A mí en séptimo ya no me tosía nadie. En octavo tuve que soportar sobre mis hombros la responsabilidad de ser el patriarca del colegio. Sencillamente era el que partía la pana, nadie, repito, nadie osaba desafiarme. Después de muchos años trabajando y demostrando mi valía, me hice con el título de macho alfa. Sí, por un tiempo he saboreado lo que es ser un líder, un ganador.
Fui, a mi entender, un "padrino" bueno. Comprensivo y con bastante mano izquierda. Sólo tenía que imponer mi autoridad cuando algún zagal me retaba, me disputaba el trono. Jovenzuelos que en el despertar de la pre-adolescencia, tanteaban un poco el asunto y probaban fortuna. Nada reprochable, al fin y al cabo.
Pues sí, yo era el que "medía" en los partidos del recreo. Era el que hacía los equipos, era el que decidía si ese día se jugaba a fútbol o si no. Si no se jugaba, cada vez que me llegaba el balón a mí, o a cualquiera de mis acólitos; el balón salía fuera de los muros del colegio de un patadón. Nadie más podía hacer tal cosa, so pena de llevarse hostias hasta que yo comprendiese que había aprendido la lección.
Era jugador y arbitro, los penaltis, las faltas y si había salido el balón o no, eso me correspondía a mí decidirlo. Los que no acataban mi arbitraje eran severamente convencidos.
El balón lo guardaba yo, como siempre he sido de sentarme al final de la clase. El balón siempre estaba o bien a mis pies o bien a una distancia que nadie pudiese acercarse sin ser apercibido. Si un día me retrasaba, los demás se jodían. A no ser que me viniesen a pedir el balón con humildad, con respeto.
Nada, repito, nada se hacía sin mi consentimiento o sin ser informado detalladamente de la acción. Si se rayaban todas las puertas de los servicios, si se desinflaban las ruedas de los coches de los profesores, si atascaban los lavabos con papel higiénico y después se dejaba el grifo abierto, si se metía super-gluc 3 en las cerraduras, si se entraba por las noches a robar material, si se estaba sustrayendo material del cuarto de educación física, si algunos rebeldes estaban haciéndose con un zona del colegio y tratando de imponer allí una autoridad paralela a la mía. Todo, todo era gestionado por mí.
Era el que más corría, el que más saltaba, el que más lejos lanzaba la bola de hierro, el que más resistencia tenía corriendo, el que mejor jugaba a futbol; en fin, que por derechos propios era el amo. Era el más gracioso, el que tenía la última palabra, el decisor. Y bueno, el carácter, mi carácter agresivo fue lo que me convirtió en una persona respetada, supongo que temida por algunos y respetada por otros. Era un puto líder, un ser superior que por ley natural tenía que llevar sobre mis hombros la responsabilidad de velar por la convivencia entre subseres. Pero os creáis que era agresivo por gusto, no, era agresivo porque la autoridad hay que imponerla con la fuerza. Un líder tiene que hacerse respetar, y lamentablemente, algunos sólo entienden la ley de la mano dura.
Luego todo se torció, después de octavo mi vida cayó en barrena. Pero eso es otra historia.