Darkiano
Parco en palabras
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EL MARAVILLOSO MUNDO DE LOS GATOS
ANTECEDENTES:
Desde que los primeros gatos se adentraron en los cultivos humanos para cazar ratas, y los humanos establecieron de esa forma una simbiosis con ellos, los gatos han formado parte integrante de la civilización humana.
Se cree que una gata preñada se adentró en busca de alimento, o buscando un lugar seguro para parir a sus crías, en la población egipcia, siendo los cachorros de esos gatos los primeros que se criaron con la compañía humana.
Los egipcios, debido en parte a la relación simbiótica con ellos, y a su gran superstición religiosa, pensaron en los gatos como en pequeños dioses, y lejos de echarlos de sus casas, les permitieron aposentarse en ellas, tomando inmediatamente un lugar dentro de la familia.
Conocida es la costumbre egipcia de depilarse las cejas en señal de luto cuando el gato de la familia fallecía.
No voy a relatar la historia completa de los gatos en su asociación con la humanidad, pero baste saber que desde entonces hasta ahora, la relación con ellos no siempre ha sido cordial.
En la edad media, la superstición religiosa actuó de nuevo, pero esta vez en contra de estos felinos, que fueron considerados instrumentos del diablo. Eran quemados en la hoguera y se les daba muerte en cuanto eran vistos.
Recordemos que los primeros gatos, cazadores nocturnos todos ellos, eran negros, y de ahí su asociación con lo oscuro, con lo diabólico, que aun hoy, a través de sus ojos reflectantes en la oscuridad, son símbolo del miedo en muchas películas de terror.
Les costó caro, dicho sea de paso, a la civilización medieval tratar así a los felinos, pues estos mantenían a raya el número de ratas que pululaban por las calles, la cuales a su vez estaban llenas de pulgas, las cuales a su vez, transmitían la peste negra.
El resultado de matar e incluso quemar vivos a todos los gatos que encontraban, tuvo su justo castigo: un tercio de la población murió de una forma atroz.
Hoy por hoy, la relación de los gatos con los humanos es de todo punto extrema:
- O bien es adoptado en el hogar familiar, colmado de atenciones y mimado hasta la nausea.
- O bien es torturado y mutilado por los niños en las calles, y por los no tan niños por aquellos que muestran algún rasgo psicopático.
Entre un extremo y otro, no faltan los que, tras comprarlos o adoptarlos como si de un juguete se tratase, los abandonan en el primer periodo vacacional, o a la primera señal de cansancio.
Sea como fuere, el gato forma parte de nuestra civilización, y es bien sabido que no son animales a los que se pueda entrenar fácilmente para realizar cualquier tarea útil. El gato siempre establecerá una relación con los humanos en sus propios términos, y jamás aceptará una orden que no le beneficie.
Eso puede dar lugar a pensar que los gatos son animales egoístas, que van a lo suyo y no son para nada cariñosos.
También existe la creencia de que si el vecino de al lado le da mejor comida que nosotros, nos abandonará y se hará amigo de su nuevo dueño.
Y por supuesto, no falta quien dice que un gato se acercará a nosotros con la única finalidad de cubrir sus necesidades, sin importarle su “dueño” más allá de eso.
Me temo que todas esas acusaciones contra los gatos son falsas. Lo sé porque yo mismo he tenido dos gatos, y aunque por aquel entonces casi prefería a los perros, me he visto forzado a cambiar de opinión. No hay nada como un gato en lo que a mascota se refiere.
Todo empezó hace un par de años...
Mi piso está más limpio que el de la mayoría de amas de casa, eso que vaya por delante. Pero nada impidió que hace dos veranos, una cucaracha, aparecida dios sabe de dónde (probablemente de la casa del vecino de al lado), se coló por la ventana de mi habitación.
Como no son insectos de mi gusto, le di justa muerte por allanamiento de morada, pero no acabó ahí la cosa y en la semana siguiente, dos cucarachas más hicieron acto de presencia.
Compré el insecticida de rigor, pero mirando en Internet, descubrí que una vez las cucarachas han anidado en un sitio, ya es complicado que se vayan de ahí, y que aparte de una fumigación, la única y mejor solución es tener en casa un depredador de estos repugnantes insectos.
Tras darme por vencido intentando adivinar de donde provenían (ya digo que casi seguro de la casa de al lado), miré qué animal podía tener en casa con el que poder convivir y a la par asustase a los insectos para que no volviesen a hacer acto de presencia.
Y resulta que los gatos, precisamente los gatos, no sólo son excelentes cazadores de la más escurridiza de las cucarachas, sino que con el tiempo, estas se percatan de que hay un gato en casa y no vuelven a asomar las antenas por allí.
Esa misma noche soñé que tenía un gato, y ahí empezó la historia.
Como no soy un irresponsable, decidí informarme en páginas y foros, y a medida que más leía sobre estos animales, más me convencía de que un gato era la mascota ideal para mí.
Me darían compañía sin molestarme ni solicitar atenciones excesivas. Matarían a las cucarachas y con el tiempo las harían desaparecer para siempre, y me darían un entretenimiento extra que en aquella época deseaba.
Así pues, seguí informándome sobre todo lo que tuviese que ver con los gatos, centrándome posteriormente en las razas y mirando donde podía adquirir uno.
Tras mucho investigar, me decidí por un Gato Siamés, que por sus particularidades, se diferencia y mucho del resto de los gatos.
Empecé a mirar en tiendas, en páginas de criadores, y finalmente dio la casualidad que encontré un anuncio donde una familia que tenía una casa en el campo, daba en adopción varios gatos siameses de pura raza, estilo clásico de toda la vida, que era precisamente lo que yo buscaba.
Ahora hay nuevas razas de siameses, más estilizados pero que no me gustan tanto:
A esas alturas ya sabía más que suficiente para saber criar y cuidar a un gato, así que llamé y quedé en ir al día siguiente a recogerlo.
Pasé la mañana comprando los enseres necesarios, y esa tarde fui a por él, a por mi gato.
La primera vez que lo vi, con apenas un mes y medio de edad, estaba comiéndose un filete empanado en salsa, ajeno al ajetreo de niños gatos y algún que otro perro que pululaba por allí.
Yo llevaba el transportín, y tras hablar con la familia un rato, la mujer dijo “este mismo, que está más cerca” y cogiéndolo por sorpresa lo metió dentro del transportín.
El gato no soltó el filete en ningún momento, y pese a la sorpresa inicial, no protestó hasta que terminó de comerse el filete.
Yo me despedí de la familia, deposité el transportín en el asiento del pasajero y me dirigí a mi domicilio, a más de media hora de camino.
El gato ya se empezó a poner nervioso y empezó a emitir maullidos lastímeros, que debo confesar me daban bastante pena, sin duda llamando a la madre y pensando que porqué cojones lo habían secuestrado de aquella forma.
Nada más llegar al piso, lo puse en una habitación aislada, con pienso, agua, un arenero con arena limpia, y abrí el transportín.
Nada más salir, se metió bajo un sillón, aterrorizado, y allí se quedó, emitiendo de vez en cuando lastímeros maullidos, sin salir atreverse a moverse en ningún momento.
Como ya estaba prevenido, cerré la puerta de la habitación (bien ventilada por otra parte, pues estábamos en pleno verano) y lo dejé allí tranquilo, pues poco podía hacer por ayudarlo en ese momento.
Seguí con mis cosas mientras escuchaba los maullidos in crescendo del gato, que se callaba de repente para al rato volver a maullar lastimeramente.
Así pasó la primera noche.
Mi habitación estaba en el otro extremo del piso, así que personalmente a mi no me molestó ni me interrumpió el sueño.
Al segundo día, decidí entrar a ver qué tal iba la cosa. El gato seguía debajo del sillón, igualmente sin atreverse a moverse, y pese a que había estado en silencio, nada más oírme entrar empezó a maullar de nuevo con evidente terror.
Noté, eso sí, que había comido algo de pienso, y que había hecho sus cosas en el arenero, lo cual hasta me sorprendió, porque hasta entonces ese gato había meado y cagado en pleno campo y no había visto un arenero en su vida. Pero si algo bueno hay que decir de los gatos, es que son limpios.
Incluso gatos que no han estado bien cuidados, bajo el techo de gente irresponsable, han hecho sus necesidades en los sitios que ellos estimaban menos perjudiciales, como el fregadero de la cocina o al lado de la bolsa de basura.
Si un gato se mea y se caga por ahí ensuciándolo todo, es que algo malo, muy malo, le está pasando.
Decidí dejar la puerta abierta, pues aunque al principio es conveniente que el gato esté en un sitio cerrado y sin ser molestado, para que se vaya habituando poco a poco a su nuevo domicilio, luego ya se le puede dejar a que vaya explorando a su aire.
Tengo la mesa del ordenador en mi habitación, así que seguí con mis cosas, y el gato, aparte de algún maullido ocasional, no hacía el más mínimo ruido ni salía de debajo del sillón.
Debo confesar que me daba bastante lástima, pues un animal, cachorro, al que han separado de la madre de forma brusca y llevado a un sitio desconocido, sin tener la más mínima idea de lo que van a hacer con él, pues ya sé que a vosotros, monstruos, os la pela, pero a mí me daba pena el animal.
De todas formas, era eso o acabar en una perrera con una inyección letal, o peor aun, ahogado en el río por su legítimo dueño, así que no le quedaba otra que adaptarse. La vida es una mierda.
Esa noche, mientras yo seguía haciendo cosas con el ordenador, de repente veo la cabeza del gatillo asomar por la puerta, mirando con curiosidad, lo que me hizo mucha gracia, pero cuando lo miré salió corriendo de nuevo debajo del sillón.
Decidí no molestarlo y seguir con lo mío.
A la media hora volví a ver su jeta ahí asomando, pero esta vez no le hice caso. No se atrevió a entrar en la habitación, pero lo oía maullar de vez en cuando miraba dentro de las otras.
La única puerta cerrada era la del baño y la cocina, sitios donde no quería que entrase, porque además había ventanas sin ningún tipo de protección y nada me extrañaría que se hubiesen caído por ahí, tras leer sobre el “síndrome del gato paracaidista”, algo muy común de los gatos: ser unos inconscientes que confían más de lo que debieran en sus propias habilidades y equilibrio.
Al día siguiente, el gato andaba por todas las habitaciones, maullando a su aire (los siameses se diferencian de los demás gatos en que lo expresan todo “verbalmente”, son grandes maulladores y hasta te contestan maullando cuando les preguntas algo, cosa que a mí siempre me ha parecido loleante)
Cuando iba al baño o me levantaba para ir a la cocina, el gato corría hasta la habitación donde pasaba la primera noche, pero ya no se escondía debajo del sillón, se quedaba allí a las expectativa, mirando.
Hice un intento de acercarme a él, pero me maullaba como diciendo “¡¡¡no se te ocurra tocarme!!!”, así que no insistí. Le cambié el agua, le eché más pienso y retiré lo sucio del arenero, que tiré junto con la basura del día al contenedor.
Esa noche ya por fin pareció entender que yo no pretendía comérmelo ni hacerle mal, así que se aventuró a entrar en la habitación y acercarse a mí cuando quise darme cuenta, lo tenía encima de la mesa, sentado justo a mi lado mirando la pantalla, como diciendo: ¿qué cojones estás haciendo aquí todo el día? ¿qué coño es eso que estás mirando?”
Su porte casi aristocrático y su pose me hizo recordar, de alguna forma a los antiguos ciudadanos griegos, así que no me preguntéis por qué, lo bauticé allí mismo con el nombre de “Heráclito”.
Yo lo miraba y él me miraba, pero ninguno hacía gesto alguno de acercarse al otro. El porque no se fiaba todavía mucho, y yo porque si hacía algo, sabía que iba a salir pitando de allí: la confianza hay que ganársela, así que lo dejé a su aire sin molestarlo mucho.
Cuando llegó la hora de acostarme, me puse una peli y me tumbé en la cama. No tardó mucho en subirse a ella él gatillo también, y así como el que no quiere la cosa, se tumbó a mi lado a ver la peli.
Al rato, con cuidado, hice un intento de acaricarle el cuello, a ver qué tal, y antes de lo previsto ya estaba ronroneando como diciendo: “vale, te dejo, igual aquí no voy a estar tan mal después de todo”.
Esa noche dormimos los dos en la cama totalmente espatarrados y a pierna suelta.
A partir de esa noche, Heráclito fue tomando confianza, le gustaba el juego y era bastante activo, y de hecho a partir de ese momento me seguía a todas partes. Si me levantaba a las cuatro de la madrugada para ir al baño, allá que se levantaba él y me esperaba en la puerta, si iba a coger algo de fruta de la nevera, allá que se esperaba en la puerta de la cocina hasta que volvía a la habitación.
El mantenimiento que requería era mínimo: agua fresca cada día, limpiar el arenero y rellenar el cuenco de pienso, nada más.
También le compré un arañadero en los chinos, y se aficionó a arañarlo, dejando en paz el resto de muebles de la casa, excepto quizá la parte de abajo del colchón, pero viendo que no lo dañaba, lo dejaba hacer.
Y no volví a ver una cucaracha nunca más.
Eso sí, cuando tenía que salir o pasaba mucho tiempo fuera del piso, al volver notaba al gato un poco triste, solitario, y ciertamente me daba pena verlo así, pues había leído que los siameses, al contrario que otros gatos, no soportan muy bien la soledad.
Así que a las dos semanas de adoptar a Heráclito, me agencié otro gato.
Esta vez me daba igual la raza, pero quería uno como mucho de la misma edad que Heráclito, para que estuvieran en igualdad de condiciones.
Buscando, encontré a un sevillano que regalaba dos gatos machos, cachorros, uno atigrado y otro con el pelo largo pero no en exceso.
Fui a verlo y no me decidía por ninguno de los dos, hasta que el negro saltó de la cesta y empezó a jugar con los cordones de mis zapatos, así que supongo que él me eligió.
Lo llevé al piso y lo puse en la misma habitación, para que se adaptase. Pues su comportamiento era idéntico al de Heráclito en cuanto a miedo, maullidos y demás.
Al día siguiente abrí la puerta y dejé que se las apañasen entre ellos.
Como eran cachorros, la verdad es que no se llevaron muy mal, no llegaron a hacerse daño físico, aunque se tiraron cuatro o cinco día de peleas casi ininterrumpidas, que casi llamo al dueño del segundo gato para devolverlo.
Al final, parece ser que llegaron a un acuerdo y pasaron de pelearse a jugar entre ellos, dormir juntos y hasta limpiarse el uno al otro. Desde entonces se hicieron inseparables los jodíos, hasta el punto que muchas veces pasaban de mi e iban a su rollo.
Bauticé al segundo gato como “Descartes”, a saber porqué, hasta que a las dos semanas descubrí, para mi sorpresa, que no era un gato, sino una gata.
La verdad es que me jodió, porque yo no quería hembras en mi casa, pero por otra parte, “Descartes” era muy diferente en personalidad a Heráclito. Este (esta) era extraordinariamente tranquila y sumisa. Le gustaba estar tranquila y no molestaba nunca. Jamás la oí protestar por nada.
Como nunca ha habido grandes mujeres filósofas, la rebauticé como Scarlet (Johanson)
Heráclito era bien distinto, y cuando se tomó la confianza, estaba todo el día de un pesado que no veas: “juega conmigo”, “déjame ver lo que haces con el ordenador”, “dame un poco de eso que estás comiendo”, “hazme sitio en la cama que me gusta dormir más estirado…”. ¿Los gatos son independientes? Los cojones son independientes los gatos.
Pero coño, iba pasando el tiempo, y lo que en los dos primeros meses era una convivencia pacífica, sin problemas y con algún que otro LOL, se acabó convirtiendo en una relación de verdad, especialmente con Heráclito, que pasó a ser de una mascota a ser mi colega, tal cual.
Me ponía a ver Breaking Bad y en cuanto escuchaba la cabecera de la seria, allá que venía, apoyaba la cabeza en mi brazo y se tragaba el capítulo entero, maullando despreciativo cada vez que aparecía la mujer del Walter.
O me sentaba un rato con el ordenador y allá que se sentaba y miraba lo que estaba haciendo, o se echaba la siesta encima de mí con un desparpajo y una poca vergüenza que no veas.
Y luego, es que el gato era un LOL absoluto, lo tengo que reconocer. Estaba como una puta cabra y troleaba a la gata como le daba la gana.
La gata iba a su aire, se dejaba acariciar pero no parecía necesitarlo mucho, de hecho esta sí era independiente, pero se acabó ganando mi cariño porque la pobre no molestaba nunca para nada, es lo más bueno que he visto en versión gato. Nunca protestaba, y la única vez que lo hizo fue un día que se le había acabado el agua antes de tiempo y vino a avisarme con un maullido de lo más tímido.
Y así fueron pasando los meses, con una relación, tengo que decirlo, bastante satisfactoria para mi, llegando a cogerles verdadero aprecio y cariño a esos animales, que respondían más que afectuosamente, y puedo asegurar que tampoco lo hacen de forma egoísta, pues si me apetecía acariciar o jugar con uno de los dos, sólo tenía que llamarlos por su nombre, que ya estuvieran haciendo lo que estuvieran haciendo, allá que venían corriendo a satisfacerme.
Me seguían a todas partes, pese a tener siempre comida y agua, no buscando otra cosa que mi compañía, y nunca me molestaron a propósito, excepto quizá cuando jugaban a perseguirse el uno al otro.
Llegado el momento, llevé a castrar al gato, que lejos de lo que podáis pensar, no es ningún crimen atroz, sino más bien todo lo contrario. Además, pueden follar sin problemas con gatas pese a estar castrados. Doy fe.
Por motivo laborales, llegó el momento de la separación, cosa que a sabía yo que tenía que pasar, y ya tenía hablado con una amiga, que hacía poco se había ido a vivir con su novio (el piso es de los dos, pagado a medias, cosa que no se ve todos los días) y prometió hacerse cargo de los animales.
Bueno, pues lo reconozco amigos, el día que tuve que llevarlos a su nueva casa, abrazaba a Heráclito llorando como una puta maricona. Así como os lo digo.
Joder, pasé un verdadero mal rato cuando tuve que llevarlo con su dueña, y a la vuelta a mi piso pasé un par de días de lo más tristón. Ver para creer.
Y ahora, paso a contar qué tenéis que hacer para tener un gato en casa sin que se os muera en el proceso.
Continuará…
Si alguien tiene gatos y quiere contar algo de ellos, que se anime.
O siempre estáis a tiempo de poner algunas de esas fotos de gatos que tanto os gustan, ya sabéis...