Alano
Asiduo
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Aunque aquí hay que postear desde la mentalidad más huraña y antisocial posible, que es la moda, yo me lo paso de lujo en las comidas de empresa; solo una vez hicimos cena, sin erótico resultado. Vamos muchísimos, no todos por supuesto, inclusovan algunos de los que ya se han jubilado.
Es un gran momento para enterarte, entre vino y vino, de todas las puñaladas y piques que ha habido a lo largo del año entre unos y otros. Observas como cada cual se sienta con su camarilla, en grupos estancos; y si alguien tiene la mala suerte de sentarse allí, sin ser de su agrado, se podría cortar la tensión con un cuchillo. Hay gente sin grupo propio, que deambula por la sala entre plato y plato, o va a fumar, por evitar ese ambiente espeso. En los cigarros también se forman camarillas y ves al típico solitario, haciendo como que llama por el móvil.
Cuando llega el momento del café y las copas, ves como los que estaban más incómodos comienzan a marcharse. Otros aprovechan la ocasión para intentar hacer amistad con los responsables o con la bella reina de los mares que ha llegado nueva. Me gusta más los que hacen el ridículo en la segunda opción, porque siempre suelen rodearlas entre cuatro o cinco, a cual más carcamal, proyectando una imagen de quinceañeros (de los de nuestra época) que dan más risa que pena.
Me gusta también charlar con los jubiletas, a los que no has visto en los últimos cinco o diez años, hablando como si te conocieran de toda la vida; esos que antes, por su edad, se sentaban con su propia cuadrilla.
Es un gran momento para enterarte, entre vino y vino, de todas las puñaladas y piques que ha habido a lo largo del año entre unos y otros. Observas como cada cual se sienta con su camarilla, en grupos estancos; y si alguien tiene la mala suerte de sentarse allí, sin ser de su agrado, se podría cortar la tensión con un cuchillo. Hay gente sin grupo propio, que deambula por la sala entre plato y plato, o va a fumar, por evitar ese ambiente espeso. En los cigarros también se forman camarillas y ves al típico solitario, haciendo como que llama por el móvil.
Cuando llega el momento del café y las copas, ves como los que estaban más incómodos comienzan a marcharse. Otros aprovechan la ocasión para intentar hacer amistad con los responsables o con la bella reina de los mares que ha llegado nueva. Me gusta más los que hacen el ridículo en la segunda opción, porque siempre suelen rodearlas entre cuatro o cinco, a cual más carcamal, proyectando una imagen de quinceañeros (de los de nuestra época) que dan más risa que pena.
Me gusta también charlar con los jubiletas, a los que no has visto en los últimos cinco o diez años, hablando como si te conocieran de toda la vida; esos que antes, por su edad, se sentaban con su propia cuadrilla.
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