Corría el año 96 y vivía en Madrid como estudiante. Que gran vida, ni un puto duro, lo que sobraba del alquiler y de rascar a la comida se gastaba en farras. Entonces ya tenia la buena percha que hoy mantengo, así que una de las formas de financiar las farras era vivir de las mujeres, en especial de mis compañeras de estudios, todas una banda de pijas hijas de papa que manejaban dinero de sobra.
Cuento esto para que entendáis el contexto lo que a continuación se narra. A ello vamos.
Una noche en bareto oscuro y con bastantes cervezas encima las cuales infunden valor marcial, conozco a una guapa señorita con cuerpazo de atleta y muy simpatía. Nos ponemos a charlar y resulta que era policía, que únicamente hacia turnos de noche y que esa noche la tenia libre. Bien. Ya me empezó a dar morbo zumbarme a la muchacha con lo de que era guripa. Me voy de farra con ella, y todo de cine, conocía a todos los porteros y camareros de los locales de Madrid, por lo que bebí gratis toda la noche. La cosa pintaba bien.
A esto que la conversación en un momento deriva a los temas culinarios. Yo le digo que como buen vasco, no se me da mal el asunto de los fogones y ella me dice que también cocina bien. Vale, ¿Y que sabes haber bien? Pregunto.
- “Hago el mejor cocido de Madrid.”.
- Coño! cocido, eso me lo tienes que demostrar-
- Venta a mi casa a comer mañana y lo veras.
- Hecho!.
Joder, que de puta madre, polvo asegurado! Triunfe!. Pienso.
Al día siguiente, me viene a buscar en su coche y me acerca hasta su casa. Allí esperaba el Cocido. Nos ponemos a comer y… Estaba cojonudo. El mejor cocido que había comido en mucho tiempo. Yo que llevaba meses comiendo de latas del todo a 100 mezcladas con arroz, se me abrió el cielo, y hay que empezaron a caer platos uno detrás de otro. Hasta 5, con sus sacramentos.
Acabamos de comer, y estaba yo como una boa después de tragarse un ternero, cuando me dice. "Te he comprado una botella de güisqui escocés, que ayer me dijiste que te gustaba".
Joder! Delante tenía una botella sin abrir de Oban. Hay que empiezo a darle al espirituoso, mientras los dos charlando, ella hablando, blao, blao, y yo entrando en un estado de semicoma tras la panzada de cocido y mas de media botella de escocés.
Al de dos o tres horas en las que casi pierdo la consciencia, la chavala se empieza a poner melosa, que si estoy muy a gusto contigo, que si tal y cual. Yo para mis adentros pensando, “no me jodas, como para follar estamos”.
Pero, milagrosamente (Cosas de la edad, hoy seguro que no pasaría) mi polla, como si tuviera vida propia independiente de mi cuerpo, empieza a funcionar. Total, me pongo a ello y dando tumbos llegamos a ha habitación. Aunque parezca que no ahí se empezó a torcer todo.
Le quito la camisa, y aparecen delante de mí unos pechos sugerentes embutidos en un sujetador de encaje. Bien. Suelto el sujetador y… Dios mío, los pezones estaban rodeados, no de vello, sino de kalandracas de dimensiones épicas.
Aquello fue demasiado incluso para la vida propia de mi polla, que empezaba a notar la influencia del cocido, y lo que es peor, de los gases de efecto invernadero que se empezaban a acumular en mi interior como efecto secundario, o terciario, diría yo, de la jamada.
Le digo que tengo que ir al baño. Me encierro y empiezo a mentalizarme, de que hay que cumplir, que soy de Bilbao, cojones, y que con lo que follamos en mi pueblo, esos pelos nos los comemos con ketchup y fruición. Me digo, bah, no te fijes y ya esta, concéntrate en el coño o en el culo, que están bien.
Me la meneo un poco y cuando empieza a estar en condiciones allá que vuelvo, pero, como decía Murphy, lo que puede ir mal, ira mal.
Vuelvo a la faena y la cosa me cuesta mucho, estoy concentrado haciendo esfuerzo por superar la digestión, la borrachera, el shock capilomamario, y lo que empieza a tomar tintes trágicos, los gases que me van inflando como a un zeppelín y que, lógicamente, la falta de confianza me impide expulsar como cualquier paisano de bien haría delante de su señora.
En esto, la chavala, implicada como una posesa ya que notaba que mi asunto flojeaba y pensaba que era a causa de que ella no ponia todo de su parte, se sienta encima y me dice “A mi me gusta estar arriba” y empieza a botar como una posesa.
Pasó lo que tenia que pasar, entre sus botes y mis esfuerzos por aguantar empalmado, en una de sus acometidas relajo el esfínter y suena: “brammm! Como si el krakatoa hubiera reventado en la habitación.
Se consuma la tragedia.
El olor, fétido y nauseabundo lo invade todo, y la niña se levanta diciendo ¡Qué cabron, que cabron!.
Muerto de la vergüenza, porque incuso algún pequeño resto solidó había escapado, recojo mi ropa, y atropelladamente me visto y salí corriendo como si hubiera visto a la Santa Compaña, sin decir ni adios.
Luego volvimos a vernos, seguimos quedando alguna vez, y nos reímos mucho de aquello. Pero nunca, nunca, volvimos a tener sexo.