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La última palabra

RangoNovato de mierda
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5 Ago 2014
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Negros, selva y locura. ¿A donde voy con esto? Pedantería y rodeos verbales hacia ningún lugar. ¿Puede ser un punto de partida? No. Pues aquí lo dejo y el que lo encuentre que se lo quede.

Diablos de cobalto

He visto diablos de cobalto en la selva ecuatorial. Negros tan negros que parecían fosforescencias azuladas moviéndose en un infierno verde. He viajado al “corazón de la tinieblas”. Me siento como un coronel Kurtz balbuceante, herido de lucidez, desesperado por haber encontrado la génesis, lo prístino. “Como una bala de diamante directa al cerebro…perfecta”. Conrad sabía que al final del río le esperaban los abismos del tiempo, el alfa y el omega de la humanidad. Lo más atávico, lo más indescifrable y puro. El aislamiento absoluto, rodeado de animalidad, de vida en su estadio más primitivo y brutal, implacable.

He soñado con el núcleo obscuro y enfermo de África. Delirios febriles, catarsis, desolación, humanos convertidos en bestias, resistiendo las flagelantes embestidas de la enfermedad, de la locura, del tedio pesado, denso, magmático. Todos deberíamos viajar al origen podrido de la Humanidad. A un millón de años de nuestro mundo, atravesar “océanos de tiempo”. Esa es la distancia que nos separa. El tiempo, la barrera inabarcable. No son los kilómetros, es el tiempo. Esa es la frontera imposible. Quiero estar allí, necesito estar allí, sin ninguna posibilidad de sobrevivir, consciente de mi abandono total, humillado por la naturaleza, en manos de salvajes que han nacido para devorarme. Quiero ser un cuerpo débil e inerme, un cuerpo trémulo rodeado de exhuberancia carnívora. Quiero enloquecer aturdido por los aullidos de manadas bramando a un alrededor. Tanta locura y tanta vida.

Anoche vi un reportaje sobre la selva guineana. Un cazador remontaba un río, llegaba a un poblado apenas habitado por una docena de personas. Personas negras. Personas negras perdidas en la selva, y en realidad, perdidas también en el tiempo. Era como si vivieran en la Luna. Como si fueran los restos olvidados de una leprosería tropical. Los negros parecían congelados en el fondo de sus cabañas. Inmóviles, idiotizados, aplastados por una fuerza persistente que les había hipnotizado. Sus ojos eran la puerta hacia la muerte. “Vendrá la muerte y tendrá tu ojos”. Estaban allí, desintegrándose, lentamente, brizna a brizna, goteando vida a través de sus piel oscura y mineral. Era algo lisérgico, imposible de resistir en directo y difícil de contemplar y entender desde la distancia blindada.

Me imaginaba en aquel túmulo vegetal, como en un naufragio sin posibilidad de rescate. Y me gustaba la idea, me gustaba el abandono y la perdición absoluta. Sonreía con los brazos abiertos, como un crucificado y la mirada perdida. Esto es todo, pensaba, es el final y es justo que sea así, aquí, de esta forma tan pura, destinado a momificarme entre sierpes y raíces. Entonces estaba claro que al otro lado no estaría San Pedro con su llavero mágico, que no existiría un Paraíso ni los santos Apóstoles de los Evagelios cantando el Aleluya. Fue una epifanía liberadora. La carne y nada más. La carne pudriéndose o fermentando en los estómagos de las bestias. Daban ganar de coger la silla espacial de Stephen Hawkins y traerlo de la orejas. "Olvídate de los putos telescopios, olvídate de buscar más agujeros negros. Los tienes aquí delante. Este es el Big Bang. Esto es todo. Las estrellas sólo son pirotecnia china." La respuesta no estaba en el espacio ni en sus luminosas pavesas, era necesario remontar el río, era necesario entenderse con los diablos de cobalto.
 
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