Eso es así.
En Sevilla lo tradicional hoy es precisamente el plagio, o sea, la apariencia por delante de la esencia, el parecer en lugar del ser. Y el problema es que ésto ha llegado hasta los más jóvenes y se ha colado como quien no quiere la cosa en las redes sociales. Los feisbu y tuiter han servido para propagar la ambición de figurar, acuñando el vocablo que define a los sevillanitos de hoy: "el postureo".
En Sevilla hay quien no puede vivir sin el escaparate. Sin la platea ni los palcos. Que llega la Semana Santa, me mato y pago un ojo de la cara por tener una silla en buen sitio para sentarme y ver discurrir la cofradía. Pero no porque sea allí donde mejor se vea el paso, sino porque ahí es donde lo verán situado la gente, motivo suficiente para que se dispare su ego y engorde la polla para envidia del resto. Que viene la feria, a muerte con los colegas, que no les falte de nada, que para eso he pedido un préstamo personal y el que solicité el año pasado para ir al Rocío ya está a punto de liquidarse.
Sevilla es el paraíso en todo esto, lo que va más allá de las clases sociales y las edades. No hace falta tener una edad determinada o dinero para ello. Existe postureo de patilla ancha y todoterreno, de los que van inventando que se habían criado en el cortijo de su abuelo. Pero ya me buscaré otra cosa si no puedo aparentar en eso, aunque tenga que vestirme de funambulista para meterme de costalero y fardar de haber sacado tres Cristos y Cuatro Vírgenes en dos días y tener un postillón en el cuello. El paro que no cesa y que nos hunde en la miseria, pero que no me falte la cervecita a medio día en el Tremendo por decir un sitio y la tapa de caracoles ahora en este tiempo.
Pura pose