Mago_Gonedo
Forero del todo a cien
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- 21 Ene 2011
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Quiero compartirlo con todos ustedes. Más que por mi arraigado sentimiento de frustración, por el hecho de que necesito que la gente lo sepa:
En primer lugar... Todas las sociedades tienen diferencias. Incluso, por mucho que nos parezcamos a los portugueses, tenemos serias diferencias con ellos, a pesar de lo que se dice, que también es verdad, que tenemos muchos puntos en común. Psss... hasta tienen diferencias dos personas de distintos sitios en España... Pero hablamos de diferencias en mayúscula, hablamos de características propias que arrastra un pueblo solamente por el hecho de vivir la dinámica social de tal.
Y la portuguesa es para tenerla en cuenta. Sé que muchos ya han oído hablar de lo secos que son. De lo antipáticos y tercos que pueden llegar a ser. Otros habrán oído que son unos tristes. A esto, muchos psicólogos lo llaman "error fundamental de atribución social", pero sólo cuando discriminamos a un individuo. Pero es verdad que tienen características comunes. El caso es que vivo en Oporto; soy estudiante erasmus. Y lo que ví ayer fue para echarse las manos a la cara. He aquí mi testimonio que, por muy exagerado que les parezca, tan sólo me limito a transcribir la realidad:
Resulta que ayer fui al carnaval de Ovar. Es por lo visto el Cádiz de aquí... o el de Canarias... o el Montevideo de Uruguay. Aunque estos últimos tienen bagaje cultural, y precisamente no vi ni historicismo ni cultura de ningún tipo, sino un macrobotellón con serpentinas, disfraces y mucho gentío adornando el panorama como un mar de colores. Quizá tenga una base cultural este carnaval, no sé... yo no la ví por mucho que lo busqué... ni gente cantando, ni teatro, ni tradición de algún tipo, aunque estoy (o quiero creer que estoy) seguro de que lo tiene que haber. Pero al lío: en esas estoy en la estación de Sao Bento (Porto), listo para coger el tren que me lleva a Ovar, cuando de repente anuncia su llegada. En ese momento centenares de jóvenes de la cultura "feisbuquera" salen corriendo chillando como poseídos por el demonio. Me quito de la vía humana por la que corrían puesto que recibo empujones y no precisamente por lo irremediable de la situación o porque fuesen dando empujones sin querer, fruto del entusiasmo ciego (que ya de por sí es una terrible carencia de respeto y maneras), sino a mala leche. Es decir, pasaban por mi lado corriendo y APROVECHABAN para pegarme en el hombro... No sé... mucha tensión acumulada tendrán, de lo tristes que son.
Hay sitios libres en el tren. Pero no para de llegar gente. Cada vez me da más mala espina. Entra la turba desaforada mientras me quedo en mi asiento con mis 3 amigos. Se llena hasta las trancas hasta tal punto que me invaden el espacio personal, y no entra nadie más. Entonces los de afuera empiezan a gritar, a insultar y a pegar patadas y puñetazos en el cristal. Empiezo a acojonarme. No se trata, claro está, de cobardía... sino que el que no estuviera acojonado en esa situación... creedme, es imbécil y sus capacidades de supervivencia en una selva u en otra época son claramente mermadas a lo mínimo.
La bajeza moral llega hasta tal punto en que, en medio del viaje arrancan dentro del tren una caja de seguridad. Los salvajes, imperando en su anarca deliberación instintiva golpean todas las paredes. Ni siquiera puedo bajarme. Debo ir hasta la puerta y tengo que pasar por una marea de gente agresiva. Las broncas, por supuesto, empiezan entre ellos: chillidos, empujones, cabezas que se chocan y miran fijamente, y en el auge de los nervios no son sufcientemente hombres como para arrancar a pelear, y sueltan su tensión con abrazos agresivos. No están encocados... lo hace el 80% de la gente. Esto no es una exageración, repito, es tautológico, una evidencia. Como decir que el agua moja per se.
Entonces hablo con mis amigos: "enserio... esto en mi tierra no pasa... vosotros sois de distintos sitios de España... Con la mano en el corazón: ¿este nivel de patología social lo alcanza la sociedad allí donde vivís?" -"no"- responden asustados.
Hasta las ratas más miserables de ese tren me estaban increpando. Aquellos que eran los pagafantas, los imbéciles, los cobardes... aquellos que no tenían ni media guantada dada, intentaban joderme el disfraz por la espalda (no me importó: bastó una mirada asesina y un "hijo de la gran puta" en español, para se metieran las manos en los huevos). Entonces llegamos a la estación de Bespinho y dos chicas salen con un golpe de calor, llorando y medio desmayadas. Una, miro por la ventanilla, se desploma y los amigos llaman por teléfono desesperados. ¿Qué hace la gente? Chillan, golpéan las ventanas. Ante una situación tan delicada como esa, sólo la gente con mal corazón, la gente egoísta, vil y mezquina es capaz de seguir en sus cuartos. Se preocupan más de las personas que intentan entrar en el tren, de mantenerlas a raya. Personas que nos gritan desde fuera, que nos amenazan... sólo por ir dentro de un tren. No nos dejan irnos. Abren las puertas cada vez que la cierran los de dentro; se turnan impasiblemente para darle al botón. En una de las puertas, me cuenta un portugués más tarde, ya fuera del tren, que un mamarracho yacía tranquilo con una navaja en la mano amenazando con cara de pasividad con rajar a quien osara entrar. La policía llega. No hace nada. Se limita a vigilar las puertas, a cerrarlas a la fuerza, prensándonos más adentro, como animales. Como judíos en un tren alemán de principios de los 40, camino del abismo... el abismo al que se va sólo en 45 min. y al que tardamos más de 2 horas y media en llegar. Entre retrasos y desorganización.
El tren nos deja en un andén de menos de medio metro, entre dos vías. La gente te empuja tanto que tienes que irremediablemente saltar a la vía (como lo están oyendo), y correr al siguiente andén, para quitarse de en medio lo antes posible por lo que pueda pasar.
Y claro, los de la empresa no se quedan atrás... como los polis. Fruto de una mala gestión por parte de los gobernantes locales. De no saber llevar las cosas por buen cauce. De no proveer organización para eventos de este tipo, y tener el descaro de llamar a esto estado de providencia. Y se trata, como bien sabemos los que tenemos el dudoso placer de vivir aquí, de un país disfrazado de primermundista. Y encima un mal disfraza, porque ni siquiera da el pego.
No, ya lo sé... se que no se puede juzgar a una sociedad sólo por esto. Sólo por una pequeña muestra representativa en la que sólo podemos meter a los jóvenes. Pero, ¿saben? estoy cansado. Estoy cansado de toda esta gente, tanto jóvenes como mayores. De gente que te miran mitad asustados, mitad con un odio en los ojos. De que te traten mal por hablar portugués con acento español. De gente mediocre que no soportan a los brasileños cuando éstos, los que merecen la pena claro, son gente con mucha más solvencia y más dignidad que ellos, miserable gentuza que ha obtenido un 47% de abstención en las elecciones nacionales y luego tienen la desvergüenza de quejarse de su país. De gente que hace apología a la mediocridad, al mal gusto. A la mala baba. La sociedad española, para echarle de comer a parte también, compensa su falta de iniciativa por el hecho de tener la norma de "el reír por no llorar", mientras que aquí, la alegría es sustituida por una dosis extra de mala leche. Mientras que en España nació Caín, esta es la tierra de los malditos, de los del cero a la izquierda. De la versión mediocre de los españoles. De los que juegan a ser como nosotros, teniéndonos asco al mismo tiempo.
No soy de Freud, y menos de psicoanálisis. Pero debo admitir que al margen del rigor que puede ofrecer otros campos de estudio más científicos, la literatura psicodinámica es muy interesante. La tensión interna que se produce en un individuo por reservar al inconsciente sus malestares pasan factura más tarde. Esta tensión afloja de vez en cuando, y se saca en cuanto pueda ver una oportunidad para ello. A esto se le llama proyección. En una sociedad pasa lo mismo. La sociedad lusa... reservada, seca, antipática, desagradable y callada en el silencio estéril de la mala baba, guarda en tensión sus frutraciones y luego las arremete en cualquier tipo de oportunidad que encuentren para ello.
Gente desagradable la de aquí. Tan sólo quiero afinar mi portugués, sacarme el título, y ya habré sustraído el 90% de lo que podía hacer aquí... y perder el tiempo en otros países.
Con más respeto...
En primer lugar... Todas las sociedades tienen diferencias. Incluso, por mucho que nos parezcamos a los portugueses, tenemos serias diferencias con ellos, a pesar de lo que se dice, que también es verdad, que tenemos muchos puntos en común. Psss... hasta tienen diferencias dos personas de distintos sitios en España... Pero hablamos de diferencias en mayúscula, hablamos de características propias que arrastra un pueblo solamente por el hecho de vivir la dinámica social de tal.
Y la portuguesa es para tenerla en cuenta. Sé que muchos ya han oído hablar de lo secos que son. De lo antipáticos y tercos que pueden llegar a ser. Otros habrán oído que son unos tristes. A esto, muchos psicólogos lo llaman "error fundamental de atribución social", pero sólo cuando discriminamos a un individuo. Pero es verdad que tienen características comunes. El caso es que vivo en Oporto; soy estudiante erasmus. Y lo que ví ayer fue para echarse las manos a la cara. He aquí mi testimonio que, por muy exagerado que les parezca, tan sólo me limito a transcribir la realidad:
Resulta que ayer fui al carnaval de Ovar. Es por lo visto el Cádiz de aquí... o el de Canarias... o el Montevideo de Uruguay. Aunque estos últimos tienen bagaje cultural, y precisamente no vi ni historicismo ni cultura de ningún tipo, sino un macrobotellón con serpentinas, disfraces y mucho gentío adornando el panorama como un mar de colores. Quizá tenga una base cultural este carnaval, no sé... yo no la ví por mucho que lo busqué... ni gente cantando, ni teatro, ni tradición de algún tipo, aunque estoy (o quiero creer que estoy) seguro de que lo tiene que haber. Pero al lío: en esas estoy en la estación de Sao Bento (Porto), listo para coger el tren que me lleva a Ovar, cuando de repente anuncia su llegada. En ese momento centenares de jóvenes de la cultura "feisbuquera" salen corriendo chillando como poseídos por el demonio. Me quito de la vía humana por la que corrían puesto que recibo empujones y no precisamente por lo irremediable de la situación o porque fuesen dando empujones sin querer, fruto del entusiasmo ciego (que ya de por sí es una terrible carencia de respeto y maneras), sino a mala leche. Es decir, pasaban por mi lado corriendo y APROVECHABAN para pegarme en el hombro... No sé... mucha tensión acumulada tendrán, de lo tristes que son.
Hay sitios libres en el tren. Pero no para de llegar gente. Cada vez me da más mala espina. Entra la turba desaforada mientras me quedo en mi asiento con mis 3 amigos. Se llena hasta las trancas hasta tal punto que me invaden el espacio personal, y no entra nadie más. Entonces los de afuera empiezan a gritar, a insultar y a pegar patadas y puñetazos en el cristal. Empiezo a acojonarme. No se trata, claro está, de cobardía... sino que el que no estuviera acojonado en esa situación... creedme, es imbécil y sus capacidades de supervivencia en una selva u en otra época son claramente mermadas a lo mínimo.
La bajeza moral llega hasta tal punto en que, en medio del viaje arrancan dentro del tren una caja de seguridad. Los salvajes, imperando en su anarca deliberación instintiva golpean todas las paredes. Ni siquiera puedo bajarme. Debo ir hasta la puerta y tengo que pasar por una marea de gente agresiva. Las broncas, por supuesto, empiezan entre ellos: chillidos, empujones, cabezas que se chocan y miran fijamente, y en el auge de los nervios no son sufcientemente hombres como para arrancar a pelear, y sueltan su tensión con abrazos agresivos. No están encocados... lo hace el 80% de la gente. Esto no es una exageración, repito, es tautológico, una evidencia. Como decir que el agua moja per se.
Entonces hablo con mis amigos: "enserio... esto en mi tierra no pasa... vosotros sois de distintos sitios de España... Con la mano en el corazón: ¿este nivel de patología social lo alcanza la sociedad allí donde vivís?" -"no"- responden asustados.
Hasta las ratas más miserables de ese tren me estaban increpando. Aquellos que eran los pagafantas, los imbéciles, los cobardes... aquellos que no tenían ni media guantada dada, intentaban joderme el disfraz por la espalda (no me importó: bastó una mirada asesina y un "hijo de la gran puta" en español, para se metieran las manos en los huevos). Entonces llegamos a la estación de Bespinho y dos chicas salen con un golpe de calor, llorando y medio desmayadas. Una, miro por la ventanilla, se desploma y los amigos llaman por teléfono desesperados. ¿Qué hace la gente? Chillan, golpéan las ventanas. Ante una situación tan delicada como esa, sólo la gente con mal corazón, la gente egoísta, vil y mezquina es capaz de seguir en sus cuartos. Se preocupan más de las personas que intentan entrar en el tren, de mantenerlas a raya. Personas que nos gritan desde fuera, que nos amenazan... sólo por ir dentro de un tren. No nos dejan irnos. Abren las puertas cada vez que la cierran los de dentro; se turnan impasiblemente para darle al botón. En una de las puertas, me cuenta un portugués más tarde, ya fuera del tren, que un mamarracho yacía tranquilo con una navaja en la mano amenazando con cara de pasividad con rajar a quien osara entrar. La policía llega. No hace nada. Se limita a vigilar las puertas, a cerrarlas a la fuerza, prensándonos más adentro, como animales. Como judíos en un tren alemán de principios de los 40, camino del abismo... el abismo al que se va sólo en 45 min. y al que tardamos más de 2 horas y media en llegar. Entre retrasos y desorganización.
El tren nos deja en un andén de menos de medio metro, entre dos vías. La gente te empuja tanto que tienes que irremediablemente saltar a la vía (como lo están oyendo), y correr al siguiente andén, para quitarse de en medio lo antes posible por lo que pueda pasar.
Y claro, los de la empresa no se quedan atrás... como los polis. Fruto de una mala gestión por parte de los gobernantes locales. De no saber llevar las cosas por buen cauce. De no proveer organización para eventos de este tipo, y tener el descaro de llamar a esto estado de providencia. Y se trata, como bien sabemos los que tenemos el dudoso placer de vivir aquí, de un país disfrazado de primermundista. Y encima un mal disfraza, porque ni siquiera da el pego.
No, ya lo sé... se que no se puede juzgar a una sociedad sólo por esto. Sólo por una pequeña muestra representativa en la que sólo podemos meter a los jóvenes. Pero, ¿saben? estoy cansado. Estoy cansado de toda esta gente, tanto jóvenes como mayores. De gente que te miran mitad asustados, mitad con un odio en los ojos. De que te traten mal por hablar portugués con acento español. De gente mediocre que no soportan a los brasileños cuando éstos, los que merecen la pena claro, son gente con mucha más solvencia y más dignidad que ellos, miserable gentuza que ha obtenido un 47% de abstención en las elecciones nacionales y luego tienen la desvergüenza de quejarse de su país. De gente que hace apología a la mediocridad, al mal gusto. A la mala baba. La sociedad española, para echarle de comer a parte también, compensa su falta de iniciativa por el hecho de tener la norma de "el reír por no llorar", mientras que aquí, la alegría es sustituida por una dosis extra de mala leche. Mientras que en España nació Caín, esta es la tierra de los malditos, de los del cero a la izquierda. De la versión mediocre de los españoles. De los que juegan a ser como nosotros, teniéndonos asco al mismo tiempo.
No soy de Freud, y menos de psicoanálisis. Pero debo admitir que al margen del rigor que puede ofrecer otros campos de estudio más científicos, la literatura psicodinámica es muy interesante. La tensión interna que se produce en un individuo por reservar al inconsciente sus malestares pasan factura más tarde. Esta tensión afloja de vez en cuando, y se saca en cuanto pueda ver una oportunidad para ello. A esto se le llama proyección. En una sociedad pasa lo mismo. La sociedad lusa... reservada, seca, antipática, desagradable y callada en el silencio estéril de la mala baba, guarda en tensión sus frutraciones y luego las arremete en cualquier tipo de oportunidad que encuentren para ello.
Gente desagradable la de aquí. Tan sólo quiero afinar mi portugués, sacarme el título, y ya habré sustraído el 90% de lo que podía hacer aquí... y perder el tiempo en otros países.
Con más respeto...