nikilauda rebuznó:
Quizá el no reconocimiento del mariconeo latente puede llevar a experimentar con el puterío.
Estoy totalmente de acuerdo con esa teoría. Tuve mi primera experiencia homosexual con 17 ó 18 años, ya no me acuerdo, quizás fuese antes. Todo está un poco borroso en mi mente porque la guardo en lo más profundo de mis recuerdos. No suelo airearla mucho por vergüenza.
Una noche nos fuimos los colegas y yo al pueblo de al lado porque eran las fiestas. Yo era un joven inocente que aún no sabía de la misa la media. Bebí de los minis de cerveza y fumé hierva como el que más, todo era super chachi, recuerdo que esa noche se me presentó una chavala que se parecía mucho a mi amor platónico de la EGB. El caso es que al volver al pueblo, cinco en un coche porque no todos teníamos posibles para tener coche propio, uno de mis colegas y yo nos fuimos por la misma calle porque eramos vecinos. No sé cómo ni cómo no, pero mi amigo me convenció para que fuéramos a una esquina a fumarnos el último peta antes de acostarnos y sin querer queriendo empezaron los tocamientos y el mariposeo por parte de mi amigo. Yo estaba atónito pero por culpa de las drogas y el alcohol no pude resistirme.
Me llevó a las afueras del pueblo, y debajo de una encina nos cominos las pollas a turnos. Primero yo a él. Recuerdo el olor y sabor a meado al arrimar el hocico al glande. Estaba blandito y calentito, después de unos chupadas ya no sabía a meados y me la metía con ganas hasta la campanilla. Mi amigo me susurro que sólo lamiese el capullo, le hice caso porque todo lo que hacía era pura improvisación de novato.
Después me la chupó él a mí y antes de meterse mi joven y virgen polla en su boca me dijo aquello de: " cuando te vayas a correr avisa". Pero no lo hice y me corrí como un bendito en su virtuosa boca. ¡Que gustazo, la mejor corrida de mi puta vida!
Luego me puso a cuatro patas, yo ya me dejaba de manejar por aquel macho y me sentía como una ramera con ganas de rabo duro. Intentó meter su polla por mi ano, recuerdo la primera sensación al notar la punta de una polla entre mis nalgas. Me hizo cosquillas, la piel de las cachas es muy sensible y notaba como aquella polla intentaba abrirse camino entre mis apretadas nalgas.
No entraba, aquello no entraba y yo me encorvaba como una gata primeriza. Mi amigo empujaba con cariño y fuerzas a la vez pero no entraba.
Me vino un momento de lucidez y le dije a mi amigo que lo dejara, que no me molaba aquellas historias. Me pidió que le diera yo a él. Se puso a cuatro patas e intente meter mi polla por su ano pero sin ningún entusiasmo. Le dije que no podía, que lo dejáramos ya.
Nos subimos los pantalones y nos fuimos a casa, él con toda la camiseta manchada de mi lefa y yo con un regusto en la boca raro.
Recuerdo que justo al llegar a mi calle vi a lo lejos a mi viejo que venía de cogerse una melopea y apreté el paso para no coincidir con él al entrar en casa. No quería que mi padre se diese cuenta de que olía a semen.
Después de aquella noche jamás volví a tener ninguna relación sexual más con aquel amigo, y estuvimos durante muchos años saliendo juntos de juerga. Jamás hablamos de aquel asunto, ni al cabo de los años cuando nos quedábamos solos en el coche preparándonos las rayas de coca lo mentamos.
He contado esta anecdotilla de mi adolescencia, y sabida es mi afición por la mujeres prepago, para que veáis que la teoría de Nikilauda no está carente de sentido y consistencia. Yo siempre me he tenido por un gay reprimido. Sí, todos los puteros lo somos, Torbe probablemente también.