Los mandamases de la UFA les instaron "amistosamente" a que cambiasen el final... y así lo hicieron, dándole el deseado y comercial giro a la historia, pero subrayando con tamaña maestría la absoluta inverosimilitud del final feliz, que nadie en sus cabales se tragó el camelo. Demostraron que se pueden esquivar imposiciones y darles la vuelta con un poco (en esto caso, bastante) de talento.
Murnau sabía que aquél epílogo quebraba por completo el ritmo y la intención de la película. Y lo hizo apresurado, estúpidamente alegre, más propio de las charlotadas de apenas un rollo de duración; nos está diciendo que eso no ocurrió, que cuando uno cae cuesta abajo -en esta sociedad, en el pasado y en el próximo siglo– la fortuna se muestra tan comprensiva como la parca con los moribundos.