Dos cositas: Una, que con este hilo queda constatado lo que yo ya sabía hace tiempo. Que sois todos una panda de mierdecillas venidos a más por unos estudios de mierda en un país donde hasta el más tonto tiene un título de mierda que no le vale ni para limpiarse el culo. Muertos de hambre que han tragado mierda a espuertas para subir un puto peldaño social mientras que lo anhelado está tres o cuatro más arriba. Ya inalcanzable, pero gracias a Dios está el foro para sentirse alguien.
Y la otra, a los trece años aprendía a apretar los dientes, a tragar bilis, a reprimir mi furia, a aceptar mi suerte, a aguantar con carros y carretas, a sufrir para sobrevivir, a maldecir mi sino, a transformar el sufrimiento en energía útil para tirar para delante. Deslomamientos, hernias, ciáticas, deformación de la columna por sobresfuerzo a edades tempranas, broncas, malas caras, desprecio, insultos y todo un mundo de vejación en la Extremadura profunda donde además tenías que dar las gracias al señorito por el jornal. Todo por la sopa boba, una sopa calentita de pan duro mojado en agua con pringue y de condimento un ajo y un huevo, en los fríos inviernos, y un gazpacho fresquito en verano.
Cuerpo fino, un gordo no se puede agachar a quitar hierba, ni es ágil, ni rápido, ni tiene nervio para seguir el ritmo agropecuario de la dehesa. ¿Calor?, ¿habéis pasado calor, decís? Hijos de puta, yo no es que haya pasado calor, es que mi cuerpo se ha adaptado hasta tal punto que mis gigantes orejas son una adaptación al medio para refrigerar el calor estival de los llanos de secano, donde canta la chicharra al mediodía y el horizonte se difumina por el calor, como una metáfora del porvenir. ¿Habéis estado alguna vez agachado cogiendo pimientos de sol a sol? Un día y otro día, y otro día, y otro día. Que la primera semana piensas que lo mejor es morirse y acabar con todo el sufrimiento innecesario. Pero que a las siguientes semanas llega un punto donde estás mejor agachado que erguido. Con los dedos llenos de padrastros y llagas que cada vez que rozabas con algo te subía un dolor, como un pinchazo nervioso que corría por todo el brazo hasta desembocar furioso en las muelas en sobretensión de apretarlas. El lomo frío, del aire, porque todo el día agachado es lo que tiene, que el lomo se enfría de aguantar las corrientes de aire. El calor, el frío, la lluvia; el agro no se detiene por pamplinas de ciudad. O cosechando espárragos, escarbando con las manos en la tierra, para extraer del terruño el preciado turión que había que tratar como oro en paño para que los alemanes disfrutasen del fruto de la tierra del país sureño en vías de desarrollo llamado España. Acarreando una puta caja que pesaba más que la puta foca de vuestras novias, con los pies hundidos en la tierra ardiente y polvorienta.
Pero por aquel entonces a nadie le importaba una puta mierda el trabajo infantil en las Hurdes y demás comarcas de las miseria. Queda mejor preocuparse por los niños que cosen balones Nike en el quinto coño, ¿verdad?
O vareando olivos en diciembre, en pendiente, entre canchales tuercetobillos. Con una niebla de esas que se te meten en los huesos y que ya nunca sale, porque también te cala el alma. Ves a los señoritos pegar tiros a 100 metros en las mismas fincas de 1.000 hectáreas, con su ropa de cazadores de El Corte Inglés, sus 4x4, su secretario que les carga la escopeta, su porte altanero, sus rostros satisfechos, con sus mostachos para hacer cosquillas en el chumino a las rubias con fulares de pashmina y chaleco a cuadro escocés y botas de amazona a juego. Que maldices mil veces tu mísera vida y rezas para que te peguen un tiro y allí mismo te entierren para siempre.
Mi chepa, no es genética, no. Es fruto de reventarme a trabajar cuando aún no me hacía pajas todos los días. Que ni estaba formado aún, que así no te puedes criar recto si te empiezan a castigar el cuerpo con los huesos aún blandos. Mi cara como un guante de cuero viejo, no es por genética, no. Es la huella indeleble que deja el aire del páramo, que curte el rostro dejando la marca de los desheredados, los olvidados. Mi carácter taciturno y huidizo, un rasgo propio del perro apaleado.
Normal que no pueda ahora mirar a las mujeres, si de niño me enseñaron a no levantar la vista del surco cuando pasase la hija de la señora, si me enseñaron a humillar la mirada ante la señorita, a no mirar con lujuria, a no incomodar con mi soberbia, a estar calladito y en mi sitio, un escalón por debajo siempre. Me inculcaron la creencia que eso no era para mí, que eran cosas inalcanzables, intocables, indeseables. Claro, ahora recojo el fruto de lo sembrado; complejos de inferioridad y traumas que me ayudan a no olvidarme de quién soy y cual es mi sitio. No sea que un día me dé por querer trepar y abandonar mi casta.
Un trabajo de mierda no puede ser de tres días, ni para pagarse los estudios, o una puta guitarra, o para salir de marchuqui. No, hijos de puta de barrio con ínfulas. Para que sea un trabajo de mierda no tienes que ver la luz al final del túnel, no puedes dejarlo porque es lo que te da de comer a ti y a tu puta familia de desgraciados, no puedes renunciar a él ni tampoco lo has elegido, es algo impuesto. Impuesto por el destino y aceptado con resignación. Dormir por agotamiento es una bendición, porque aún se le puede dar una vuelta de tuerca que vosotros jamás habéis atisbado ni de lejos; el no dormir de cansancio. Sí, panda de maricas, cuando llegas y te tumbas en el jergón y de puto cansancio y entre calambres de piernas, pesadez de hombros, dolor de cabeza del golpe de calor, el run run del tractor y de fondo los ecos de las voces del patrón; no descansar ni dormir esperando a la madrugada para seguir sufriendo en directo lo que tu mente recrea en la oscuridad. Porque los traumas se sufren de día, a plena luz, pero no es hasta la noche que se graban a fuego en lo más profundo de la memoria. Es la noche la que marca, la que afianza los recuerdos, la que consume el alma y lo oscurece. El cuerpo sufre el día y el espíritu la noche.
No quiero enrollarme más, seguid contando vosotros vuestra moviditas de cuando os rompisteis una uña al colocar la tapa de la bola del ratón, o bueno, esa otra putada de que no te abran la puerta del portal cuando llevas las manos cargadas con un puñado super pesado de folletos del lidl.