En toda película se precisa de un momento confesión-catarsis donde el protagonista "desnuda su alma" y nos permite descubrir los mecanismos oscuros que gobiernan sus actos. Sentado junto al fuego con un camarada, en la consulta de un psiquiatra o con un taxista de Usera al volante camino de un polígono industria, el actor principal comienza a evocar, en una especie de monólogo místico, algún suceso significativo que nos permite viajar hasta la génesis de toda la trama. Normalmente tienen como paisaje la infancia, algún recuerdo donde un padre ya fallecido adquiere el papel de profeta, de evangelizador, de totem que a partir de ese momento fija y explica todas las pulsiones posteriores.
"Fue el día que cumplí diez años. Mi padre me había prometido que como regalo me llevaría de caza con el a los bosques de Fallwater, Nebraska. Aún era de noche cuando cargamos la furgoneta y nos echamos a la carretera. Al llegar a las montañas todavía no había amanecido. Era un camino que serpenteaba colina arriba, muy estrecho, circundado por una maleza como tentáculos de bestias que devoraban el asfalto. Al doblar una curva algo se cruzo con rapidez por delante de los faros, pero no con la suficiente como para evitar el golpe. Notamos un crujido y como pasábamos por encima. Mi padre frenó y volvimos andando unos metros hacia el cuerpo que se convulsionaba en la oscuridad. Era un hembra ciervo, muy joven bellísima, con el costado completamente abierto y trémulo, resoplando y arañando con las pezuñas la grava. De la boca colgaba una sangre espesa y brillante como estalactitas siniestras. Sin decir nada mi padre fue hacia la furgoneta, regresó con la escopeta cargada y me la puso en las manos. "Hijo este animal esta sufriendo como no debería sufrir nadie. Puede tardar horas en morir. Hay que hacer lo que hay que hacer. Apunta a la cabeza y todo irá bien". Hice lo que mi padre me dijo mientras los ojos del aquel animal agonizante y los míos entraban en conexión. Me quedé paralizado. No era miedo ni lastima, era placer. Noté la fuerza de la erección en mi entrepierna. Joder, aquello parecía un volcán a punto de explotar. El olor a muerte, a dolor, a sufrimiento me envolvían como un orgasmo, era algo puro, un éxtasis canibal que me dominaba. "Tranquilo hijo, concéntrate, se un hombre y haz lo correcto. Eres muy valiente, estoy muy orgul..." Entonces se quedó callado. Se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, vio muy cara, vio mi entrepierna erizada y mis ojos. Me quitó la escopeta, volvimos a la furgoneta y regresamos a casa. No volvimos a hablar en todo el viaje. A mitad de camino mi padre se puso a llorar. Fue la única vez que le vi hacerlo. Desde aquel día mis padres cerraban con llave la puerta de su habitación cada vez que se iban a dormir."