Respecto al tema de la limpieza femenina, y algo más, que de todo se habla aquí.
Una española de buena familia de Madrit. Rubia, ojos azules y tendencia a las lorzas (la única de esta tipología que he catado, y basta), licenciada en Derecho, trabajo-enchufe. Primera noche, a la cama. Follar a oscuras, lo que no consentí; pubis salvaje, natural y enredado: la primera vez que bajé, olía ligeramente a orines: la mandé al bidé ("¿por qué no te lavas un poquito, cariño?"). Educada para ser una sumisa y buena esposa, criadora de hijos. Por cierto, su familia había heredado un piso enorme, centro de la capital (con entrada de servicio), y lo acabaron vendiendo por unos cuatrocientos mil y pico de la época, previa rebaja (hablo de hace algo más de diez años).
Me comentó que había estado con uno del Opus, y que no me podía imaginar lo cerdo que era; mi natural curiosidad se anuló por completo.
Un fin de semana nos fuimos de viaje a cierta capital. Su madre le había preguntado-ordenado: "¿Pero estaréis en habitaciones separadas, no, hija mía?".
Amistades: una amiga novia de un meritocrático de escuela de negocios de otra familia bien (esto es: enchufe gordo), dueño de un chalé, Mercedes. Cumpleaños (¿Cuzco?), rodeado de una tribu de pijos, todos idénticos, superficiales y escaneando a cualquiera que -como yo- no fuera de los suyos.
Duré con ella unos meses, por la estupidez de mi polla. Yo no estaba a gusto. Era buena chica (más bien sumisa, insisto). Un sábado noche llegué a su piso, habíamos quedado. Llegué en chándal, ella maqueada, dispuesta a salir a cenar. Corté con ella, la dejé llorando. Decenas de llamadas posteriores, también llorando. Me dio pena de veras, pero lo único para lo que me hubiera servido, comprendo ahora desde mi perspectiva, sería para tener un churumbel, y dejar el tema solucionado. Habría sido un error. Enorme. Y no, por cierto, por el síndrome den alienación parental. No era justo, ni para ella, ni para el posible.