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En realidad, las afirmaciones de James Watson, como las de J.J. Benítez, Íker Jiménez , B.B. King, Isaac Asimov, la bruja Lola o mi tía Eufrosina deben analizarse del mismo modo. Por un lado, ciertamente la experiencia tiene un peso que no podemos descontar (pero que tampoco podemos convertir en argumento de autoridad para obnubilarnos). Es decir, si Íker Jiménez habla de cómo hacer negocio con lo falsamente misterioso, si B.B. King habla de la interpretación del blues en guitarra o si mi tía Eufrosina pronuncia una conferencia sobre las mejores recetas de lomo al horno, uno presta más atención porque hablan de lo que saben. En cambio, si mi tía Eufrosina hablara sobre la Revolución Francesa, si B.B. King hablara sobre las corrientes pictóricas del medievo o si Íker Jiménez hablara sobre astronomía, paleoantropología, criminalística, historia del arte o parapsicología, seríamos más cautos, pues resulta aparente que estas personas están entrando en terremos de los cuales no tienen tanta información.
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Bien, Watson sabe de genética, fundó la disciplina. Es asesor de un centro que investiga la expresión de 20 mil genes en el cerebro
del ratón adulto, y encabeza el
Laboratorio Cold Spring Harbor, pero los propios directivos de ese laboratorio de estudios sobre cáncer y genética se apresuraron a declarar "Cold Spring Harbor Laboratory no se ocupa de ninguna investigación que pudiera siquiera usarse como base para las declaraciones que se le atribuyen al dr. Watson".
Entonces, le hacemos al doctor James Watson, premio nobel de medicina y fisiología, maestro de generaciones y hombre respetado que acaba de publicar sus memorias como científico, lo mismo que le preguntamos a un barrendero sin título, a un cocinero o a un empleadete de la televisión que vive con los pelos de punta: "¿cómo lo sabe?" y "¿puede probarlo?"A don James lo tratamos ni más ni menos que como tratamos a un pavo como Bruno Cardeñosa: queremos saber cómo sabe lo que dice que sabe. Durante cuatro días, hasta el laboratorio que encabeza se ha desmarcado de sus absolutamente imbéciles afirmaciones racistas, pero lo único que ha ofrecido Watson como "prueba" es su creencia de que en unos "diez años" se descubrirán los genes de la inteligencia y le darán la razón, y se ha callado ante los miles y miles de periodistas que quieren preguntarle de dónde sacó tamaña burrada racista.
O sea, lo que podemos concluir de momento no lo sabe y no puede probarlo.
Por tanto, la afirmación de Watson sólo puede ser calificada igual que calificamos a las niñas fantasmas de Íker, los estudios de Bruno sobre la historia de la mesoamérica prehispánica y las caras de cemento de Pedro Amorós: basura intelectual emitida para llevar agua a su molino, producto de una creencia irracional perniciosa y una muestra de falta de ética que lo pone a la altura de los vendedores de piedras de Ica y dinosaurios guanajuatenses. Y se aplaude que diversas universidade y museos británicos hayan cancelado las conferencias que tenía que dar Watson en los próximos días para promover su libro de memorias. Ojo, no estamos a favor de la censura en modo alguno, y yo personalmente estoy dispuesto a defender el derecho de James Watson a decir lo que piensa, sin importar que yo opine que sus ideas son repugnantes, pero no estoy de acuerdo que se le permita usar tribunas que no están diseñadas para eso, del mismo modo que los paraninfos universitarios y los observatorios y planetarios no están para que un vivillo haga alertas ovni en ellas.
Dónde deja eso a los demás descubrimientos y trabajos de Watson? Exactamente donde estaban. Lo que ha probado está probado sin importar que fuera él quien lo probó, y sus estupideces son estupideces sin importar que él sea famoso.