P
pulga
Guest
Hace años leí las tesis de Durkheim sobre el suicidio. No recuerdo gran cosa pero sí que muy poco de lo que allí había me llamó la atención, con la excepción de la idea de que el suicidio es un acto de rebelión o, mejor dicho, de echar en cara a la sociedad y al mundo toda existencia, el modo supremo que tiene el individuo de despreciar al orbe. Ahora recuerdo a Deleuze que se suicidó, al joven Werther... pssttt yo los veo como auténticos cretinos. Más respeto me merece Nietzsche con aquel rotundo aforismo (creo que era de la gaya ciencia) en el que decía que: “la idea del suicidio no es tan mala, ayuda a pasar más de una mala noche”.
En ocasiones me interesan los detalles estéticos del suicidio más que el acto en sí, es decir, la expresión artística del suicidio es para mí un acto que tiene todo el respeto. La labor de autoaniquilamiento del yo tiene que ser bonita, bella, y con mucho cuidado de los restos que se dejen. A ser posible el cadáver tiene que quedar intacto, y si no es así que no quede ni el más mínimo rastro de él.
¿Cómo lo haría Julio Antonio Gómez? Sombras ocultan su final, según Luciano Gracia se suicidó con barbitúricos, según Saldaña se ahogó en la playa. Es curioso que haya tanta divergencia entre una fuente y otra. Pero en un personaje contradictorio tampoco se podía esperar de él una coherencia, ni siquiera en el final. Más extraño si cabe es el hecho de que no haya rastro de su cadáver sobre la faz de su tierra, imposibles han sido las pesquisas de localizar su tumba, ni siquiera consta que sus restos fueran a parar a una fosa común. A mí eso me parece maravilloso.
Arrojarse por un puente me parece algo manido y vulgar. Procurarse la muerte en unas vías férreas es antiestético, no me gustaría ser el fulano que tuviera que recoger mis restos. Con el veneno corres el riesgo de ir a parar a un hospital público, uno de los lugares más horrendos del mundo.
Mejor que sea algo definitivo, sin remedio, sin socorro posible por remoto que sea, y que jamás de los jamases se encuentre tu cuerpo. Estos interrogantes me hicieron pensar mucho tiempo. La mejor idea la obtuve leyendo “el libro de arena” de Borges: “el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque”. Claro que Borges lo decía refiriéndose al volumen que le entregó el vendedor de biblias presbiteriano, pero la idea se puede aplicar.
En el cementerio de Torrero hay panteones perpetuos abandonados desde hace un siglo o más. Las puertas herrumbrosas se desmoronan y se puede entrar a ellos con facilidad. Una forma de suicidarse bellísima sería encerrarse en uno de ellos, colocarse en un nicho vacío, taparlo con las losas que hay allí desde dentro, acostarse y tomar una fuerte dosis de solimán letal. A nadie se le ocurriría buscarme en un lugar semejante. Allí estaría toda la eternidad sin que nadie supiera de mi destino.
Esa forma de suicidio sería toda una obra de arte.
Y más si entre los huesos de mis manos descansara un mechón de Katua para siempre.