Retomo el tema del hilo con una comparativa de mis dos últimas noches de viernes, que creo que ilustra perfectamente el asunto.
Primera noche de viernes, hace casi diez días. Salida de juerga, yo y un compañero con dos chicas, una de ellas amiga mía y protagonista de una de estas historias de amor imposible y pagafántico que tanto daño pueden hacerle a uno. Nos vamos a un pub con música en vivo y ambiente bastante animado. Va corriendo el alcohol; a ambas chicas les van entrando periódicamente los correspondientes pagafantas, aunque mi amiga se lleva la palma con diferencia. Como ya sé de hace tiempo lo que puedo esperar yo a nivel sentimental de ella, me mantengo a una prudencial distancia, yendo a lo mío y observando de tanto en cuando la escena. A eso de las tres, ya de baja el local, dos pagafantas que se lo habían estado currando más de una hora acaban regalando una rosa a cada una de las dos chicas de nuestro grupo y pasando a las maniobras de "last minute". Mi amiga se mete delicadamente la rosa por el escote, hunde el tallo en sus bragas, pega cuatro bailoteos ante su pagafantas y da la orden de retirada. El pagafantas se mira el asunto con incredulidad (recuerdo perfectamente su jeto, inolvidable) y la persigue a la desesperada; mi amiga acaba usándome de escudo humano para librarse del tipo éste. Ya fuera del local, cachondeo por parte de ellas con el tema, bromas, comentarios despectivos sobre lo pesado que era el pagafantas, risas convulsivas y contorsiones varias. A los cinco minutos de salir, ambas rosas acaban en el suelo, destrozadas y pisadas, entre el cachondeo de las féminas. Cómo acabó la noche no os lo cuento, porque me da vergüenza.
Noche del viernes pasado, cita para conocernos personalmente con una chica con la que había tratado en otro foro de internet. Ella es una profesional francesa establecida en Barcelona hace poco más de un año y anda un poco corta de amigos. Conversación con un nivel cultural magnífico, civilizadísima, que se extendió unas cuatro horas entre cena y copas. Nos contamos un poco la vida; ella ha vivido en medio mundo y me explicó su opinión de cómo está el percal por aquí. Extracto algunas frases sueltas de su conversación:
-"En España hay una guerra de sexos como no la he visto en ningún otro lugar del mundo".
-"Es increíblemente injusto el tratamiento que hace la ley española al hombre; cada caso es diferente, no puede ser que falle sistemáticamente a favor de la mujer. Una mujer, aquí, si quiere y se lo monta bien, puede dejar a un hombre sin nada. Y lo peor es que esto genera una desconfianza tremenda, hay un distrust absoluto, los hombres no quieren ni oír hablar de hijos. Y se meten a hacer vida de ligones mientras pueden; no se dan cuenta de que el tiempo realmente pasa y que se quedarán a los cincuenta solos, sin hijos y sin posibilidad de marcha atrás."
- "Yo a veces escucho a mis compañeras de trabajo. A mí me parece que la mujer española es muy exigente. De entrada, el tío tiene que estar bueno; eso de entrada, es lo mínimo, si es un tipo de gimnasio mucho mejor. Pero claro, tampoco puede ser que no tenga conversación ni cultura, porque eso no mola, debe tener un nivel, y ser simpático, claro, y tener coche."
Huelga decir que su exhibición de cultura, femineidad, señorío y savoir faire durante toda la cita me la puso como el titanio. Tras estas dos experiencias, no he podido menos que acordarme de este hilo y me he decidido a mostrar el contraste brutal entre ambas noches. Y no sé por qué, no me imagino a dos francesas en la onda de las dos chicas del primer viernes, aunque tal vez me equivoque.
Hasta aquí, los hechos; las valoraciones os las dejo a vosotros. Añado una nota: todo esto no es ninguna fábula ni ningún cuento erótico-sentimental inventado rollo José David u otros, sino la puñetera realidad.