demasiado fácil...
Cuando uno se encuentra en el badoo con una señorita que ronda la cuarentena, soltera sin hijos y sin ganas de tenerlos, con aspecto de giliprogre y con un potencial erótico más que aceptable, lo primero que debería pensar es que se encuentra ante un hermoso ejemplar de ciclotímica o, peor aún, de esquizofrénica paranoide. Las cosas tienen su orden natural, y el Creador, que todo lo dispone para la buena marcha de los universos, nunca ha estado muy dispuesto a permitir que sus siervos le den gusto a la entrepierna con demasiada facilidad. Todos lo sabemos o deberiamos saberlo, pero el caso es que a veces uno se confía, uno se abandona y baja la guardia, y luego pasa lo que pasa.
Chateaba impecablemente, con mayúsculas y tildes inclusive, escribiendo con una velocidad que dejaba absorto, y con la más lisonjera predisposición a pasar a mayores, y uno, que no está acostumbrado a tan sutiles halagos, y menos aún en el apestoso estercolero del badoo, se sentía en armonía con el mundo. El encitamiento fue rápido y a 24 horas vista.
Cuando llegué al sitio ya me estaba esperando, apoyada en el capó de un coche y con el cuellecito muy tieso, lanzando rápidas miradas en derredor. Tras la pertinente presentación fuimos a tomar un café. Hablaba rápido y como aturullada, la cual cosa atribuí, no sin cierto candor, a una posible timidez o a lo embarazoso del momento, así que no le dí mucha importancia. La verdad es que no quería dársela. Acabados los cafeses nos encaminamos a la sala donde habían de actuar un par de cantautores en un concierto benéfico al que ella me invitó.
Sacamos las entradas, que pagó ella, y nos metimos en el local. Mientras un chico joven, con pinta de rojeras y camisa de franela a cuadros le daba a la guitarrita y se desgañitaba entonando algunas canciones-denuncia, nosotros nos fuimos a la barra y pedimos un par de copejas, que también pagó ella. Así da gusto.
No tardamos en irnos a un rinconcito íntimo y en penumbra, alejado de la muchedumbre y cercano al retrete de caballeros, y ahí echamos un ratejo metiéndonos las lenguas hasta la campanilla. Tenía la lengua seca y como salada, con un regusto extraño. A lo mejor era por mala digestión, o es que iba un poco estreñida, vaya usted a saber.
Acabado el concierto, entre vítores y aplausos del enfervorizado respetable, nos salimos y la acompañé hasta su coche, donde estuvimos otro rato y me fue dado lamer y mordisquear a placer sus turgentes mamellas, así como practicar toda clase de tocamientos inapropiados. Nos despedimos muy contentos, no sin antes invitarla a cenar en mi casa el día siguiente.
Presentóse el día de autos con puntualidad germánica y con una botella de Gran Reserva bajo el brazo, tal como me prometió. Le preparé una cena rápida y barata, muy rápida y muy barata diría yo, ya que no considero menester en estos casos el enfarragarse en engorrosos preparativos, y mucho menos gastarse los dineros, hasta ahí podriamos llegar.
Seguía como el primer día, balbuciendo y cambiando de tema de conversación de manera un tanto inconexa, pero como se la veía buena voluntad, pues se la iban pasando por alto estas pequeñas vicisitudes. Después de los copeos de rigor, sentámonos a la mesa y cenamos con mucha gana. Acabada la colación, a la luz de las velitas, me dijo no se qué de crisis de ansiedad, de problemas con la familia, y aquello tan bonito de que "ahora me encuentro muy bien", que siempre es señal cierta de que nos encontramos ante una chiflada de tomo y lomo.
Nos fuimos al sofá y empezaron las morreaciones, y pude comprobar que la boca le seguía sabiendo como el suelo de la jaula de un loro. No era momento de andarse con tonterías, asín que me puse a quitarla la ropa a pellizcos hasta que se quedó en pantyhose y con las domingas al aire, y la verdad es que daba gusto verla, tan alta como era, sin que presentase su cuerpo serrano estragos de maternidad alguna y con aquellas tetas de milagro de Lourdes, que apuntaban hacia el cielo talmente como si estuvieran rezando.
La dije, por mejor verla, que se levantara y se fuera para el centro del salón, a lo que accedió sumisa, pero no demasiado entusiasmada. Y ahí empezó el mosqueo, que fue lo que no tenía que haber empezado nunca.
Le bajé los pantys y las bragas y la tumbé sobre el sofá, y me puse a comerle el coño con gran satisfacción, deleite y aprovechamiento. Afortunadamente, el coño le sabía mejor que la boca, no olía a nada y estaba saladito y muy rico.
La muy desgraciada se limitaba a respirar un poco más fuerte de lo normal, sin un gemido ni estremecimiento con los que agradecer mis halagos, cosa que ya me empezó a molestar.
-Esto que me haces, me gusta.
Pues menuda noticia. ¿Creerán ustedes que estas son maneras? Bastante enfadadito ya, que me puse de pie y me saqué la manguera, paseándosela por la morrera por ver si se animaba, pero que si quieres arroz catalina.
-Es que eso no me gusta...
Ya me estaba poniendo negro. La agarré del brazo y le llevé a la cama, y la muy subnormal era la sumisión personificada. Se me quitaron hasta las ganas, pero había que terminar, así que empezé a bombearla con furia, y la hija de puta, con cara de estar viendo dibujos animados.
Notaba por momentos que aquel chocho, cada minuto que pasaba, presentaba más resistencia a ser taladrado, con lo cual empezó hasta a dolerme el nabo. Metí la mano por allí abajo, en busca de posibles anomalías, y puede comprobar que esta basura con patas tenía la chotera más seca que el ojo de un tuerto.
Me levanté de la cama, y pensando en señoras mayores con el culo en pompa -mi fantasía más recurrente- me la estuve zurrando unos minutos hasta que ya por fín le pude tirar la lechona por encima, a lo que protestó mucho, diciendo que aquello era una guarrada y una barbaridad y que le diera un kleenex. La dije que en el water había papel y que fuera a por el si lo necesitaba.
Me puse el batín y las zapatillas, me fui al comerdor y me puse un pelotazo de Jack Dewards. A los cinco minutos, salió de la habitación correctamente vestida, incluso con el pañuelito cuidadosamente anudado en el cuello. Sentí unas ganas incontenibles de calzarle una hostia y volverla del revés, pero me limité a encender un pito.
-Yo...yo...yo... lo que quería es un amigo.... Bueno, que me voy...
Dejé el cigarrillo cuidadosamente en el cenicero y me levanté, fui hacia el recibidor y abrí la puerta, indicándola con el pulgar por dónde se va a la calle.
-Es que nosotros no nos conocemos de nada...
Aquello era demasiao, era mucho despropósito. La agarré por las solapas del abrigo y la zarandeé violentamente. Su cara era inexpresiva, se limitó a fruncir un poco las cejas, y nada más.
Me imaginé a la secreta viniendo a visitarme al día siguiente, y eso me quitó impulsos. Sólo pude decirle:
-Eres basura.
Y cerré la puerta.
PD: La histora es verídica cien por cien, y ocurrió este viernes 25 de febrero. Si se tratase de alguno de mis relatos de ficción, como los que alguna vez he compartido con ustedes, es evidente que la habría matado. Gracias por su atención y buenas noches.