Jose David
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- 2 Jul 2006
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“¡Jose David!, que cojones haces, ¿Dónde te metes?. Estas desaparecido, hijo de puta. Vamos, vístete que nos vamos por ahí a ligar”.
Así, de esta manera tan sencilla, empezó ayer la cosa. Esta vez puse mi coche, que estaba recién encerado y con las llantas nuevas, y quería fardar un poco. Así que los recogí a todos en el sitio de planificación estratégica: La bolera. Y allí, tomando algo, hicimos planes para ir a una disco nueva, inmensa de grande, cara de cojones y con un nivel de hembras que ya quisieran muchos olfatear en los míseros pubs de siempre.
Allí fuimos. Tres amigos dispuestos a follar, o al menos a tontear algo, o a emborracharse, elijan la opción, ellos ya tenían en dedo en la tecla C.
Llegamos, era tempranito. Un colega sugirió ir antes al Club de alterne que había en esa misma localidad, tomar algo allí y tal…
Le miramos con asco, “esas cosas hacen llorar al niño Jesús”, le dije, el otro se rió, nunca había oído esa expresión, jeje.
Sacamos la entrada, el portero, con sus rayos láser oculares y su micro detector de metales acoplado a su polla, nos escaneó las tetas y el resto del cuerpo a todos y nos dejó pasar. Sólo hizo una leve indicación a uno de ellos: esa chaqueta no combina nada con la camisa, una camisa a rayas requiere un color sobrio y… bueno, no os aburro.
Entramos, los tres mosqueteros, dispuestos a comerse a todo lo que se moviera y no tuviera pene.
Directos a la barra, como si lo hubiera visto, oye. Nada, lo de siempre, cubata. Yo un Burn… me pusieron un Burn, voy aprendiendo.
Miramos el panorama, había hembras, muchas, pero jovencitas, era temprano aun, ni siquiera la una de la madrugada. Sin embargo, allí… ¿era posible?. Si, lo era, un grupito de treintañeras, con su puntito, sus kilitos pero muy muy bien llevados. Me fijé en una bajita, pelo teñido, así de un color poco común, mirada pícara… Dios, era hermosa.
Sin decir nada, me dirigí a ellas. Llevaba años sin hacer algo así, no lo dudéis. Con esa intención de conocer a esa chica, y con nada más en la cabeza, las saludé. Pero ahora ya no estaba en mi semblante el “hola, soy un amargado misógino que le echa la culpa a las mujeres de no mojar el churro, así que fóllame”. No… ahora era más bien “hola, soy YO, el amigo de mis amigos, el relajado, el tranquilo, el conversador… EL AMIGO DE LAS FORERAS”.
La miré, me miró, me aceptaron.
- Perdona, ¿cómo te llamabas?.
- Jose David. (le di ese nombre realmente, no sé porqué).
Hablamos de la disco, de lo bien decorada que estaba, de lo cara que resultaba, de donde eran, de dónde era yo, del extraño tatuaje que ella llevaba en el omóplato, del tiempo, de su pelo, de sus ojos, de mi chaqueta, de la gente, de Internet, de sus ojos, de mis zapatos, de la vida, DEL FORO, de sus ojos…
La acaricié y sonrío, pero su mensaje era claro, “no va a pasar nada”. Sonreí, mi mirada lo decía todo también “ya lo sé, y no me importa”. Nos relajamos, hablamos… de cocina, de los hombres, de las mujeres, de sus ojos…
“Soy casada”.
Me dio morbo. No me preguntéis porqué, pero me dio mucho morbo. Jamás he hecho yo nada con una mujer casada, jamás he provocado una infidelidad. No me habría sentido bien, no era lo mío.
Me dio morbo. La deseaba, y ella lo sabía. Me reí. ¿De qué te ríes?. De la vida, Verónica, de la vida, que es muy rara. Sonrió, y empezamos a tontear.
Entonces llegó uno de mis amigos, con un pelotazo de cuidado. Se acopló, o intentó acoplar presentandose por su cuenta, a MI chica, a sus amigas, reclamando mi atención. Lo miré sonriente, “ya no estamos en la misma honda”, pensé, vaya puta mierda, mañana será al revés, pero hoy, amigo mío, eres tú quien estás jodido, eres un perdedor. Muérete.
Y se dio la vuelta, para ir a morirse de asco en una esquina de la disco.
Empezamos a besarnos. Fue sin buscarlo, sin pensarlo, nos comimos a besos mientras alrededor esa música estridente y absurda sonaba, mientras sus amigas cuchicheaban escandalizadas y haciéndose las dignas, mientras mis amigos, pretendiendo felicitarme, pero claramente muertos de envida, me observaban a mi, a las mujeres, a la vida en general. Me gustó eso, me gustó ella, quería MÁS.
- Vámonos de aquí.
Ella asintió, sorprendiéndose a si misma, sorprendiéndome a mi.
Nos fuimos, pensé en mis amigos… muy brevemente. Soy un cabrón, si, lo soy, ASÍ SEA.
La llevé a mi coche y buscamos un sitio tranquilo. Nos comimos a besos, la desnudé despacio, sin prisa alguna, me desnudó despacio, excitada.
Nunca he hecho esto con nadie.
- Te creo - y si no, me la suda, te deseo igual - yo TAMPOCO.
Empecé, por puro hábito, a tomar el control, pero no me dejó. Sonreía, le divertía saber que me tenía allí, claramente excitado. Y lo estaba, estaba en sus manos. Habría hecho cualquier cosa que ella me pidiese.
Me tumbó con los asientos totalmente extendidos, se situó encima. Saliva sobre mi miembro. Caricias con esas manos deliciosas, con esos largos dedos. Me estaba volviendo loco. Sostuvo la base de mi pene, las venas se hincharon, se puso inmensa, más saliva, sus dedos deslizándose deliciosamente por mi pene, girándolos como una auténtica experta. Iba a morir de placer. Se mojó los labios, estaba caliente viéndome así. Era algo increíble, para los dos.
La metió en su boca, me chupó, me lamió, la sacó. Jugaba conmigo, gemía ya de placer, estaba perdiendo la razón.
Entonces se situó encima de mi, y al hundirme en ella noté que estaba mojada. Su coño estaba perfectamente depilado, mi pubis recordado y libre molestos pelos. La cogí de las caderas y llegué a estar más unido a ella que nunca.
- Deseaba esto – me dijo.
Yo no necesité contestar, o contesté, mejor dicho, besando su cuello, lamiéndolo. Me susurró que no le dejase ninguna marca. Mi miembro se endureció más aun. Era mía y yo era suyo. Se rió bajito, y sentí esa voz suave y morbosa llegar hasta el centro de placer de mi cerebro. No podía soltarla por nada del mundo.
Con nuestras miradas nos dijimos todo. “Voy a evitar correrme, porque quiero ver como te corres tú primero, entregándote a mi”. Ese juego implicaba dos cosas. La primera que íbamos a retrasar nuestro propio momento, los dos, haciendo que eso durara. La segunda, que íbamos a hacer todo lo posible porque el otro se corriera. Mimos, lametones, caricias, besos (que besos, dios, un baile de lenguas y labios, de deseo y gemidos y juegos pícaros), deslizarnos mientras mi miembro no dejaba lubricarse de nuevo y de nuevo con la vagina de mi nena, de mi amante, de mi vida en ese momento.
Y se prolongó durante tanto tiempo que perdí la noción de las cosas. Me cuesta llegar, he practicado el control del orgasmo durante años. Ellas se corren antes, era un axioma para mi, lo tenía asumido. Pero ella también lo había practicado, o eso parecía al menos. Jugaba con su placer sin dejar que la dominase. Empecé a sentirlo, el gusto fuerte. A gemir gravemente. Ella se excitó entonces más aun, empezando a perder por primera vez el control.
Si nos hubieran dicho en ese momento que lo que hacíamos no estaba bien, que debíamos parar, que lo dejáramos. Los habríamos mandado a todos al infierno, fueren cuales fueran las consecuencias para los dos. Nos deseábamos como amantes morbosos, era más que sexo, era una auténtica comunicación de un chico y una chica de misma edad, era una lectura de mentes simultánea. Era el vicio y el delirio.
Creo que yo le gustaba más de lo que ella misma estaba dispuesta a admitir, y eso mismo la ponía caliente… para mi.
Creo que me gustaba más de lo que yo mismo habría sospechado siquiera, y eso mismo me convertía en su amante perfecto.
Empezamos a gemir a dúo. Los besos eran ahora picos y lametones mutuos, nuestros sexos se deseaban de manera rotunda. Me quería para ella. LA QUERÍA PARA MI. Iba a derramarme. Iba a correrse.
La mirada. Me lo había dicho anteriormente, ella no tomaba nada para evitar el embarazo, y NO debía quedarse embarazada. Yo estaba cargado de semen, y sabía que tarde o temprano tenía que salir de ella. Estaba sintiendo ya el preorgasmo. Aquello no podía durar.
“Un poco más”. Me volvía loco y lo sabía, gemía y sonreía, “un poco mas”. Más aun, iba a venirme dentro de ella, no lo podía controlar ya… “un poco más”. Un gruñido de éxtasis de ella, cogiéndome por sorpresa, precedió al abrazo mortal de sus piernas alrededor de mi cintura. Me estremecía de gusto… y ocurrió.
Un chorro de esperma, seguido de otro, y otro más. Empecé a llenarla. Abrió los ojos asustada, empujé y se pusieron en blanco por el placer. Otro más, leche caliente Verónica, para ti, toda para ti, dentro de ti. Se corrió salvajemente mientras mi miembro lubricado por flujo vaginal y semen hacía el recorrido una y otra y otra vez. Hasta que el mundo entero se apagó y nos quedamos ahí, abrazados y agotados.
No contaré nada más, lo otro, los besos, la ternura, la entrega, es demasiado íntima.
La dejé junto a su coche. Un último beso, la promesa de que nunca mas repetiríamos aquello… su móvil.
Mis amigos estaban en la puerta de la disco, sentados en las escaleras, todo cerrado y muerto. No mediamos palabra, subieron a mi coche que olía a calor y a sexo reciente, y volvimos a casa. Quejas por una parte, recriminaciones de que casi deben coger un autobús de vuelta, enhorabuenas forzadas y sin pasión, requerimiento de detalles. No oía nada de eso, solo los gemidos de ella resonando en mi cabeza. Solo sus labios, sus piernas, sus manos, su cara, su sonrisa…
P.D. Cuento esto por si alguien me pregunta porqué no me conecté ayer y tal…
P.D.D. También, por curiosidad, me gustaría saber vuestras experiencias con mujeres casadas, percutador tenía alguna por ahí, creo… ¿alguno ha hecho algo así alguna vez?.
Así, de esta manera tan sencilla, empezó ayer la cosa. Esta vez puse mi coche, que estaba recién encerado y con las llantas nuevas, y quería fardar un poco. Así que los recogí a todos en el sitio de planificación estratégica: La bolera. Y allí, tomando algo, hicimos planes para ir a una disco nueva, inmensa de grande, cara de cojones y con un nivel de hembras que ya quisieran muchos olfatear en los míseros pubs de siempre.
Allí fuimos. Tres amigos dispuestos a follar, o al menos a tontear algo, o a emborracharse, elijan la opción, ellos ya tenían en dedo en la tecla C.
Llegamos, era tempranito. Un colega sugirió ir antes al Club de alterne que había en esa misma localidad, tomar algo allí y tal…
Le miramos con asco, “esas cosas hacen llorar al niño Jesús”, le dije, el otro se rió, nunca había oído esa expresión, jeje.
Sacamos la entrada, el portero, con sus rayos láser oculares y su micro detector de metales acoplado a su polla, nos escaneó las tetas y el resto del cuerpo a todos y nos dejó pasar. Sólo hizo una leve indicación a uno de ellos: esa chaqueta no combina nada con la camisa, una camisa a rayas requiere un color sobrio y… bueno, no os aburro.
Entramos, los tres mosqueteros, dispuestos a comerse a todo lo que se moviera y no tuviera pene.
Directos a la barra, como si lo hubiera visto, oye. Nada, lo de siempre, cubata. Yo un Burn… me pusieron un Burn, voy aprendiendo.
Miramos el panorama, había hembras, muchas, pero jovencitas, era temprano aun, ni siquiera la una de la madrugada. Sin embargo, allí… ¿era posible?. Si, lo era, un grupito de treintañeras, con su puntito, sus kilitos pero muy muy bien llevados. Me fijé en una bajita, pelo teñido, así de un color poco común, mirada pícara… Dios, era hermosa.
Sin decir nada, me dirigí a ellas. Llevaba años sin hacer algo así, no lo dudéis. Con esa intención de conocer a esa chica, y con nada más en la cabeza, las saludé. Pero ahora ya no estaba en mi semblante el “hola, soy un amargado misógino que le echa la culpa a las mujeres de no mojar el churro, así que fóllame”. No… ahora era más bien “hola, soy YO, el amigo de mis amigos, el relajado, el tranquilo, el conversador… EL AMIGO DE LAS FORERAS”.
La miré, me miró, me aceptaron.
- Perdona, ¿cómo te llamabas?.
- Jose David. (le di ese nombre realmente, no sé porqué).
Hablamos de la disco, de lo bien decorada que estaba, de lo cara que resultaba, de donde eran, de dónde era yo, del extraño tatuaje que ella llevaba en el omóplato, del tiempo, de su pelo, de sus ojos, de mi chaqueta, de la gente, de Internet, de sus ojos, de mis zapatos, de la vida, DEL FORO, de sus ojos…
La acaricié y sonrío, pero su mensaje era claro, “no va a pasar nada”. Sonreí, mi mirada lo decía todo también “ya lo sé, y no me importa”. Nos relajamos, hablamos… de cocina, de los hombres, de las mujeres, de sus ojos…
“Soy casada”.
Me dio morbo. No me preguntéis porqué, pero me dio mucho morbo. Jamás he hecho yo nada con una mujer casada, jamás he provocado una infidelidad. No me habría sentido bien, no era lo mío.
Me dio morbo. La deseaba, y ella lo sabía. Me reí. ¿De qué te ríes?. De la vida, Verónica, de la vida, que es muy rara. Sonrió, y empezamos a tontear.
Entonces llegó uno de mis amigos, con un pelotazo de cuidado. Se acopló, o intentó acoplar presentandose por su cuenta, a MI chica, a sus amigas, reclamando mi atención. Lo miré sonriente, “ya no estamos en la misma honda”, pensé, vaya puta mierda, mañana será al revés, pero hoy, amigo mío, eres tú quien estás jodido, eres un perdedor. Muérete.
Y se dio la vuelta, para ir a morirse de asco en una esquina de la disco.
Empezamos a besarnos. Fue sin buscarlo, sin pensarlo, nos comimos a besos mientras alrededor esa música estridente y absurda sonaba, mientras sus amigas cuchicheaban escandalizadas y haciéndose las dignas, mientras mis amigos, pretendiendo felicitarme, pero claramente muertos de envida, me observaban a mi, a las mujeres, a la vida en general. Me gustó eso, me gustó ella, quería MÁS.
- Vámonos de aquí.
Ella asintió, sorprendiéndose a si misma, sorprendiéndome a mi.
Nos fuimos, pensé en mis amigos… muy brevemente. Soy un cabrón, si, lo soy, ASÍ SEA.
La llevé a mi coche y buscamos un sitio tranquilo. Nos comimos a besos, la desnudé despacio, sin prisa alguna, me desnudó despacio, excitada.
Nunca he hecho esto con nadie.
- Te creo - y si no, me la suda, te deseo igual - yo TAMPOCO.
Empecé, por puro hábito, a tomar el control, pero no me dejó. Sonreía, le divertía saber que me tenía allí, claramente excitado. Y lo estaba, estaba en sus manos. Habría hecho cualquier cosa que ella me pidiese.
Me tumbó con los asientos totalmente extendidos, se situó encima. Saliva sobre mi miembro. Caricias con esas manos deliciosas, con esos largos dedos. Me estaba volviendo loco. Sostuvo la base de mi pene, las venas se hincharon, se puso inmensa, más saliva, sus dedos deslizándose deliciosamente por mi pene, girándolos como una auténtica experta. Iba a morir de placer. Se mojó los labios, estaba caliente viéndome así. Era algo increíble, para los dos.
La metió en su boca, me chupó, me lamió, la sacó. Jugaba conmigo, gemía ya de placer, estaba perdiendo la razón.
Entonces se situó encima de mi, y al hundirme en ella noté que estaba mojada. Su coño estaba perfectamente depilado, mi pubis recordado y libre molestos pelos. La cogí de las caderas y llegué a estar más unido a ella que nunca.
- Deseaba esto – me dijo.
Yo no necesité contestar, o contesté, mejor dicho, besando su cuello, lamiéndolo. Me susurró que no le dejase ninguna marca. Mi miembro se endureció más aun. Era mía y yo era suyo. Se rió bajito, y sentí esa voz suave y morbosa llegar hasta el centro de placer de mi cerebro. No podía soltarla por nada del mundo.
Con nuestras miradas nos dijimos todo. “Voy a evitar correrme, porque quiero ver como te corres tú primero, entregándote a mi”. Ese juego implicaba dos cosas. La primera que íbamos a retrasar nuestro propio momento, los dos, haciendo que eso durara. La segunda, que íbamos a hacer todo lo posible porque el otro se corriera. Mimos, lametones, caricias, besos (que besos, dios, un baile de lenguas y labios, de deseo y gemidos y juegos pícaros), deslizarnos mientras mi miembro no dejaba lubricarse de nuevo y de nuevo con la vagina de mi nena, de mi amante, de mi vida en ese momento.
Y se prolongó durante tanto tiempo que perdí la noción de las cosas. Me cuesta llegar, he practicado el control del orgasmo durante años. Ellas se corren antes, era un axioma para mi, lo tenía asumido. Pero ella también lo había practicado, o eso parecía al menos. Jugaba con su placer sin dejar que la dominase. Empecé a sentirlo, el gusto fuerte. A gemir gravemente. Ella se excitó entonces más aun, empezando a perder por primera vez el control.
Si nos hubieran dicho en ese momento que lo que hacíamos no estaba bien, que debíamos parar, que lo dejáramos. Los habríamos mandado a todos al infierno, fueren cuales fueran las consecuencias para los dos. Nos deseábamos como amantes morbosos, era más que sexo, era una auténtica comunicación de un chico y una chica de misma edad, era una lectura de mentes simultánea. Era el vicio y el delirio.
Creo que yo le gustaba más de lo que ella misma estaba dispuesta a admitir, y eso mismo la ponía caliente… para mi.
Creo que me gustaba más de lo que yo mismo habría sospechado siquiera, y eso mismo me convertía en su amante perfecto.
Empezamos a gemir a dúo. Los besos eran ahora picos y lametones mutuos, nuestros sexos se deseaban de manera rotunda. Me quería para ella. LA QUERÍA PARA MI. Iba a derramarme. Iba a correrse.
La mirada. Me lo había dicho anteriormente, ella no tomaba nada para evitar el embarazo, y NO debía quedarse embarazada. Yo estaba cargado de semen, y sabía que tarde o temprano tenía que salir de ella. Estaba sintiendo ya el preorgasmo. Aquello no podía durar.
“Un poco más”. Me volvía loco y lo sabía, gemía y sonreía, “un poco mas”. Más aun, iba a venirme dentro de ella, no lo podía controlar ya… “un poco más”. Un gruñido de éxtasis de ella, cogiéndome por sorpresa, precedió al abrazo mortal de sus piernas alrededor de mi cintura. Me estremecía de gusto… y ocurrió.
Un chorro de esperma, seguido de otro, y otro más. Empecé a llenarla. Abrió los ojos asustada, empujé y se pusieron en blanco por el placer. Otro más, leche caliente Verónica, para ti, toda para ti, dentro de ti. Se corrió salvajemente mientras mi miembro lubricado por flujo vaginal y semen hacía el recorrido una y otra y otra vez. Hasta que el mundo entero se apagó y nos quedamos ahí, abrazados y agotados.
No contaré nada más, lo otro, los besos, la ternura, la entrega, es demasiado íntima.
La dejé junto a su coche. Un último beso, la promesa de que nunca mas repetiríamos aquello… su móvil.
Mis amigos estaban en la puerta de la disco, sentados en las escaleras, todo cerrado y muerto. No mediamos palabra, subieron a mi coche que olía a calor y a sexo reciente, y volvimos a casa. Quejas por una parte, recriminaciones de que casi deben coger un autobús de vuelta, enhorabuenas forzadas y sin pasión, requerimiento de detalles. No oía nada de eso, solo los gemidos de ella resonando en mi cabeza. Solo sus labios, sus piernas, sus manos, su cara, su sonrisa…
P.D. Cuento esto por si alguien me pregunta porqué no me conecté ayer y tal…
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P.D.D. También, por curiosidad, me gustaría saber vuestras experiencias con mujeres casadas, percutador tenía alguna por ahí, creo… ¿alguno ha hecho algo así alguna vez?.