Bueno, bueno, cómo gozáis con mis miserias. Yo en la escuela era de los más respetados, era bastante temperamental, y está feo que lo diga yo, pero repartía hostias a diestro y siniestro gracias a lo cual me gané el respeto de todos. A mí no me mojaba la oreja nadie, a no ser que fuese dos o tres años mayor. A los de un año mayor los caneaba, soy muy nervioso y cuando me lío a repartir me quedo solo. Ya en séptimo era el más de lo más de mi cole, y cuando llegué a octavo alcancé la gloria. Era el number one, pero no follaba debido a mi extrema fealdad y complejos con las niñas, solo que era el que partía el bacalado en el colegio. Una especie de Don, nada se hacía sin mi aprobación o consentimiento. Yo ponía de moda los juegos del recreo, si decía de jugar al futbol se jugaba, si decía de jugar al boloncesto se jugaba, si a otra cosa, también se hacía. Yo repartía collejas al que osaba desafiar mi supremacía como macho alfa, repartía collejas si era menester pero ojito con darme a mí alguna colleja, ojito. Si me parecía oportuno o gracioso ponía la zancadilla o pegaba el típico puñetazo en el hombro, no sé cómo se llama eso, para medir las fuerzas de aquellos que veía como posibles rivales. A mi alrededor siempre estaban los más guais, nadie quería estar fuera de mi protección y mucho menos en mi contra.
Joder, qué tiempos. Era el que elegía equipo, era el que más corría y el que más saltaba, os lo juro por vuestras putas madres. Era una especie de semi dios. Pero luego me empezaron a salir los granos pajeros, las chavalas se reían de mí, quedé como un marginal y desde entonces no levanto cabeza. Esas putas me arruinaron mi brillante vida.