Mis veranos con Lorena. Vol.2 "La gorda, los muchachos y el juicio"

Onvre

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14 May 2011
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Veo que se ha movido el hilo al rapiñas. Este volumen tiene poco de ligoteo y más de tonterías mías. Me vais a tirar mierda por un tubo porque me ha quedado algo largo; quiero soltar toda la caca ahora y no después. Gracias a Dios la lectura es opcional, y si lo leéis y os arrepentís pues os jodéis, qué queréis que os diga. En el siguiente tendré mi despertar sexual y ya al final rajaré sobre la etapa universitaria (Se vino a Madrid a estudiar) en dos maravillosos volúmenes que incluyen mi etapa punk Destroyer, mi caída al abismo y mi resurgimiento.

Aquí un link al volumen anterior. Volumen 1



Llevaba sin verla desde Semana Santa. No quería quedarme en Madrid, no quería ir a la playa con mis padres, ni a ningún otro lado. Quería ir con Lorena. Mi padre condujo hasta Talavera y acabamos en un café/restaurante desayunando churros. Los vasos eran de cristal naranja duralex, las mesas parecían de colegio y los cristales estaban grises, llenos de mugre. La gente estaba sudando en el bar desde primera hora de la mañana y una niebla de humo de cigarrillo atizaba los pulmones. En aquella época todavía se podía fumar en los bares y a mi padre le importaba un cojón que chupase humo, la vida no era un paseo y había que acostumbrarse a tragar con la mierda de otros. Pero había algo en ese ambiente decadente que me acabó gustando, una dureza innata de la región que mi padre había heredado, y que yo aun hoy estoy intentando emular. Quizá por eso todavía recuerde aquel sitio.

El padre de Lorena apareció por la puerta, me despertó con un par de manotazos en la espalda, éste era su bar, su sitio. Seguramente mi padre y él se pasaban las noches en los buenos años de ese antro. Al acabar de desayunar fuimos andando hasta su piso. Él cargaba con mi maleta porque como vimos en capítulos anteriores, yo era un maricón.

Lorena y su madre estaban en la cocina aun en pijama, desayunando, en tazas de hierro de esmalte rojo, nosotros tuvimos de esas en casa, pero las habíamos cambiado, quizá los vasos de cristal no hubiesen llegado a esa ciudad de mierda, a lo mejor no tenían dinero para nada mejor. Había otra chica, de la edad de Lorena, con el pelo rizado y gorda. Desde debajo del pijama le asomaba algo de tripa, recuerdo que me dio bastante asco.

— Esta es Sara, va a mi colegio/instituto.

— Hola

— Pa’ ti mi cola.

Ellos siguieron desayunando, y el padre de Lorena me sentó en el sofá. Estaba orgulloso de la tele, fruto de haberse roto la espalda trabajando. Primero creí que iba a poner los dibujos o algo, pero se puso a rajar de la tele de los cojones para demostrarme que con el trabajo duro y el sudor se podía conseguir cualquier cosa, pero a día de hoy con algo más de cabeza, pienso que el hombre quizá sólo quería enseñarme la única posesión que le hacía seguir madrugando todas las mañanas, ese pequeño capricho que hacía que el infierno en el que vivía mereciese la pena. Estaba hecho de otra pasta que su mujer y seguramente se hubiesen casado porque la dejó de Lorena al poco tiempo de empezar a salir. La televisión era un icono. Evidentemente a mis 10-11 años no pensaba eso, yo solo quería ver los Pokémon.

Me quedé dormido con los dibujos y me desperté en el asiento de atrás de un coche, maniatado por un cinturón, acosado por lorzas sudorosas y rizos mojados. Sara estaba a mi lado, presionándome sobre la puerta, y en el otro extremo Lorena. Quería hablar con ella, sobre todo lo que me había pasado desde semana santa, sobre las cosas que íbamos a hacer, de la Game Boy que me habían comprado mis padres y el Pokémon Rojo, que lo estaba petando por aquel entonces. No pude; una bola de grasa con pelos estaba ahí, molestando, asfixiándome, todo habría acabado si el padre no hubiese echado el cerrojo; podría haber abierto la puerta y arrojarme a la libertad del asfalto. ¿Quién cojones era Sara y qué hacía ahí?, ¿de verdad iba a venir al pueblo con nosotros? En ese momento fui consciente de que las cosas no iban a ser iguales.


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Mi abuela me había comprado el abono de la piscina, que había vuelto a abrir ese año. Me lo explicó, pero como yo era un desagradecido y un egoísta no le presté atención.

Comencé a ir a la piscina con ambas, pero ya no estábamos solos, había más niños, un grupo de unos 5 o 6. No quería salir de mi zona de confort todavía albergaba esperanzas de poder volver a pasar tiempo con Lorena a solas, pero estaba creciendo y yo era un extraño e infantil en su mundo preadolescente; ellas hablaban de sus cosas de clase, de sus profesores, de sus compañeros y a mí me sonaba a chino todo eso, no formaba parte de su mundo. Quería bañarme, pero no podía; la gorda no quería quitarse la camiseta y a Lorena le dolía la tripa, más tarde me diría por qué. Reuní fuerzas necesarias y me bañé solo.

Como dije en el volumen anterior, mi pueblo está en un valle, había algo onírico en ese lugar que contrastaba con Madrid. Las montañas se elevaban y eran testigos privilegiados del pueblo, y ahí estaba yo, en el centro la piscina, rodeado de todo aquello; la puta naturaleza hamijos. Años después leería en la Crítica del Juicio sobre “lo sublime” y esa imagen se asociaría de forma permanente al concepto. Un balón de Nivea cayó en la piscina junto a mí, y como es natural empecé a jugar con el resto de “los muchachos”, sin apartar la mirada de Lorena y su amiga, que seguían a lo suyo. Estaba muy decepcionado.

Estuve con “los muchachos” el resto del día, lo habría pasado mejor aún si no hubiese sido por unas ganas incontrolables de mirar a Lorena, de acercarme a ella y llevármela de allí para recuperar todo el tiempo perdido, pero ahí estaba, riéndose como una imbécil con la gorda de su amiga. Mi cabeza era un nido de pájaros, Odi et amo.

— ¿Es tu novia? — preguntó “Muerdecabezas”, líder de “los muchachos”.

— Es mi mejor amiga — respondí honestamente.

— No puedes tener una mejor amiga chica, jaja. — rio un chico anónimo. Con más razón de la que debería tener un crío a su edad.

Pero no me sentaron bien aquellas palabras, había algo malo y oscuro en todo eso que se escapaba a mi entendimiento. Ellos no lo entendían; lo que teníamos ella y yo era especial. Sin embargo, todo ese tiempo lo pasé con estos chicos salvajes; era entretenido, a pesar de ese trasfondo oscuro.

Sara volvió a Talavera: se quemó con el sol y tenía el culo a tope de caca por beber agua del grifo. Por fin estábamos solos, volvimos a dar paseos durante horas, le enseñé cómo clonar a Mewtwo en el Pokémon, y hablamos, fue ahí, en un tono más serio cuando me contó sus primeros problemas sangrantes; cuando escuché lo que era la regla pensé: “Ni puta idea de qué es eso, así que Betadine y listo”.

Que le diesen por culo al mundo, a “los muchachos” también, estaba al fin con ella.

Espera un momento, ¿por qué me contó lo de la regla?



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— Eh, Onvre — dijo Muerdecabezas.

— Ah, hola. — contesté a un grupo de 5 chicos de “los muchachos”, todos ellos en bici.

Ese día había salido del pueblo con Lorena, le había contado lo que había sentido en la piscina e íbamos a un sitio que me quería enseñar, un bosque a las afueras. Pero “los muchachos” nos andaban persiguiendo desde que habíamos salido del pueblo.

— ¿Por qué te vas con ella?

— Sí, eso, tienes que elegir, o ella o nosotros.

— No nos juntamos con chicas.

Empezaron a torturarnos con insultos y risas burlonas, ¿Por qué tenía que escoger?, ¿acaso eran opciones excluyentes? La decisión fue evidente y comenzaron a acercarse, yo a retroceder. Muerdecabezas me agarró de la cabeza y comenzó a mordérmela, mientras yo le curtía el lomo a puñetazos, me pareció una eternidad. Cuando vi que se acercaban los otros salí corriendo con Lorena. Ellos no lo olvidarían, yo por desgracia sí.

Aquella tarde fui testigo del lugar más bello de mi pueblo. En un bosque con encinas y castaños, al final de éste había una pequeña catarata, una garganta por la que caía agua formando un lago no muy grande, todo ello rodeado de matorrales y alguna encina, era una escena que sólo se ve en las películas. Olvidé el asunto con la gorda, olvidé la marca de los dientes del chico en el colodrillo, ese era nuestro momento, nuestro lugar. Allí mismo nos dimos nuestro primer beso. Lorena agradeció de esa manera que la hubiera escogido a ella, por encima de “los muchachos”, de haberme enfrentado a ellos. Todo eso había merecido la pena.

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Lorena volvió a Talavera. ¿Y ahora qué?, pues a jugar a la Game Boy. Cada vez que pensaba en ella sentía un agradable calor en el estómago, no era tan fuerte como un ardor, pero sí era similar. ¿Es esto querer a alguien? No he vuelto a sentir nada igual con ninguna otra chica, si eso es amor, ella fue la primera y la última.

Unos días después de que Lorena se fuese uno de “los muchachos”, con el que me llevaba mejor, me invitó a cenar barbacoa en su casa, me contó lo orgulloso que estaba de mi por haberle curtido el lomo a Muerdecabezas. Bueno —pensé— después de todo quizá no había sido tan grave la pelea. No recuerdo exactamente por qué lo rechacé, el chico me invitó aun así a ir “después de cenar”, a eso sí que accedí.

Al llegar a la casa estaba la madre del muchacho recogiendo la mesa, me dijo que se habían ido, así que empecé a buscarlos por el pueblo. Tras unos minutos buscando les encontré en las escaleras de la Iglesia. Sentados a los lados de ésta, como si de una ceremonia se tratase.

—Hola, Onvre, te estábamos esperando. — Dijo Muerdecabezas, en lo alto de las escaleras.

— ¿Para qué? — pregunté nervioso.

— Porque hoy es tu juicio.

Todos comenzaron a reírse, y Muerdecabezas dijo algo así:

— El tribunal de “los muchachos” te declara, Onvre, culpable de traición, ¿algo que decir en tu defensa? — exclamó.

Uno de los chicos se me acercó y me agarró del brazo. De nuevo presión, agobio y ganas inmensas de patearles la cara a todos. Tenía que salir de ahí. Me revolví y comencé a pegarme con el que me tenía agarrado hasta que me soltó, luego salí huyendo.

Aquella noche lloré. Yo no era un traidor. (Sino un gran maricón).

Durante el resto de mi estancia en el pueblo no volví a salir de casa, me pasé el Pokémon Rojo. No volvería a ver a Lorena en dos años, el primero me quedé en Madrid, el otro fui a la playa con el señor y la señora Onvre.

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