¡Madre mía!, llevo trabajando desde las ocho de la mañana. No voy a ver a la niña despierta otra vez, y a este paso no la oiré nunca decir papá.
Mi jefe es un explotador. No comprendo a veces como puedo trabajar para esta empresa. Pero desgraciadamente tengo poco tiempo para buscar otro trabajo, y la hipoteca y el coche ahogan... y ahora encima la guardería. Por lo menos estoy mejor que muchos compañeros de la carrera, mi contrato es “indefinido”, no me he tenido que trasladar a otra ciudad y encima tengo a Mónica y a la niña. Pero claro, salir a las nueve de la noche otra vez... Por suerte la M30 no va muy cargada a estas horas y tardaré menos.
Hoy es otra noche fría y lluviosa. Me deprime el ambiente y ni siquiera la música lo puede relativizar. Siempre rodeado de coches, hormigón y por carreteras que me llevan del trabajo a la cama y nunca del trabajo a la felicidad. Si al menos pudiese vivir algo mejor, disfrutar de la vida de un padre y marido joven y de la casa que me esta sacando las muelas...
¡Y encima los malditos semáforos! .No comprendo como los sudamericanos del coche de al lado pueden llevar el volumen de la música tan alto. Además no comprendo como pueden estar tan contentos a esta hora del día.
A veces no se lo que pensar de esta oleada de inmigrantes. En mi empresa los obreros van y vienen como hormigas. No distingues a ninguno y además todos tienen una vivacidad increíble. No entiendo como pueden trabajar por tan poco dinero. No entiendo su modo de vida, sus reuniones multitudinarias, sus risas constantes, sus peleas... ¡y los móviles que tienen!
No he cambiado de móvil en dos años, y lo que aguante. Pero ellos enseguida cambian de móvil. Dicen que lo compran de segunda o tercera mano en rastrillos pero vete tú a saber. Igual son robados. No comprendo como se gastan tanto en ropa de marca y en televisores.
Sin embargo pienso que en este país existe mucha economía negra, que se aprovecha de esta gente, que vende artículos de segunda mano. Pero el ciudadano medio no sabe de donde proviene esta economía, es ignorante de ello aunque lea el periódico diariamente, porque en él sólo se ve las cabezas de turco detenidas y nunca lo que esta detrás, que es un submundo económico donde se encuentran personajes de todo tipo de nacionalidades, no se distingue entre paisanos y extranjeros, entre sangre española e inmigración.
Hace tiempo que trato de sentir rechazo por los sudamericanos, porque hasta cierto punto es injusto que un chico como yo no llegue a los tres millones de pesetas al año y ellos ganen tan sólo un millón menos en la obra. Yo tengo una carrera y ellos... bueno a veces dos, pero no todos, muchos de ellos no saben ni escribir. Pero son afables, divertidos y muchas veces aprendes bastante de su forma de ser. Y al fin y al cabo hoy el joven con corbata que va en el metro y que tiene una responsabilidad sobre tres o cuatro cuentas de clientes, tiene también que llevar el tupperware en el metro porque tampoco tiene tickets de comida con los que cuentan todos los directivos.
Sin embargo, y aunque me resulte un hipócrita y propio de un niño pijo, admiro más a mi jefe por ese saber estar que tiene, yéndose a comer con los técnicos del ayuntamiento y éstos adjudicándole obras y trabajo en cantidades industriales. Además tiene un estilo impecable, lleva un deportivo negro precioso, con el tapizado de cuero blanco y siete marchas. El hombre es bastante rácano y ha tenido problemas con algún que otro trabajador por las indemnizaciones pero hay que reconocer que tiene estilo.
No me gustaría ser como él, pero tiene la vida solucionada y el contraste de su estilo de vida con el mío, el no tener que preocuparse que un mueble valga cien euros más o menos, es lo que me lleva a admirar a un ser despreciable. Pero luego soy lo suficientemente cobarde como para no exigirle la subida de sueldo que debía de haber hecho hace tres meses a mí y a parte de mis compañeros. Puesto que además carecemos de afiliación sindical, ya que el tenerla significaría estar en la calle.
Mi jefe me trata mejor a mi que a los obreros, por lo que, por un lado mi autoestima sube, pero por otro no acabo de comprender la razón de ello. Porque por muy mal que los mire en ciertas ocasiones, ellos se juegan la vida en la obra, sin casco porque no había suficientes o sin redes de protección porque no puede haber para todos los rincones de la construcción. Yo tan sólo trato de maquillar las cuentas para que, en el fondo y pese a todo su estilo, tenga más y más millones, y tratemos de pagar lo menos posible a esos chicos. La competencia en este sector es muy dura y conseguir un contrato de cualquier entidad pública requiere de mucho dinero. Por supuesto, ves que, con esto, muy poca gente cuenta con el dinero y que en encima con el dinero que es de todos se juega, se utiliza y se disfruta a costa de los demás.
Pero, mis pensamientos se vuelven a entrecruzar con los sudamericanos. Y no entiendo porque me ha entrado esta postura tan conservadora de querer atarme solo a un puesto de trabajo y justificar el estilo y la forma de ser de mi jefe. Pero no sé si tengo miedo de perder el trabajo por si me jefe me ve hablando con los sudamericanos y cree que estoy confabulando o si es simplemente envidia por verlos tan felices. Por otro lado, se que en otras empresas se está mejor, pero no se si podré encontrar trabajo pronto, y siendo padre me duele muchísimo tener que parar de trabajar o entrar en una etapa de inestabilidad, que la mayoría de las veces acabas pagando con él que tienes al lado.
En muchas ocasiones me imagino a mi jefe en el coche, como yo estoy ahora. Y creo que lo pensará en la ropa que se tiene que comprar, en su chalet de Marbella, en llenar la cuenta corriente de su amante con tres mil euros al mes, en relacionarse con otros constructores, en meter al hijo de fulano en la oficina (con el consiguiente ardor de estómago por mi parte), y en despedir a mengano que no le ha hecho ningún comentario acerca de la corbata que se ha comprado en Serrano ayer.
Dice Serrat que de vez en cuando la vida toma con él café y esta tan bonita que da gusto verla, y entonces, cuenta Serrat, la vida se suelta el pelo y le invita a salir con ella a escena. Y la verdad es que en esos momentos, como cuando nació mi hija, o cuando disfruto en algún minuto de mi tiempo libre con un amigo, es entonces cuando te das cuenta, de que las sonrisas de los sudamericanos en el parque son vida, y les da alas para disfrutar de la semana con la que cuentan por delante.
En esos instantes, es cuando te das cuenta de que ellos luchan el día a día igual que tú, que son trabajadores, a veces explotados, otras no. Pero que en general tienen un handicap más que tú, y que intentan cambiar un mundo en el que hay que estar alerta constantemente porque los beneficios de algunos no pueden ir a costa de los demás, porque este mundo somos millones de personas, y que independientemente de nuestra nacionalidad, este mundo es algo que tenemos que cuidar entre todos.
Muchas veces, en el coche, a estas horas y ya llegando a casa, me pregunto donde estará la salida, cuando podremos ganar un poco más de tranquilidad y cuando toda la opulencia que muestran las revistas del corazón, toda la impiedad de los periódicos color salmón, todas las masacres que muestran los telediarios y todas las injusticias laborales que se dan a diario se terminen.
Cuando entro en casa Mónica esta dormida en la cama, con un libro entre los brazos. Y la niña esta tumbada en la cuna, pero con los ojos abiertos. Al verme sonríe y levanta los brazos para que la coja. Me la llevo a la cocina y veo que Mónica me ha dejado la cena preparada en la mesa. La niña se duerme en cuanto me pongo a cenar y cuando vuelvo a la habitación la dejo en la cuna, me cambio y me acuesto. Mónica, deja el libro en la mesilla, me abraza y me dice “te quiero”. Mañana volverá a sonar el despertador a las siete menos cuarto, y no se si podré volver a ver a la niña despierta, o si Mónica no estará tan cansada del trabajo y de la niña como para poder hablar algo conmigo.
Pero al menos se que los sentimientos no se pagan, y que la alegría de poder jugar con la niña no me la quita ni mi jefe. Y eso que quería que trabajase más horas todavía. Por supuesto sin pagarlas. Y entonces me pregunto: ¿cómo estarán los niños de miles de sudamericanos que están trabajando aquí?, sin ver a su padre, o a su madre, ¡o a ambos!. Porque no tienen dinero para traerlos, porque aquí no se pueden comprar un piso, porque aquí no se les paga como debería de pagarse. Y pienso que la niña de mis ojos tiene suerte porque puede ver algo a sus padres y porque sus abuelos la cuidan durante el día
He dejado mi trabajo tras dos semanas porque me deprime