Uno de mis últimos actos sociales dotados de cierta regularidad vino teniendo lugar más o menos cada dos domingos a lo largo de varios (demasiados) meses.
Por alguna clase de debilidad transitoria me vi arrastrado hacia un grupo de montaña, no muy numeroso pero
Uno de mis últimos actos sociales dotados de cierta regularidad vino teniendo lugar más o menos cada dos domingos a lo largo de varios (demasiados) meses.
Por alguna clase de debilidad transitoria me vi arrastrado hacia un grupo de montaña, no muy numeroso pero para mis parámetros de un tamaño lo suficientemente agobiante.
Primero me desmarqué del traslado en microbús hasta el punto de partida de cada marcha. Comencé a ir en coche directamente desde mi casa, primero pretextando que me cogía a desmano el lugar donde se cogía el autobús y que así a la vuelta llegaba antes a casa para descansar mejor de cara al lunes.
Después empecé a utilizar el otro coche para ese menester. Siempre había alguien que se apuntaba a que lo llevase a la ida o la vuelta o en ambos casos y no me apetecía lo más mínimo. Por eso decidí que iría con mi segundo coche, un pequeño deportivo biplaza con un maletero muy exiguo al tiempo que utilizaría una mochila grande: "Eh, pues no, no tengo sitio, mira, como ya solo con mi mochila no hay sitio en el maletero tengo que llevarla en el asiento del acompañante".
Más tarde decidí cortar con el asunto por completo. Me asqueaba que alguien pegase la hebra mientras estaba caminando absorto en mis cosas o simplemente disfrutando del panorama. Me ponía de los nervios esa supuesta camaradería del momento de la comida, cuando uno se ve forzado a compartir lo que lleva y a aceptar lo que le ofrecen aunque no apetezca. Detestaba el inevitable murmullo de fondo que genera un grupo medianamente numeroso, alterando la tranquilidad de cualquier lugar al que llevábamos. Constituía un momento próximo al vómito verme forzado a posar en fotos de grupo completamente estúpidas con gente que lo único que hacía era arruinar cualquier perspectiva, y ni les cuento ya acerca del furor que se solía producir en día sucesivos con el intercambio de archivos. No soportaba la mixtura de olor a sudor, culo y dientes sin lavar que se genera en esos casos, máxime antes de optar por ir y volver solo en mi coche si me veía obligado a compartir transporte.
Acabé por abandonar el grupo sin más explicaciones y devolví el recibo de la siguiente cuota, pues en lo sucesivo salir a caminar significó ir siempre solo. Alguna, rara, vez coincido con todos o parte de ellos haciendo una ruta por mi cuenta y siempre aprieto al paso, saludo educada pero fríamente como si fuesen perfectos desconocidos y continúo a mi aire.
mis parámetros de un tamaño lo suficientemente agobiante.
Primero me desmarqué del traslado en microbús hasta el punto de partida de cada marcha. Comencé a ir en coche directamente desde mi casa, primero pretextando que me cogía a desmano el lugar donde se cogía el autobús y que así a la vuelta llegaba antes a casa para descansar mejor de cara al lunes.
Después empecé a utilizar el otro coche para ese menester. Siempre había alguien que se apuntaba a que lo llevase a la ida o la vuelta o en ambos casos y no me apetecía lo más mínimo. Por eso decidí que iría con mi segundo coche, un pequeño deportivo biplaza con un maletero muy exiguo al tiempo que utilizaría una mochila grande: "Eh, pues no, no tengo sitio, mira, como ya solo con mi mochila no hay sitio en el maletero tengo que llevarla en el asiento del acompañante".
Más tarde decidí cortar con el asunto por completo. Me asqueaba que alguien pegase la hebra mientras estaba caminando absorto en mis cosas o simplemente disfrutando del panorama. Me ponía de los nervios esa supuesta camaradería del momento de la comida, cuando uno se ve forzado a compartir lo que lleva y a aceptar lo que le ofrecen aunque no apetezca. Detestaba el inevitable murmullo de fondo que genera un grupo medianamente numeroso, alterando la tranquilidad de cualquier lugar al que llevábamos. Constituía un momento próximo al vómito verme forzado a posar en fotos de grupo completamente estúpidas con gente que lo único que hacía era arruinar cualquier perspectiva, y ni les cuento ya acerca del furor que se solía producir en día sucesivos con el intercambio de archivos. No soportaba la mixtura de olor a sudor, culo y dientes sin lavar que se genera en esos casos, máxime antes de optar por ir y volver solo en mi coche si me veía obligado a compartir transporte.
Acabé por abandonar el grupo sin más explicaciones y devolví el recibo de la siguiente cuota, pues en lo sucesivo salir a caminar significó ir siempre solo. Alguna, rara, vez coincido con todos o parte de ellos haciendo una ruta por mi cuenta y siempre aprieto al paso, saludo educada pero fríamente como si fuesen perfectos desconocidos y continúo a mi aire.