Me acabo de follar a una mora. No os lo digo para daros envidia, no. Lo digo para compartir con vosotros el asco que siento. Me doy asco, me siento sucio, degradado, ultrajado, con ganas de llorar o gritar de rabia y desesperación, ¿Dios, pero qué estoy haciendo con mi vida?
Ni quince minutos he estado con ella, a pesar de que la he pagado media hora, pero es que no podía, me daba más repugnancia yo que ella.
La he comido el chocho, olía raro, como a moro o yo qué sé, no quiero ni pensar en ello. Después se la he metido por el culo, su sucio culo de mora. Ese puto acento que se mete por los tímpanos y taladra el cerebro como una melodía demoníaca. Un cuerpo como de camella, desgarbada, con el culo caído, tetas caídas, cargada de hombros y celulítica perdida.
No sabía que era mora hasta que la he visto y la he oído hablar en persona. Por teléfono no me he percatado del pastel.
Me he duchado con la esperanza de quitar de mi cuerpo el olor a inmundicia y fracaso, pero no sale, sigo sintiendo ese tufo a perdedor. Más bajo es difícil que pueda caer.