No concrepo del todo. Sí, la oferta actual de ocio doméstico es incomparable con, p. ej., la de los principios y mediados de los 90, mi época adolescente, pero lo que entonces dictaba si me quedaba enclaustrado eran exclusivamente las ganas de escapar o de continuar mi arresto domiciliario voluntariamente, no hay más. Si querías quedarte en casa, por lo que fuera, siempre podías tener tu pequeña tele en la habitación, tus libros, tu música, tus videojuegos. Sin ser obviamente la Jauja que es el ocio actual, había opciones. Pero lo normal, en mi caso, es que tuviera ganas de aventura, ya no por ligoteo, que también, sino por ampliar horizontes, probar nuevas cosas, experimentar, ver hasta qué punto podía distorsionarse tu entorno un sábado noche con la peña hasta las cejas de todo. Ver el mundo desde otra perspectiva que no fuera la puta rutina de casa-colegio-casa cinco días a la semana. Y para mí eso fue vital, el hecho de conocer gente diferente, ver que otros estilos de vida eran posibles, relajar el ojete y descubrir que el mundo es mucho más de lo que te han contado tus padres; salirte de la puta disciplina, joder. Desfasar, sentir un poco de libertad para variar. Y para eso no me era necesario salir en pandilla, de hecho me resultaba mucho más disfrutable y versátil salir solo.
Para recogerse y leer a Dickens siempre había tiempo, pero, en mi caso, los findes eran para otra cosa. Que luego tenía mis épocas de introspección y no me sacabas ni a rastras de mi cueva, pero en general se puede decir que a esas edades hay que salir, coño, hay que correr riesgos, probar drogas, conocer doncellas, meterte en peleas, tirarte por el suelo de la risa, hacer el ridículo, pasar por comisaría, perderte en la noche sin saber quién coño eres ni qué cojones significa esta puta vida a la que te han traído unos padres que ya hace años que no te escuchan.
No?