre el Mar Báltico rumbo a la capitulación (rendición Incondicional), el teniente Gerhard Thyben, con poco combustible, y con su jefe de mecánicos como pasajero en el compartimiento que normalmente alberga los radios, derribó un avión soviético de reconocimiento en la que fue la última batalla aérea de la Segunda Guerra Mundial en Europa. (penultimo derribo el ultimo fue un avion que festejaba sobre Praga)
Sin saberlo, había salvado la vida de miles de refugiados que huían de las tropas rusas en un convoy marítimo rumbo a Occidente.
Luego, en manos de los ingleses, estuvo a punto de pasar al paredón.
Hoy, 57 años después, Thyben (de 80 años) habla sobre su paso por la Luftwaffe y la última misión.
El es considerado uno de los ases más jóvenes de la aviación alemana de la segunda Guerra mundial
“Debemos ponernos al lado de las potencias occidentales y marchar contra la Unión Soviética. Solamente colaborando con ingleses y americanos podremos, en el porvenir, recuperar nuestro territorio que está en manos de los rusos.”……………………..
Hitler ya se había suicidado hace varios días; la caída del auto denominado Tercer Imperio Germano era un hecho claro para todos y para la gran mayoría un alivio.
El Almirante Karl Doenitz había sido designado a ser el sucesor de Hitler. El 7 de mayo de 1945 firmó el documento de rendición incondicional ante los aliados en el cuartel de Eisenhower, en Reims Francia.
La noche pasaba melancólica en el puerto de Libau (Liepaja), en el Golfo de Curlandia (Lituania). El teniente Gerhard Thyben y sus compañeros de la Luftwaffe apaciguaban la tensión con las últimas gotas de vino y provisiones que les quedaban. Frente a ellos una hoguera, encendida con un poco de la gasolina que escaseaba, consumía los documentos y equipos que no podían dejar caer en manos de las tropas rusas que se acercaban.
Todos los esfuerzos, todas las vidas que se perdieron en la lucha por el futuro de una nación, habían sido en vano. Su última misión, la que les señalaba el destino final del vuelo a la capitulación, era la orden que esperaban les saludara a la mañana siguiente, la del 8 de mayo de 1945.
A lo lejos, el reflejo de la candela titilaba en las carlingas de los doce aviones de caza FockeWulf 190 del escuadrón de Gerhard, que robustos, grandes y parduscos reposaban sobre enanos terraplenes a un lado de la pista. El personal técnico y de apoyo se había reducido en los últimos meses y entonces sólo unos cuantos hombres de tierra alistaban casi en la penumbra los voluminosos equipos de radio y navegación. Ojo ojo
Por cada tres aviones había un armero y un electricista, dos mecánicos de motores, un jefe de mantenimiento, un escribano y un suboficial encargado de la documentación. Un total de 30 hombres para una docena de aeronaves que, junto a 20.087 otros FW190 más de su tipo, había conformado la defensa de Alemania.
A lo largo de ese día, el 7 de mayo de 1945, las noticias sobre la rendición de la Alemania nacional socialista ante los aliados y la firma de la capitulación incondicional de las Fuerzas Armadas Alemanas por parte del jefe del Estado Mayor, Alfred Jodl, y del almirante von Friedeburg habían corrido como bola de fuego por Europa, pero el hecho se percibía aún confuso en los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) debido, principalmente, a la falta de comunicaciones. Relacion de Victorias
La versión que cursaba en el aparato propagandístico activo en Oriente era que Alemania firmaría la paz con Occidente y junto con las fuerzas aliadas le haría frente al bolchevismo. La información se divulgaba entonces parcialmente en la región. Por un lado se buscaba mantener la moral de los hombres en alto, por otro, evitar una (ojo) desmoronamiento de las tropas germanas que no sabían a ciencia cierta dónde se encontraban los hombres de Stalin.
Víctima de esa confusión era Curlandia, que se había convertido junto con las otras regiones de los países bálticos en un enclave. Un escampado fuera del avance del Ejército Rojo hacia Berlín, que para ese entonces, arrasada por las bombas, cumplía cinco días de haber caído ante las columnas soviéticas.
Thyben, con 23 años, era comandante de escuadrón (Staffelkapitän). Pertenecía al Ala JG 54 Corazón Verde, que aún luchaba contra los rusos. Envueltos en una especie de inercia bélica que parecía no dar crédito al fin de la guerra en Occidente, y a la que el tiempo aún no le dejaba ver que se encontraba a un día de que se diera la capitulación en Oriente.
Thyben y sus hombres del escuadrón número siete en el puerto de Libau deberían volar dentro de pocas horas hasta algún lugar en Occidente para capitular y entregar sus aviones. Sospechaban las horrorosas consecuencias de la avanzada del Ejército Rojo, para los soldados alemanes al rendirse ante el mariscal soviético Georg Zhukov. Muchos miles no volvieron de los campos de prisión en Siberia y los que volvieron cargaron las secuelas físicas y morales por el resto de su vida.
El Mayor Herbert Findeisen, superior al mando, del Segundo Grupo del Ala de Cazas 54, notificó del alto al fuego ordenado por el Comando Central desde Flensburg, al norte de Alemania.
Una gran incertidumbre por el futuro próximo abarcaba a estos hombres; algo cansados por la mala noche y el esfuerzo que le mereció sacar los documentos y equipos para lanzarlos a la hoguera, cuando llego la orden: los mecánicos deberían desmontar los pesados equipos de radiocomunicación para permitir la cabida en el espacio resultante a un mecánico, alistar los aviones para un vuelo de largo alcance y proveerlos de toda la munición disponible. Todo antes de la madrugada.
Los Focke-Wulf 190 eran caza (ojo no caza bombardero y no mediano), diseñados para un solo tripulante, sin embargo, para este vuelo de traslado cada uno de ellos debio albergar también al mecánico en el sitio que ocupaba normalmente, los equipos de radio, detrás del asiento del piloto, de ahí la orden de desmontarlos.
Las primeras luces del alba en Libau eran de una claridad sobrenatural. El día en aquellas latitudes empieza muy temprano en mayo. A las cuatro y media de la mañana, se pede leer el periódico.
Además había una Alta presión (hablando en términos meteorológicos) sobre el Báltico y escanidnavia; no se veía ni una nube. Thyben recibió más temprano que de costumbre el reporte de que los aviones estaban listos para operación. Luego, su jefe de mantenimiento, Emil Völk, le confesó: "Estuve escuchando las transmisiones del otro lado (Rusia) durante la noche... Debemos prepararnos para una eventual evacuación antes de que un 'Ivan' (así llamaban los germanos a los soviéticos) se acerque a bombardearnos", lo cual hubiera sido nefasto para su angosta y vulnerable pista al norte de ese puerto sobre el Báltico.
Thyben salió a reunirse con el capitán Findeisen para conocer el destino de su vuelo junto a otros comandantes de escuadrón. Eran las seis de la mañana del 8 de mayo de 1945 y sólo hasta entonces conoció que su última misión, la 385. Iba a ser el vuelo de traslado a Flensburg, en la frontera con Dinamarca.
El despegue de los aviones asentados en la base empezaría una hora más tarde y debería efectuarse en pares para evitar el consumo excesivo de gasolina formando en el aire. La ruta era larga, más de dos horas y media sobre el Mar Báltico, a buena altura con economía de combustible.
Organizó los hombres de su escuadrón y les notificó de la última misión a cumplir. Sin embargo, no todos podrían cargar con los mecánicos como estaba previsto porque algunos de los cazas estaban equipados con pesados tanques de combustible adicionales, unas vejigas de metal de 300 litros que pendían de la parte central de los fuselajes.
El teniente Kaat, un joven piloto al mando de un comando de tres JU-52, unos trimotores de aluminio corrugado y que estaban dotados con equipos busca minas, se ofreció a llevar buena parte de los hombres del escuadrón de Thyben, quien a su vez cargaría con Albert Mayers, su fiel mecánico, como pasajero.
Mayers se acuclilló hasta donde más pudo y aferrándose al respaldo de la silla del piloto. Desde ahí la visión al exterior era nula y el sitio solo podía cuasar claustrofobia.
Sin embargo, a Albert Mayers lo tranquilizaba saber que se iba a salvar del campo de prisión ruso. Además emprendía su viaje a Occidente, confiado en la buena mano de Thyben. La misma mano que le había hecho merecedor, a este joven piloto ser condecorado con la Cruz de Caballero con hojas de roble (una de las máxima condecoración que otorgaba el Régimen a los miembros de Fuerzas Armadas Alemanas (Wehrmacht)), y que contaba en su haber mas de 150 victorias.
El escuadrón número siete de Corazón Verde fue uno de los primeros contingentes en dejar atrás Libau a la hora señalada. Gerhard Thyben era consciente del confinamiento que se venía ante la capitulación. "Suponía que también los muchachos de las tropas aliadas habían bebido durante la noche su ración extra de licor, pero por razones más agradables que las nuestras... Era el fin de la guerra y ellos la había ganado. Entonces nos encontrábamos ahí, sobre el mar, volando hacia ellos para entregarnos. Aún así las cosas no parecían tristes: el día era precioso, la visibilidad ilimitada, alta presión dominaba sobre Escandinavia y Europa Central, ni una nube marcaba el cielo. Al parecer, el Dios del tiempo se sentía feliz por el final de la guerra".
Sobre su izquierda, a la misma altura y a una distancia prudente, su fiel ala (definición del avión que acompaña al líder) Fritz Hangebrauck le escoltaba. Un vistazo a la brújula, para comprobar la ruta, marcaba W (Occidente), y volteó a mirar hacia el mar, a su derecha, donde divisó la larga estela blanca dejada por un convoy de veintiséis barcos que contó con ligereza, apenas prestándole atención.
"Desde la madrugada miles de lituanos y alemanes, entre ancianos, mujeres y niños, se habían embarcado en Libau para escapar del cerco ruso. Stalin utilizó tropas de etnias de regiones asiáticas muy mal equipadas pero bárbaras, conformadas por siberianos y mongoles que iban arrasando todo a su paso, matando a los viejos, violando a las mujeres... Era de esos soldados que la gente de ese convoy, aterrorizada, huía hacia Occidente".
Durante la siguiente media hora Thyben no vio nada más que la línea del horizonte sobre la nariz de su FockeWulf 190 y los rayos del sol que golpeaban desde atrás sobre los relojes de la cabina. Era el último día de la guerra y desde su primera victoria, el 26 de febrero de 1943, nunca había sido alcanzado siquiera por una bala de algún avión enemigo. Había contado con suerte. La misma que parecía no tener cuando decidió enrolarse como voluntario en la Luftwaffe, en 1940.
"Durante mis primeras misiones en Ucrania volé otro avión, el Messerschmitt 109. Era una buen avión en el aire exceptúenlo su pobre visibilidad, pero pésimo en tierra. Los accidentes e incidentes rodando eran frecuentes. Sin embargo fue en este avión que logre mis primeras victorias. La primera contra un avión caza, fue precisamente derribando a un SpitfireV avión de fabricación inglesa pero en manos de un ruso, que estaba a punto de abrir fuego contra mi comandante de Grupo el mayor Brändle en un feroz combate de caza contra caza. Eso fue mi inicio como piloto de caza y creo que logre una cierta maestría”. Fue precisamente un 8 de Mayo pero dos años antes.
De pronto, frente a él, pero quinientos metros más abajo, vio un avión soviético de reconocimiento que merodeaba sobre el Báltico. Era un PE-2, un bombardero ligero que distinguió desde el primer momento por su figura alargada y una doble cola con un par de estrellas rojas a los lados. Hangebrauck su ala, también había divisado al ruso, se acercó un poco más haciéndole señas bélicas desde la cabina. Sin radios no tenían otra forma de comunicarse.
"No sabía si atacar o no. En ese momento había muchas cosas por considerar: era el vuelo a la capitulación, la entrega de armas ante los ingleses; en el fuselaje estaba el encargado de mi avión (Mayers), quien confiaba en mi para cruzar el Báltico y llegar a salvo a casa y, además, había al menos 120 kilómetros de agua hasta la próxima costa... Sin embargo, no podía quitarle los ojos de encima a ese 'Ivan' que cruzaba nuestro rumbo por debajo".
Thyben, dejo las dudas a un lado, empuñó con fuerza la palanca hacia delante y en picada tras el PeII. La velocidad aumento rápidamente y el avión enemigo se hacia mas grande en la mira. Algo prevenido abrió fuego a una distancia demasiado prudente. Lo correcto hubiese sido esperar y abrir fuego bien cerca al enemigo, así lo manda la alta escuela de aviación de caza. Sin embargo el efecto de las seis armas con las que estaba equipado el FockeWulf 190 eran bárbaros y contundentes. Pero no lo suficiente para que cajera el ruso. Una regadera de balazos de dos ametralladoras de 7.9 milímetros y de cuatro cañones calibre 20 milímetros sacudieron a la tripulación soviética el artillero ruso no repelió el ataque, había sido victima de la sorpresa.
"Los pilotos rusos eran más lentos en reflejos y reacción que los norteamericanos y los ingleses, que no se dejaban sorprender tan fácilmente, en este caso, el piloto el piloto en vez de buscar refugio picando la nave i buscando la velocidad., el 'Ivan' trató de protegerse en las alturas, subiendo más... Ese fue un fatal error".
La próxima ráfaga, ya mas cercana y certera, silencio uno de los motores del PeII.
Sin el artillero, y con un motor fallando acercarse más al PE-2 era cuestión de segundos. Pero el ruso entendió su situación y emprendió la huida hacia las profundidades, para volver a nivelar el avión a ras de la superficie del mar Báltico. “Lo que aquel piloto ruso demostró con tan solo un motor el derecho estaba en llamas, fue admirable” Buscando el escudarse en el reflejo que produce el sol sobre el mar trato de escapar en dirección oriente.
Thyben decidió finalizar la continua de unas ves. Nuevamente le exigió a su motor todo y en picada recupero la distancia que había ganado el ruso. Esta ves si se acero. Una corta ráfaga con todas las armas disponibles y el PeII se desintegro regando sus pedazos sobre el mar.
“Ya me había olvidado de Mayers en la cola, hasta que ciertos infalibles olores de escusado me hicieron recordar su presencia". Eran las siete y cincuenta y cuatro minutos de la mañana del 8 de mayo de 1945 y Thyben acababa de realizar el penúltimo derribo de la Guerra, el último del Ala JG-54 Corazón Verde, y sumado una victoria más a sus 157.
Fijó una vez más el rumbo a Occidente y tras recuperar altura, Hangebrauck se le arrimaba con una mueca de alegría en su rostro celebrando la victoria de su líder en medio del fracaso de la guerra y del camino a la capitulación.
Una hora y tantos minutos después, con el sol aún a sus espaldas, se toparon con otro bombardero enemigo. "Nos apareció lucífero, otro ruso, un Douglas Boston, con estrellas rojas. Se acercaba rápidamente, a la misma altura. Podía ver claramente por entre la mira los nidos de golondrina (así se les llamaba a los puestos de los artilleros) y a los muchachos que nos apuntaban serenos y decididos. El aire estaba quieto y los aviones parecían tablas firmes en el cielo. No me cuajaba el tan anhelado “Angulo muerto” en el que los artilleros no nos podrían hacer daño, ….. Definitivamente no era el momento, ni el sitio, ni la hora para forzar una desventura. Cada uno siguió su camino, los rusos a festejar su victoria y nosotros a la dolorosa entrega de armas”
El archipiélago de Bornholm, en la costa sur de Suecia, empezaba a distinguirse en el horizonte con sus acantilados de piedra caliza blanco que la enmarcaban en sus seiscientos kilómetros cuadrados. Luego, las Islas Rügen, con sus peñascos de piedra caliza, aparecieron lentamente y más allá Fehmarn y Grossenbrode les señalaron la ruta final a la capitulación. Entonces, sobre el tablero de Thyben una lamparilla roja empezó a titilar indicando que sólo le quedaba gasolina para quince minutos más.
"Mi madre vivía en Malente, una pequeña población justo en medio del rumbo a seguir, por donde pasamos haciendo rasantes sobre las casas que aún quedaban en pie, y en medio de la multitud que aguardaba para comprar un pedazo de pan estaba ella, hablando con otras gentes de cómo los ingleses ya se habrían apoderado de nuestros aviones y hacían piruetas con ellos... Lógicamente no sabía que se trataba de mí, y mucho menos me imaginaba yo que ella estaba ahí observándome".
Los hombres del séptimo escuadrón del Ala JG-54 Corazón Verde habían recibido la orden de entregar los aviones a los ingleses en Flensburg, en la frontera con Dinamarca. Sin embargo Thyben decidió cambiar el rumbo levemente dirigiéndose a su ciudad natal Kiel. A baja altura, con los motores apenas refrigerados por el aire continental templado que empezaba a inundar la región, mientras el indicador de combustible en el tablero del joven teniente no dejaba de destellar afanosamente. Ya Kiel, el principal puerto alemán sobre el Báltico estaba a la vista; poco después el aeródromo.
"El campo de aterrizaje, lucía muy apacible, como si todo siguiese siendo igual. Lanceros alemanes, se esmeraban en limpiar la superficie de los escombros y los estragos hechos al campo por los bombardeos aliados de los últimos días".
Era esa misma pista donde ocho años atrás, siendo sólo un quinceañero, había realizado sus primeros vuelos a bordo de un rústico planeador que construyó junto con otros chicos de las Juventudes Hitlerianas, unas organizaciones estatales en las que debían enrolarse por obligación todos los adolescentes desde los catorce años de edad y entrenarse para la guerra.
"El sitio se observaba muy diferente. Donde normalmente se estacionaban toda clase de artefactos aéreos con cruces gamadas en sus alas, se parqueaban ahora vehículos blindados ingleses".
Picó su parduzco avión, apenas avivado por un cono blanco y negro en la punta y por el número dos que resaltaba en blanco a ambos costados del fuselaje, y tras pasar al ras sobre las tropas inglesas batió las alas en son de victoria. “Asenso, viraje, abajo el tren de aterrizaje y a tocar tierra entre los cráteres del ultimo bombardeo al campo del aeródromo”. Mientras rodaba en dirección de los Hangares, un jeep inglés apareció de repente de entre las escombreras y el hollín de las hogueras a medio humear. En su interior, un joven soldado erguido en la parte de atrás, apoyando su humanidad en una pesada metralleta, le apuntaba a Thyben desde lo lejos, mientras un oficial que viajaba en la silla de adelante se levantaba prendiéndose del parabrisas para no caer al tiempo que con la otra mano se acomodaba una boina.
"A cada lado en los guardafangos del jeep había un hombre armado hasta los dientes que no dejaban de apuntarme mientras aquel oficial me señalaba en dirección a los hangares... Los lanceros del imperio británico parecían muy excitados, así que pisé el freno derecho, aceleré el motor y girando la cola les puse el viento en la cara para brindarles algo de refresco ante su evidente calentura. Una boina salia volando, y detrás unas afanadas ingles tratando de darle cacería. Fritz Hagenbrauck parqueo a mi lado, se bajo de su avión, y cuando yo bajaba del mío, me reportaba por ultima vez, mientras se acercaba la tripulación de aquel jeep. Era el fin de la guerra para Gerhard Thyben: "¡Krieg aus!"
Un amable pero directo oficial británico 'Irish Guard', rezaba un letrero en su hombro, le recibió con un saludo militar, mostrando la palma abierta al lado de su frente y su pistola Walter PPK cambiaba de dueño.
"A los pocos minutos llegó el comandante británico del campo. Me preguntó por qué había entrado batiendo las alas en señal de victoria y con mi inglés de colegio le conté del encuentro con el avión soviético", enseguida, e influenciado por la propaganda germana en Oriente, la misma con la que había mantenido su moral de combate en alto, Thyben le dijo: "¿Qué le parece? Muy pronto estaremos volando hombro a hombro contra el bloque soviético...". El comentario fuera de lugar le había quemado la boca. La mirada del inglés se tornó helada y subiéndose de nuevo al jeep, colérico, sentenció: "¡You nazi, will never split us!" (¡usted nazi, nunca dividirán nuestra alianza!).
Durante el tiempo en que las tropas germanas volaron a la capitulación, el mariscal de campo alemán Wilhem von Keitel, el almirante von Friedeburg y el general Stumpff firmaron su rendición incondicional ante Oriente en el cuartel general soviético de Berlín Karlshorst. La guerra también había terminado en ese frente, pero ni Thyben ni sus hombres se habían dado cuenta de la noticia todavía.
De inmediato fueron trasladados a una aislada celda, donde Gerhard pasó tres días confinado en medio de constantes interrogatorios y con amenazas de que pasaría al paredón si llegaban a descubrir que el avión que había abatido sobre el Báltico pertenecía a las filas anglo-americanas.
"Sólo cuando comprobaron que ese día habían ocurrido varios enfrentamientos armados en la región del enclave Báltico de Letonia, y que efectivamente había derribado a un 'Ivan', me permitieron reunirme con los demás y se desvanecía entonces el peligro del paredón, aunque me advirtieron que si intentaba escapar sería fusilado de inmediato".
Algunos días mas tarde pudo contactar un trabajador a través de la cerca y le pasó una nota con la dirección de su padre, quien era el administrador de una prestigiosa casa comercial conocida en Kiel como Johansen & Schmielau. Y fue así que a los pocos días, cuando se encontraba haciendo una siesta en el cuartel que les servía de prisión, un olor a coñac lo despertó, volteó, y aún tumbado sobre la cama pudo ver a su padre, Fritz Thyben, escoltado por dos oficiales británicos. El viejo había logrado persuadir a la guardia inglesa para que lo dejaran entrar a visitar a Gerhard y con la botella de licor en su regazo se acercó hasta él y sus otros compañeros, donde Hangebrauck empezó a pasarla de mano en mano entre un pequeño círculo de camaradas de la Luftwaffe.
Finalmente su estadía en la prisión terminó tras dos meses de confinamiento en el que asegura haber recibido buen trato por parte de los ingleses. Caminó por entre las ruinas de la ciudad de Kiel y cruzó el porche de la casa de su padre, de donde había salido cinco años atrás para la guerra.
Los primeros meses fueron de verano y no le fue difícil conseguir lo necesario para vivir. Sin embargo cuando llego el invierno la vida se puso más difícil. Había que conseguir carbón para la calefacción, la comedia empezó a escasear y la vida se hacia mas difícil en general. Gerhard se desempeño como conductor, luego como mezclados de pinturas en una ferretería en fin en cualquier oficio. Era muy difícil, especialmente para una persona que había gozado tan joven de tanto prestigió y respeto, estar subordinado a trabajos simples. Sin embargo aprendió mucho.
Fue en este tiempo que conoció un inglés, oficial de la inteligencia naval, que había alquilado una pieza en la casa de su padre. A este hombre Gerhard le confeso su ferviente deseo de volver a volar y que iba a tratar de salir de Alemania para hacer una vida como piloto en alguna parte del mundo. El ingles lo animo e incluso le dio una carta de recomendación, exaltando las cualidades humanas de Gerhard.
El deseo de salir de Alemania cogió mas forma, cuando un amigo volvía de Francia en donde se desempeñaba como trabajador de Reparación de guerra. Este amigo le enseño la documentación que lo distinguía en su calidad de trabajador alemán en Francia.
Gerhard, ni tonto ni perezoso, copio los documentos de aquel hombre y haciéndose pasar como por trabajador alemán emprendió su viaje a Toulouse. Pero siguió hasta los Pirineos y a pie a España. Una odisea, durmiendo de día y subiendo las montañas de noche, siempre con el temor de encontrarse con algún francotirador de uno o del otro lado. Cabe notar que aquel lugar del mundo hasta ahora no ha encontrado la paz.
En Pamplona, Navarra, finalmente fue hecho prisionero por pasar indocumentado la frontera.
"Conocí gente muy interesante en aquella cárcel en el País Vasco; rusos que habían luchado contra los alemanes, pero hartos de Stalin habían cambiado de bando y por cuya cabeza Stalin había ofrecido horrendas sumas de dinero. Franceses que habían colaborado con los alemanes y cuyas familias habían sido masacrados por el nuevo régimen en fin la tragedia de toda aquella época difícil. Salí de allí como a las tres semanas con la colaboración de un holandés que conocí y tras demostrar, con unos papeles que había servido para la Luftwaffe. Trate de vincularme a la aviación. Pero no fue posible. España estaba muy observada por los ingleses y norteamericanos y no quería poner en peligro su neutralidad sirviendo de albergue a excombatientes alemanes y mucho menos enrolándolos en su aviación.
Fue por eso que la misma Falange (movimiento político de Franco) me facilito los medios para viajar a la Argentina.”
Y así un buen día algo lúgubre en un puerto español vestido con una gabardina marrón Thyben acompañado por un agente de la falange llegaba a un barco carguero que lo llevaría al Nuevo Mundo. Una vez allí, Gerhard trabajó dedicado a la reparación de automóviles. Un trabajo que abundaba en Buenos Aires, donde cada conductor trataba de imitar las hazañas de Fangio y se chocaba. Fundo un Taller de Lámina y Pintura, alquilando una dependencia de un concesionario mayor. El negocio iba bien, pero sin embargo su corazón seguía anhelando la aviación. Cada vez que pasaba una aeronave por los cielos su mirada la seguía ansiosamente.
Un buen día el General Adolf Galland (ex comandante en jefe de la aviación cazas de la Fuerza Aérea Alemana invitado por el gobierno de Juan Domingo Perón para servir como asesor de la Fuerza Aérea Argentina) le visito en su taller y le dijo: “Thyben, lo buscan en Colombia”
El asombro de Gerhard fue notable, no tenía a nadie en Colombia; a duras penas sabia donde quedaba. Galland le explico que había una persona de apellido Königs que le recordaba de los días en el campo de prisión ingles en Kiel, y que sabia de su pasión por la aviación. Colombia, según Galland necesitaba pilotos, era un país con grandes oportunidades, además los alemanes habían hecho historia en la aviación de aquel país, valía la pena ensayar: Fue así que Gerhard vendió su taller, y dejando a su recién casada esposa atrás con la promesa de ir por ella si la cosa resultaba. Se monto en un DC-3 de PANAGRA para llegar a Colombia. Y vaya que si resulto!!! En Colombia tuvo la oportunidad de volar los aviones contra los cuales había combatido en la guerra. El Gobierno de Rojas Pinilla necesitaba pilotos. Tenían aviones, pero pocos pilotos.
La fuerza Aérea Colombiana lo contrato por dos años. Un año en Palanquero como piloto de mantenimiento de los P-47 (Thunderbolt) y luego en Cali como piloto instructor. “Fue un gran inicio de un proyecto de vida como aviador en Colombia…. Me sentí acogido con mucho cariño y había la posibilidad de hacer lo que me gustaba, volar”
“De ahí pase a volar para Aerotaxi de Avianca, ya por mas dinero, pero sin el amparo de la grata vida en las bases militares. Ya era mas por dinero…….. Durante mi segundo año de contrato nació nuestro único hijo y el dinero tomo mas importancia.”
Y fue así que Gerhard se vinculo con la fumigación aérea. Era una actividad muy deportiva, desde el punto de vista de destreza, además novedosa.
En agosto de 1972 Gerhard Thyben recibió una correspondencia proveniente de Hamburgo. El remitente firmaba con las iniciales K.H. Steinecke, otro piloto de cazas con quien había logrado hacer una gran amistad durante el tiempo que estuvo preso en Kiel, y quien después de muchos años dio con Thyben en Santiago de Cali, Colombia.
Steinecke le informaba de un libro titulado Jagdflieger (aviación de caza) que por esos días circulaba en Alemania Oriental. Se trataba de una minuciosa traducción de la edición original escrita en ruso por dos oficiales soviéticos, el coronel S.G. Korsenkow y el mayor general A.W. Woroshejkin, quienes con algunas imprecisiones y pasando por alto algunos pormenores relataban los encuentros y misiones bélicas más destacadas de varios escuadrones aéreos del Ejército Rojo en su lucha contra los hombres de la Luftwaffe.
Thyben, alentado por la noticia de que en Jagdflieger se describían las vivencias de los pilotos en el último día de la guerra, se apresuró a leer el material, particularmente la parte de los derribos en el frente oriental. Según el relato de las páginas 149 a 152, el 8 de mayo de 1945 tan sólo el grupo norte del ejército alemán ofrecía resistencia, y los puertos de Libau y Windau aún estaban ocupados por los nazis, apoyados en alto grado por la población civil temerosa de la ocupación soviética que se aproximaba.
Gerhard encontró que Korsenkow y Woroshejkin habían detallado lo sucedido en la madrugada del 7 al 8 de mayo. Describían que un convoy conformado por 26 buques (cada uno cargado con 1.500 personas aproximadamente) había zarpado desde tempranas horas hacia Occidente repleto de niños, mujeres y ancianos lituanos, así como de soldados alemanes heridos, que huían de la avanzada de las tropas de Stalin.
Cuando llegó al párrafo que contaba el encuentro de un PE-2 ruso con un FockeWulf 190 alemán supo de inmediato que se trataba de él (Gerhard había constatado en los libros de registro que aquel 8 de mayo su derribo había sido el penúltimo, no podía entonces ser otro, porque el final sucedió en Praga y no sobre el Mar Báltico).
Según leyó, ese día se impartió la orden a los mayores soviéticos Gratschew y Grigori Dawidenko, el primero un experimentado observador y éste un avezado piloto, para que encontraran la posición del mencionado convoy y tomaran las medidas tácticas necesarias para hundir los barcos, lo cual se planeaba hacer con el apoyo de la Flota Insignia de Bandera Roja, una unidad elite de aviones torpederos con bombas capaces de partir un acorazado en dos.
El relato concluía en que "los héroes de la Unión Soviética" habían fracasado en su misión de hundir los barcos y evitar la huida a Occidente, puesto que su avión fue atacado sorpresivamente por un caza alemán que volaba hacia la capitulación. Sólo hasta entonces, 27 años después de la rendición del autodenominado Tercer Imperio Alemán, Thyben supo que ese derribo, más que una victoria personal, había servido para salvarles la vida a APROXIMADAMENTE 40.000 civiles y varios soldados heridos que buscaban refugio en tierras bajo mando americano o británico.
Mientras leía, recordó varios episodios de refugiados embarcados que no tuvieron la misma suerte. Como los del Steuben, un barco alemán con cuatro mil pasajeros entre mujeres, niños y soldados heridos que fue hundido el 12 de febrero de 1945 por un submarino soviético, y los del Goya, en el que perecieron 6.666 personas que huían del cerco soviético el 16 de abril de ese mismo año.
Sin embargo, un episodio que aún lo sigue estremeciendo es el del Whilhem Gustloff, hundido en las gélidas aguas del Báltico en la madrugada del 30 de enero de 1945 por los hombres de las tropas rusas, que a bordo de un submarino S-13 lo torpedearon mientras huía a Dinamarca con 10.582 refugiados a bordo. Sólo 1.239 personas lograron sobrevivir y la tragedia superó en seis veces más a la del Titanic.
Su hazaña, sin duda, había logrado evitar una catástrofe de dimensiones aún más exageradas.
Gerhard, quien hoy tiene 80 años de edad, ha sostenido en cientos de charlas con pilotos y reporteros que su ataque al PE-2 fue producto de la confusión política del momento, pero que no se arrepiente de haberlo hecho ni de haber pensado hacer lo mismo con el Douglas Boston antes de que éste huyera. "Ese era mi deber... Obedecer las órdenes de un sistema totalitario guiado por un líder de exagerada prepotencia que había llevado a su nación a ser protagonista y víctima de enormes tragedias humanas... Eran ellos (los aliados) o yo los que debían morir, ese era el juego".
En la actualidad él y su esposa, Magda, siguen viviendo en Santiago de Cali. Tiene un hijo, Gerhard, y dos nietos. Aunque dejó de volar en 1978 es catalogado en el anuario de Encuentro de Águilas del Mundo como uno de los ases de la aviación más joven en la Segunda Guerra Mundial, y su historia ha sido publicada en el periódico local y en un capítulo del libro titulado 'FockeWulf 190, ases del frente ruso', que resume los logros alcanzados por los ingenieros y pilotos alemanes con ese cazabombardero.
En un cuarto de su casa, el que antes pertenecía a su hijo, cuelga de la pared un cuadro de terciopelo azul que él mismo construyó para exhibir una docena de condecoraciones y una fotografía suya bajando de un avión en la primavera de 1945. Gerhard dice que le sirve para recordar los dos años y cinco meses más intensos de toda su vida, los mismos que terminaron en el derribo del PE-2 y su capitulación. Se queda pensativo, recuerda a los dos pilotos soviéticos de los que alguna vez tuvo fotografías y que de no ser por él habrían escrito otro oscuro capítulo en la historia de la Segunda Guerra Mundial. "Eran ellos o yo