Con una mujer no se puede dialogar, no hay afinidad, similitudes, puntos en común. Son dos mundos paralelos que nunca se entrecruzan. Como mucho, se puede exponer ideas propias, monólogos básicos, esperando que la otra capte algo de la esencia primordial de nuestro discurso o argumentos, pero dialogar NO.
Así, en consecuencia, no se puede hablar con una tía: todo lo más, escucharla como quien oye llover, sonriendo, hablar alguna tontería esperando que eso le haga "gracia" y permita un acceso más rápido al sexo, y poco más. No hay puntos comunes de convergencia, incluso si tenéis el mismo trabajo o participáis en un mismo grupo. Quizá, con suerte, esa mujer tenga un leve interés por algún tema del que podáis sacar breves frases durante 5-10 minutos, pero no exageremos...
Todas las inquietudes, curiosidades, gusto innato por aprender que tenemos los hombres, las mujeres se los pasan por el coño. Para ellas hay todo un mundo alternativo (y muy caro) de pinturitas, ropa, zapatitos, novelas sentimentaloides que harían llorar a cachondo, lorealismo, diversión a costa de nosotros (pero no para nosotros) y poquito más, si exceptuamos las casadas o divorciadas que, además, incluirían para vuestra "satisfacción" en el monólogo el tema de los niños.
Cualquier tema que no tenga relación con algo humano, sentimental o emocional NO interesa a una tía. Si queréis llamar la atención de alguna, tenéis que aguantar carros y carretas de mil imbecilidades sobre las discusiones con sus amigas, la última película ñona que vieron, el último libro de Coelho que leyeron, tontadas sobre la inteligencia emocional y lugares comunes de ese tipo y condición, todo ello aderezado con que además no os haga pagar sus consumiciones o lo que trague en comida. Estará más pendiente de radiografíar con un TAC visual a cualquier otra chica que pase a su lado que en lo que tú digas.
Sólo y exclusivamente si cree que merece la pena atraparte, tratará de llamar tu atención, pero no en base a la inteligencia de un buen diálogo, sino con minifaldas, roces, tacones, miradas felinas y sugerencias con un trasfondo morboso o, incluso con suerte, dejándose follar por tejer y urdir mejor la tela de araña.