Yo no se si es que no amo o qué, pero me parece que ese atontolinamiento no cabe, bajo ningún concepto, en un amor maduro. Eso me pasaba con 16, con 17, pero ahora con 31 me da a mí que no lo voy a volver a sentir jamás. O sí, que nunca se sabe.
El amor de verdad, el amor más maduro, es algo mucho más profundo, hace un ruido más sordo, más de fondo, subyace en todos los actos, y muy al contrario de lo que dices, te da más fuerza, más valor, más energía. Es lo que te hace levantarte de un salto y con una sonrisa, es lo que hace que el sol de primavera siente mejor cuando te da en la cara, es lo que hace que todos tus actos tengan un nuevo fin. Te encamina, te centra, te pone un norte claro, sabes por fin quién eres y para qué todo esto. Da, en una palabra, un sentido nuevo a la vida. Nuevo y poderoso.
Yo no se, os lo juro, si aún amáis como colegiales o que. No, no lo entiendo. O eso, o yo me equivoco de cabo a rabo. O puede que aún no hayáis pasado la primera fase del amor, en la que nos ponen un babero y lo empapamos.
Me da mucha pena, mucha, que la educación emocional de hoy día prime al instante de baba, al alienamiento, a la enajenación transitoria -que tiene un final- sobre lo que es el amor, que es lo que realmente viene después.
Así nos va, llamamos amor a la parte del amor que atonta. Luego vienen los "ya no es lo mismo", y la ruptura, y el dolor, y los cuernos, y el no saber qué coño hacer ni qué coño sentir. Cojones, claro que no es lo mismo, es mejor, o qué queréis, ¿la baba eterna?