Continuando con las anécdotas contaré cómo descubrí la verdad que encierra la expresión alemana "Drang nach Osten" o "Movimiento hacia el Este".
Contaba yo entonces con 17 añitos y ese verano fui a Viena en un curso de alemán. Lo cual equivale a ir a Sevilla para un curso de español: si te enteras de lo que dice la gente, es que entiendes casi cualquier dialecto del español. Pues bien, ya el primer día me di cuenta de que aquello era otro rollo. No solamente es que hubiera más chicas de mi gusto por allí (me gustan las chicas de piel pálida y sonrosada, y a ser posible rubitas). Es que encima ¡no había que rellenar una instancia para hablar con ellas! Simplemente coincidíais, si te hacía tilín le decías algo en la medio lengua alemana que sabías y por lo menos te reías un rato de tu propia carnicería lingüística con ella. Que esa es otra, cómo a los españoles les suele dar un miedo atroz hablar una lengua que no sea la suya. El valor se nos supone, bravos guerreros celtíberos.
Pues bien, tras un estupendo fin de semana disfrutando de la paz, la limpieza, la alegre decadencia y las juergas nocturnas vienesas (esos malditos bebedores de café con leche tienen más marcha de lo que muchos creen) tocaba el primer día del curso. Prueba de nivel en el Rectorado de la Universidad y luego a cada alumno le ponían en un grupo acorde con su nivel y el profesor les guiaba hasta el edificio donde darían clase. En mi caso me tocó en una maravilla, el viejo edificio de la universidad, donde Boltzmann, Heisenberg o Wittgenstein habían dado clase. Y yo, piltrafilla, iba a tratar de aprender algo de la lengua de esos maestros.
Y mientras tanto tratar de entablar conversación con la rubia fuenorra que tenía al lado. La chica más atractiva que había visto en mi puñetera vida hasta entonces, y no exagero. Por su inglés perfecto creí que sería británica, pero dos detalles me hicieron cambiar de opinión: el estilazo vistiendo (y eso que solo llevaba unos vaqueros, camiseta blanca y zapatos con bordados, pero... cómo le quedaban a la jodía). Y el nombre. Olga Dmítrievna.
ALARM, ALARM, SIE VERLASSEN DEN AMERIKANISCHEN SEKTOR!
Rusa, de Moscú. Y mientras charlábamos, y con los demás compañeros, me di cuenta que solo había 5 personas de mi edad o similar: Olga; una chica de Barcelona bastante simpática, estudiante de Traducción; una chica checa de mi misma edad, morena y bastante tímida pero guapa y amable; y un chico italiano de un par de años más.
Aquí la cagaste, diréis. Pero la Fortuna no solo me sonrió, sino que me dio un abrazo y un beso de tornillo, porque resulta que el italiano era bastante feo, más cortado que los cafés que me gustan y encima le hacía tilín la española.
3 chicas para 2 chicos, y eso era solo el comienzo. No me había visto en otra igual en mi vida.
Terminada la primera clase (la profesora también estaba de toma pan y moja, Austria es un gran país), pregunto a la gente dónde estaban sus residencias. Solo una iba a la misma que yo. Adivinen quién. Premio. Olga.
Y la cosa sigue. Resulta que yo tenía la fortuna de tener mi habitación en el ático, con terraza. Y en la terraza de al lado: Olga, Galina (una ucraniana que estaba aún más fuenorra si cabe) y una chica japonesa a la que apenas se veía.
Desde entonces, y en el mes siguiente, me di cuenta de que lo que escribió Pushkin era cierto: las mujeres eran lo mejor que tiene Rusia... y lo más peligroso.
Pero no nos quedamos en Rusia, sino que con la mentalidad del explorador, quisimos seguir conociendo chicas. Y mientras mis compañeros se dedicaban a quedar solo con españoles, yo alternaba distintos grupos. Alternancia que culminó con una noche en el apartamento de una checa y una húngara. Ellas dos y yo, solos. Todo ello tras un viaje a Praga donde pude comprobar los monumentos, tanto arquitectónicos como culinarios y humanos, que hay en la República Checa.
Imagínense lo que en mi alma apenas adolescente supuso esa revelación de un mundo nuevo. "Otro mundo fue posible". Un mundo en el que las chicas, si les gustabas, no ponían obstáculos, sino que incluso te ayudaban en el cortejo. Un mundo de relaciones, si bien con la torpeza propia de la inexperiencia, más fluidas y naturales de lo que alcanzaba a imaginar. Tras el desierto emocional de mi adolescencia, durante el cual por poco me salen callos en mis partes pudendas, me encontré con la posibilidad real de echar un polvete si apetecía. Y con chicas que físicamente son mi tipo. Porque, discúlpenme si ofendo a alguien, pero para mí ya puedes tener las tetas de Pamela Anderson que si tienes las patillacas negras de la Pantoja no me la levantan ni Grúas Lozano.
Y pido perdón a quien piense que soy un fantasma y me choteo del foro, pero lo que digo es cierto, rigurosamente cierto. Dolorosamente cierto, al volver. Porque me encontré de vuelta en el calor abrasador de Andalucía en verano, sin novia y sin follohamijas (fui virgen a Austria, compónganse la situación).
Por tanto espero que comprendan cuando digo que la caída del Telón de Acero y de la URSS es el mejor acontecimiento del siglo XX, después de la derrota del nazismo. Porque para mí personalmente lo fue.