Me encanta el título del hilo, delata la habilidad y el buen manejo gramatical y de expresión del hamijo y conforero Liachu, hay que felicitarle, seguro que es un monstruo de la comunicación.
Respecto a la noticia, pues parece que ya no se puede hacer ni una puta broma, luego las tipas tragan grumo de todas partes, polla que ven polla que se echan al gaznate, hasta la traquea y sin pestañear. Además, teniendo en cuenta que a muchas mujeres el sabor a lefa les encanta, y que el agua no tiene sabor, ¿no es acaso un buen estimulante de sabor el sabo dulzón?
Por contar una anécdota personal, durante mi infancia vivía en un barrio obrero, y los zagales jugábamos en las calles todo el día, especialmente en época estival, con las madres (convenientemente charificadas con sus vestidos-túnica estampados de omaita) a las puertas de los bloques de pisos, en corrillo, hasta las tantas de la noche. Unos veranos chanantísimos, con juego, alborozo y demás. Recuerdo que durante uno de esos veranos, estaba yo en la calle con unos vecinos, dos hermanos, niño y niña, con los que a veces me relacionaba, y se nos ocurrió la brillante idea de llenar de meados, escupitajos, previo paso por el entrenalgo, una bolsa de chucherías que la niña tenía y que no le apetecía comer. El plan era ofrecer esas chucherías a otros niños incautos del vecindario.
Elegimos como víctima a uno en particular, bastante bonachón, que ni nos caía mal ni nada, simplemente fue la víctima propiciatoria de una tarde ociosa en la que queríamos diversión. Todavía recuerdo las risas tras pasarme una piruleta de corazón entre las nalgas, restregándola bien por el ojete y la zona perianal, para luego colocarla en el suelo y que los otros dos niños se mearan encima. Después, para rematar todo el acto cerdaco lo cubríamos de escupitajos y finalmente, con otra bolsa de plástico la cogíamos y la introducíamos en otra bolsa con el resto de chucherías convenientemente impregnadas de nuestras excrecencias. La gracia estaba en que el niño incauto se lo comía y decía lo bueno que estaba todo, entonces le preguntábamos si quería más, a lo que decía que sí, y repetíamos el mismo proceso hasta que acabamos la bolsa. Lógicamente la "preparación" de los "condimentos de cosecha propia" no la hacíamos delante suyo, sino que lo hacíamos en nuestra calle, él vivía unas calles más abajo, y en sucesivas visitas le traíamos las viandas. Y lo más sorprendente es que al mochacho no le extrañaba tanta generosidad, todo lo que le traías se lo zampaba.
Al día siguiente, como fuimos contando la jugada entre los allegados entre risas, al final las madres, las mías y las de los dos vecinos, se enfadaron y nos castigaron bajo la acusación de que podría haber enfermado, con toda la razón, pero a nosotros nos la pelaba, nos hacía mucho jiijiji ver a aquel niño devorar toda aquella basura.