¿Cómo prevenir la osteoporosis a edades avanzadas?
No se trata de meter calcio a saco, sino de que el calcio que le metamos al cuerpo tenga una alta biodisponibilidad (en otras palabras, que se absorba y asimile fácilmente). Por tanto, prevenir la osteoporisis a edades avanzadas no se consigue aumentando el calcio, sino disminuyendo la proteína, que interfiere con el proceso de asimilación de calcio. Y es que, a esas edades, el metabolismo y el anabolismo proteico descienden en picado, y es absolutamente demencial seguir consumiendo las mismas cantidades de proteína de siempre, porque a esas alturas las proteínas no se metabolizan ni se digieren, se acumulan en el sistema digestivo y, muy frecuentemente, constituyen en el mismo focos de putrefacción que pueden acabar intoxicando todo el organismo y provocando cáncer de colon. En suma, tenemos en esa gente un exceso de proteína. Y como el cuerpo no es tonto, para regular los ácidos liberados por el exceso de proteína, arranca calcio de los huesos. No es de extrañar que gente que se afana en beber leche y comer carne, estén así cada vez más descalcificados y por tanto con un esqueleto cada vez más endeble y frágil, y que las naciones que más productos lácteos consumen (como EEUU) sean precisamente las naciones donde más abunda la osteoporosis.
Otros males a menudo achacados en parte a la leche son el asma, el exceso de mucosidad nasal, dolores de cabeza, dolores de oído, transtornos gástricos variados y fatiga muscular.
Aunque la leche es un alimento proteínico cuando se consume al natural, también contiene grasa, lo cual quiere decir que combina mal con cualquier alimento que no sea ella misma. Sin embargo, muchos adultos tienen la costumbre de acompañar sus comidas con leche fría. La leche se cuaja nada más llegar al estómago, de modo que, si hay otro alimento presente, los grumos se coagulan entorno a las partículas de comida y las aíslan de la acción de los jugos gástricos, retrasando su digestión el tiempo suficiente para que comience la putrefacción. Por consiguiente, la primera y más importante norma a tener en cuenta sobre el consumo de leche es "bébala sola o no la beba".
Hoy en día, la leche se vuelve todavía más indigerible a causa de la práctica generalizada de la pasteurización, que destruye todas las enzimas naturales y altera sus delicadas proteínas. La leche natural contiene las enzimas activas lactasa y lipasa, que hacen posible que se digiera por sí misma. La leche pasteurizada, desprovista de lactasa y demás enzimas activas, no puede ser correctamente digerida por los estómagos adultos, e incluso resulta difícil para los niños, como lo demuestran los cólicos, erupciones, problemas respiratorios, gases y demás afecciones tan frecuentes en los bebés alimentados con biberón. Además, la ausencia de enzimas y la alteración de las proteínas vitales hace que el calcio y los restantes minerales contenidos en la leche no sean bien asimilados.
En la actualidad está prohibida la venta de leche al natural al consumidor en casi todos los estados norteamericanos. Para la industria lechera resulta mucho más rentable pasteurizar la leche a fin de alargar su tiempo de vida en el comercio, aunque esta leche desnaturalizada no haga ningún bien en absoluto a la salud humana. Además, la pasteurización hace que la leche de las vacas enfermas en vaquerías poco sanitarias resulte relativamente "inofensiva" para el hombre, ya que mata algunos de los gérmenes peligrosos ―aunque no todos― y esto también contribuye a abaratar los costes de producción de la industria.
Para empeorar aun más la situación, actualmente se ha impuesto la costumbre de "homogeneizar" la leche con el fin de evitar que se separe la nata. La homogeneización consiste en fragmentar y pulverizar las moléculas de grasa hasta el punto de que no puedan separarse del resto de la leche. Pero los minúsculos fragmentos de grasa así obtenidos se filtran con facilidad a través de las paredes del intestino delgado y aumentan considerablemente la cantidad de colesterol y grasas desnaturalizadas absorbidas por el cuerpo. En realidad, se absorbe más grasa láctea bebiendo leche homogeneizada que consumiendo nata pura.
Las mujeres preocupadas por la osteoporosis deberían tomar buena nota de todos estos datos sobre los productos lácteos pasteurizados: esta leche desnaturalizada no aporta el calcio suficiente para combatir la citada enfermedad, como queda plenamente demostrado por el hecho de que las mujeres norteamericanas, que consumen las mayores cantidades de diversos productos lácteos pasteurizados, presentan una mayor incidencia de osteoporosis que las de cualquier otro país del mundo. La col cruda, por ejemplo, proporciona muchísimo más calcio asimilable que cualquier cantidad de leche pasteurizada o sus derivados, como yogures, quesos y todos los demás productos lácteos desnaturalizados.
100 g de leche de vaca tienen 118 mg de calcio, mientras que 100 g de leche humana sólo tienen 33 mg. Sin embargo, algo no cuadra en la explicación de que deberíamos tomar leche de vaca sólo por el calcio, ¿no se supone que la leche humana es el nutriente perfecto para los bebés? Si nos fijamos con más detenimiento, veremos que los 100 g de leche de vaca, además de los cacareados 118 mg de calcio, tiene 97 mg de fósfororo (frente a sólo 18 mg de fósforo en 100 g de leche humana). En el sistema digestivo, el fósforo se combina con el calcio y bloquea su asimilación. Por este motivo, para obtener calcio sólo se deberían comer productos cuya proporción calcio-fósforo sea de 2/1 o incluso mayor. La proporción calcio-fósforo en la leche humana es de 2,35/1, mientras que en la leche de vaca es de sólo de 1,27/1. Por si fuera poco, 100 g de leche de vaca contienen 50 mg de sodio, de modo que aquí se encuentra probablemente una de las más importantes causas de exceso de sodio (y piedras en los riñones) en la dieta moderna. Atendiendo a esto, nos convendría más la leche de cabra, cuya composición química es similar a la humana.
Eso por no remitirnos a lo más sencillo: por cada 100 g de leche de vaca, tenemos 118mg de calcio pésimamente asimilable y de baja biodisponibilidad para el ser humano. Comparémoslo con la cantidad de calcio en 100 g de los siguientes alimentos:
· Semillas de sésamo: 1160 mg (!).
· Algas kelp: 1090 mg.
· Sardinas: 400 mg.
· Almendras: 254 mg.
· Avellanas: 226 mg.
· Col: 187 mg.
· Yema de huevo: 140 mg.
· Brócoli: 130 mg.
Como hemos visto antes, la osteoporosis no procede de una falta de consumo de leche. Si fuese así, los Cromagnon del Paleolítico Superior, que eran hombres evolutivamente modernos y que no consumían una sola gota de leche, no habrían tenido la enorme estatura que tenían, ni una constitución esquelética tan robusta y densa. La osteoporosis actual (que alcanza sus mayores frecuencias precisamente en países que se inflan a productos lácteos) se debe a la consumición de carbohidratos complejos refinados, harinas blancas y azúcar, que nos arrancan minerales y enzimas del cuerpo, produciendo no sólo osteoporosis, sino también subdesarrollo esquelético, pancreatitis y toda una gama de desagradables defectos dentales.
Generalmente, cuando alguien abandona el consumo de leche, experimenta una notable mejoría, especialmente de funciones digestivas, y con el tiempo de acné, erupciones, alergias, etc. Si pasa un tiempo así y decide un día volver a tomar un vaso de leche, nota inmediatamente que le sienta fatal.
Para personas tolerantes a la lactosa, o simplemente para aquellas a las que no les da la gana abandonar el consumo de leche a pesar de todo lo expuesto, la mejor elección es la leche de cabra, cuyo perfil nutricional se asemeja más al de la leche humana. Por lo demás, los únicos derivados lácteos que no suponen un riesgo son la mantequilla fresca (grasa fácilmente digerible y sumamente beneficiosa, la mantequilla auténtica no tiene un color amarillo pálido, sino dorado profundo) y el yogur fresco preparado con levadura viva, ya que está "predigerido" por las lactobacterias fermentadoras. Aun así, este tipo de productos debe ser consumido con moderación, e idealmente preparados a base de leche cruda al natural, sin pasteurizar. Y generalmente eso hoy no abunda, gracias a la industria láctea.
Toca hablar, pues, de todas las chapuzas y burradas de la industria láctea, incluyendo la pasteurización.
¿En qué consisten tales burradas? Entre otras cosas, las vacas lecheras viven explotadas, siendo ordeñadas a menudo 24 horas al día. Para que produzcan grandes cantidades de leche, se les inyecta a los animales hormonas que estimulan su producción incesantemente o que ponen en celo a la vez a manadas enteras ―estas hormonas, por supuesto, pasan a formar parte de la "rica y nutritiva" composición láctea que se nos vende a un módico precio para nuestros bolsillos y a un precio gigante para nuestra salud. Actualmente la leche hormonada es una importante causa de infertilidad, especialmente en las mujeres, cuyo equilibrio endocrino es más delicado. Así, Annemarie Colbin, en "Food and Healing", nos dice que
El consumo de productos lácteos (leche, queso, yogur, helado) parece estar fuertemente asociado a diversos transtornos del sistema reproductor de la mujer, entre ellos, tumores y quistes ováricos, secreciones e infecciones vaginales. Veo esta relación confirmada una y otra vez por las innumerables mujeres que refieren la disminución o desaparición de esos problemas después de haber dejado de consumir productos lácteos. Sé de tumores uterinos benignos que se han expulsado o disuelto, de cáncer cervical detenido, de irregularidades menstruales corregidas. […] Incluso varios casos de esterilidad parecen haber quedado resueltos por este método.
Otra consecuencia del régimen de sobreexplotación impuesto sobre estos pobres animales es la mastitis, es decir, la inflamación e infección de las glándulas mamarias, que son las que dan la leche. Esa desagradable dolencia implica que grandes cantidades de pus pasan también a engrosar las filas de "nutrientes" del producto destinado al desprevenido, crédulo y confiado consumidor, que por culpa de la TV se piensa que las vacas andan pastando tan tranquilas por los verdes campos asturianos en lugar de estar amontonadas en alienantes naves de alta tecnología, atiborradas de hormonas, antibióticos y piensos artificiales infestados de pesticidas estrogenizantes.
Esta basura contaminada, adulterada, refinada, almacenada, refrigerada, pasteurizada (la pasteurización se carga el valor nutritivo de la leche al alterar sus proteínas y cargarse enzimas como la lactasa y la lipasa; los terneros alimentados con leche pasteurizada, incluso aunque sea de su propia madre, no suelen vivir más de seis semanas), tratada químicamente, homogeneizada, saturada de vitaminas, calcio añadido (que no va a parar al esqueleto, sino a engrosar las piedras de los riñones), y minerales añadidos, luego nos es vendida en un tetra-brik estrogenado y decorado con imágenes de la verde y apacible campiña gallega, como un producto de primerísima categoría y recién ordeñado antes de superar ultra-estrictisísimos controles de calidad (en los cuales por lo visto no cuentan el pus de las glándulas mamarias inflamadas e infectadas de las pobres vacas lecheras, ni tampoco las hormonas que les han metido para que no se queden secas).