Cimmerio
La Diva Caprichosa
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Ave, escoria:
En primer lugar, dejar claro (no prístino) que este hilo no va de balance vital sobre la tercera década de los foreros. No es un balance para treintañeros y su existencia. Nein.
Mi vida, como España, va bien.
Así que esto no va de llorar por cosas del estatus socioeconómico soñado y no obtenido; de la duración de la convalecencia tras una noche de jauja pasada cierta edad, o de que a los treinta, ese río llamado Vida tienda al cauce habitual donde el humano se busca las castañas. De lamer y de comer.
De eso no va.
Este hilo va sobre los hamijos. Los de la vida real. Así que son más o menos bienvenidos todos aquellos que alguna vez hayan tenido cerca otros sucnors a los que considerar sus iguales.
Tengo 33 años en er pesho. Y pasada la treintena, comprendo que mis amigos se arrodillen ante los dictados del convencionalismo del pack Imagenio + Coche + Gorda / Máquina de reñir + vivienda + boda...
Vale. Eso me la suda. ¡Que les aproveche!
Lo que no entiendo es por qué me acabo de dar cuenta de que la hamistaz apesta por tantas razones como amigos tenga uno.
Resulta que uno se tira la vida compartiendo
pupitre,
barrio,
taras,
alcoholismo,
viajes,
asistencia a funerales,
zorras,
peleas,
parrilladas,
trabajo,
videojuegos,
música,
libros de rol,
tragaperras,
ropa,
confesiones,
ideología política (o no),
millones de buenos ratos y trillones de penas, para que de repente, uno llegue a la conclusión de que está mejor sin ellos.
¿Por qué?
Porque básicamente, los amigos están ahí cuando tienes algo que les interesa. Sea pasar la tarde, pillarse un moco nivel Boris Yeltsin.
Para que les ayudes a hacer un CV o muevas los hilos para conseguir cualquier cosa que ellos no han podido conseguir. Para, después de siglos de amistad, te enteres de que se ríen a tu espalda en unos casos. Y en otros, en tu puta cara...
Otras veces ni eso. Dejan de llamar porque no les cuadra. No les cuadra a esos mismos que levantaste en horas bajas. Esos mismos por los que te liaste a dar puñetazos al aire a ver si acertabas alguno contra su agresor, mientras ellos cortaban clavos con el culo.
Esos mismos que moqueaban y sorbían porque la novia de turno jugaba a béisbol con su corazón, cartera y dignidad. Y uno que es buen amigo, les sacaba a tomar la fresca para olvidar el aroma de la vagina de sus carceleras.
Si se les moría la abuela, el perro o sus putas madres, allí estaba yo el primero.
Guardándoles secretos muy jugosos como una tumba a cambio de una puñalada trapera, aireando mis confidencias delante de meros conocidos/saludados.
Amigos variados de todo tipo y condición que tras cada viaje que hacía al extranjero, sabían que siempre me acordaba de ellos y les traía algo guapo. Nada de baratijas.
Es caso es que luego, y eones después, te enterabas de sus viajes por el extranjero, y ni una triste piedra.
Egoístas, desagradecidos, tacaños y traidores. Judas estaría orgulloso de todos y cada uno de ellos.
La mayoría, alérgicos a la lectura, se descojonaban con mis ocurrencias y me admiraban por ser una esponja de datos (útiles o no). Y es que en el mundo del Marca, el que tuerto es el rey.
Les ayudaba a ver, a comprender, a no ser unos putos ignorantes por culpa de su mala cabeza o tendencia a vaguear. Les animaba a dejar su zona cómoda para dejar de ser unos fracas sin horizonte.
Pero parece ser que las palabras que ni entendieron jamás ni entenderán fueron honor, amistad y hermano.
¿Amigos? No, gracias.
En primer lugar, dejar claro (no prístino) que este hilo no va de balance vital sobre la tercera década de los foreros. No es un balance para treintañeros y su existencia. Nein.
Mi vida, como España, va bien.
Así que esto no va de llorar por cosas del estatus socioeconómico soñado y no obtenido; de la duración de la convalecencia tras una noche de jauja pasada cierta edad, o de que a los treinta, ese río llamado Vida tienda al cauce habitual donde el humano se busca las castañas. De lamer y de comer.
De eso no va.
Este hilo va sobre los hamijos. Los de la vida real. Así que son más o menos bienvenidos todos aquellos que alguna vez hayan tenido cerca otros sucnors a los que considerar sus iguales.
Tengo 33 años en er pesho. Y pasada la treintena, comprendo que mis amigos se arrodillen ante los dictados del convencionalismo del pack Imagenio + Coche + Gorda / Máquina de reñir + vivienda + boda...
Vale. Eso me la suda. ¡Que les aproveche!
Lo que no entiendo es por qué me acabo de dar cuenta de que la hamistaz apesta por tantas razones como amigos tenga uno.
Resulta que uno se tira la vida compartiendo
pupitre,
barrio,
taras,
alcoholismo,
viajes,
asistencia a funerales,
zorras,
peleas,
parrilladas,
trabajo,
videojuegos,
música,
libros de rol,
tragaperras,
ropa,
confesiones,
ideología política (o no),
millones de buenos ratos y trillones de penas, para que de repente, uno llegue a la conclusión de que está mejor sin ellos.
¿Por qué?
Porque básicamente, los amigos están ahí cuando tienes algo que les interesa. Sea pasar la tarde, pillarse un moco nivel Boris Yeltsin.
Para que les ayudes a hacer un CV o muevas los hilos para conseguir cualquier cosa que ellos no han podido conseguir. Para, después de siglos de amistad, te enteres de que se ríen a tu espalda en unos casos. Y en otros, en tu puta cara...
Otras veces ni eso. Dejan de llamar porque no les cuadra. No les cuadra a esos mismos que levantaste en horas bajas. Esos mismos por los que te liaste a dar puñetazos al aire a ver si acertabas alguno contra su agresor, mientras ellos cortaban clavos con el culo.
Esos mismos que moqueaban y sorbían porque la novia de turno jugaba a béisbol con su corazón, cartera y dignidad. Y uno que es buen amigo, les sacaba a tomar la fresca para olvidar el aroma de la vagina de sus carceleras.
Si se les moría la abuela, el perro o sus putas madres, allí estaba yo el primero.
Guardándoles secretos muy jugosos como una tumba a cambio de una puñalada trapera, aireando mis confidencias delante de meros conocidos/saludados.
Amigos variados de todo tipo y condición que tras cada viaje que hacía al extranjero, sabían que siempre me acordaba de ellos y les traía algo guapo. Nada de baratijas.
Es caso es que luego, y eones después, te enterabas de sus viajes por el extranjero, y ni una triste piedra.
Egoístas, desagradecidos, tacaños y traidores. Judas estaría orgulloso de todos y cada uno de ellos.
La mayoría, alérgicos a la lectura, se descojonaban con mis ocurrencias y me admiraban por ser una esponja de datos (útiles o no). Y es que en el mundo del Marca, el que tuerto es el rey.
Les ayudaba a ver, a comprender, a no ser unos putos ignorantes por culpa de su mala cabeza o tendencia a vaguear. Les animaba a dejar su zona cómoda para dejar de ser unos fracas sin horizonte.
Pero parece ser que las palabras que ni entendieron jamás ni entenderán fueron honor, amistad y hermano.
¿Amigos? No, gracias.