Ligar con negras

Los Dowayos de la aldea de Kongle, en la sierra de Godet, no van a la escuela. Solamente los Dowayos del llano, porque son evangelizados por los misioneros religiosos, el sur de Camerún está más cristianizado, pero el norte más islamizado, así lo prueban las letanías del waari Zuuldibo.

Eso es verdad, pero se da la paradoja que los Dowayos del lago, que viven un poco más arriba a la derecha que los Dowayos del llano, son un pueblo naturalmente recogedor de cañas que se usan en los ritos islámicos de los Dowayos del norte, y para venderlas deben pasar por el puente de Mikaigo, que cruza el río Sipayo a la altura de Mobutu, en lugar de cruzar la carretera de Kinpalo, que es el camino más recto a través de la esplanada del Watungu, un lugar donde no son bien vistos los Dowayos del lago, aunque algo más que los Dowayos de la sierra y por supuesto muchísimo más que los Dowayos del llano.

Vamos que es un poco lío todo.
 
Lo mejor que puedes hacer es irte de aquí. Se aprende poco y no compensa. Sales mucho peor de lo que entraste. No sé quién puede estar aquí por gusto...
Por que estas aqui?
 
Última edición:
Por que todos vosotros estáis aquí?
 
No se como enviar mensajes. M ehan dicho que tengo que tener 150 post
Esto es un foro, no un servicio de mensajería. Lo que tengas que decir a cualquiera lo puedes hacer con total libertad aquí, estamos entre amigos.

Te gusta ir al gym (donde voy a ver pollas)?
 
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No voy al gym (donde voy a ver pollas).
 
A mí en mi segunda etapa me lo impusieron como penitencia. Tengo que estar aquí hasta cumplir un total de 999 mensajes. Estoy en servicio misional cumpliendo penitencia. Pero ya me queda poco.

Sí, pero las tratan fatal.
Mujer y negra se multiplica por dos.
 
Cuando Mayo se enemistó con el Viejo por la falta de pago de una esposa se me presentó una oportunidad de oro, pues hizo una denuncia pública de todo el pasado del brujo, enumerando sus fechorías: que había matado a gente con el rayo, que había arrasado los campos llenándolos de puercoespines, etc. No le tenía miedo al Viejo, aunque fuera capaz de causar la sequía. Me mostró varios montes relacionados con la propiciación de la lluvia, me habló de su importancia relativa y de qué tipos de piedras originaban los distintos tipos de lluvia. Cuando el Viejo y él se hubieron reconciliado, yo ya me había formado una idea bastante aproximada de todo el sistema. No obstante, era crucial verificar la información y tratar de presenciar las propias operaciones, puesto que constituían el núcleo de varias áreas simbólicas relacionadas con la sexualidad y la muerte.

Gracias a ciertos sucesos, nuestros caminos se cruzaron. Se decía que el jefe de lluvia era el poseedor de la planta mágica llamada zepto, que curaba la impotencia masculina. Que él mismo se encontrara afectado por este mal, según divulgaron sus trece esposas y confirmó la investigación privada efectuada por mi amigo Augustin entre las damas insatisfechas del país Dowayo, no se consideraba un argumento refutatorio de sus virtudes. El Viejo de Kpan me preguntó si los blancos no tenían raíces para curar la impotencia. Le contesté que sí, que había oído hablar de semejantes remedios,pero no sabía si eran efectivos. Esta respuesta lo complació sumamente, señalándome como «un hombre de palabras rectas». A través de las oficinas de un sex-shop de Londres conseguí comprar una botella profusamente ilustrada de ginseng, y se la ofrecí como todo lo que podía hacer en este sentido. La única consecuencia fue un acceso de diarrea. Con todo, se lo tomó a mal sino que convino en que hasta los mejores remedios fallaban algunas veces. Sacudió la cabeza sabiamente y sentenció: «No hay ningún remedio que haga nuevo un campo viejo.»
 
Fue en este establecimiento donde conocí a la mujer que luego se hizo famosa con el nombre de «señora Cuu-i». En cualquier estación del año, la temperatura de Garoua es, por lo menos, diez grados superior a la de Poli y, gracias al no: disfruta de una gran profusión de mosquitos. Tras horas de encierro con los dowayos y sus vómitos, anhelaba una ducha. Apenas acababa de meterme debajo del grifo, cuando llegaron a mis oídos unos insistentes arañazos en la puerta. Al comprobar que mis interpelaciones no obtenían respuesta, me envolví con una toalla y salí a abrir Fuera había una fornida fulani de cincuenta y tantos años que, esbozando una sonrisa bobalicona, empezó a describir círculos en el polvo con sus enormes pies. «¿Que desea?», inquirí. Ella hizo el gesto de beber. «Agua, agua.» Comencé a desconfiar, pues me vino a mientes el concepto de hospitalidad que predomina en el desierto. Mientras yo analizaba el problema, se deslizó junto a mí se hizo con un vaso y lo llenó en el grifo. Ante mis horrorizados ojos, empezó a destapar su voluminoso cuerpo. En ese momento acertó a venir a traerme un poco de jabón el portero, que, interpretando erróneamente la situación, inició la retirada murmurando disculpas. Me hallaba atrapado en una farsa.

Por fortuna, las pocas lecciones de fulani que había tomado en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos me resultaron entonces de gran utilidad y, gritando «no quiero», rechacé todo deseo de contacto físico con aquella mujer, que me recordaba a Oliver Hardy. Como ante una señal estipulada con antelación, el portero, ahora riéndose, cogió a la mujer de un brazo, yo la agarré por el otro y la sacamos fuera. No obstante, regresaba cada hora, incapaz de aceptar que sus encantos no fueran apreciados, y vagaba por fuera gritando «cuu~í», como un gato que maúlla para que lo dejen entrar. Al final, me cansé. Estaba claro que trabajaba en connivencia con la dirección, de modo que declaré que era un misionero que había venido del campo para ver al obispo y que desaprobaba tales conductas. Se quedaron pasmados y avergonzados; inmediatamente la mujerzuela me dejó en paz.

Esta anécdota se convirtió en una de las favoritas de los dowayos cuando nos sentábamos alrededor del fuego por la noche a contar historias. Mi ayudante me hacía contar siempre «el cuento de la gorda fulani», nombre por el que pasó a conocerse, y cuando llegaba al momento en que ella gritaba «cuu-í» todos se partían de risa, se abrazaban las rodillas y empezaban a darse revolcones en el suelo. Esta anécdota contribuyó en gran medida a nuestras buenas relaciones.


Hasta nuestros oídos llegaban los tambores y los cantos procedentes de la aldea y el rítmico sonido me arrulló hasta que me dormí acurrucado y cubierto por mi propia ropa mojada. De pronto me despertaron unos arañazos en la puerta; durante un momento temí que se tratara de otra Cuu-i, pero era Matthieu, que me traía agua caliente en una calabaza. «Ha hervido cinco minutos, patron, puede beberla.» Yo tenía escondida una mezcla de leche y café en polvo, además de abundante azúcar por si lo quería algún dowayo. Nos repartimos la poción y Matthieu añadió seis cucharadas de azúcar a su parte. Haciendo un esfuerzo para cumplir con mi deber, le pregunté por varios de los objetos del techo y recibí la iluminación solicitada. «El viejo de hoy, es el Viejo de Kpan, jefe de todos los productores de lluvia. Zuuldibo se lo presentará mañana.» Se marchó y oí que un dowayo preguntaba en voz alta: «¿Ya está dormido tu patron?»

La primera persona que vi al día siguiente fue Augustin, que se había tomado un descanso de los rigores de Poli. Como todo buen urbanícola africano, ni se le pasaba por la cabeza ir a ningún sitio andando. Había conseguido llevar la motocicleta hasta allí, pero llegó tarde y tuvo que pasar la noche con otra complaciente mujer dowayo que resultó una esposa díscola del Viejo de Kpan. Parecía que aquélla era su aldea natal y había regresado para las fiestas. El hermano de ella había acompañado a Augustin a su puerta y le había advertido que si se enteraba el brujo, un rayo los fulminaría a todos. El archivo mental que había abierto el día anterior sobre él se estaba llenando rápidamente. Sin embargo, los acontecimientos del día lo apartaron de mi mente.


Por fin llegamos a un valle fresco y verde, abundantemente regado por un arroyo que parecía nacer en la misma cima. En el fondo había un grupo de casas bastante grande, la morada del brujo de la lluvia. Nos saludaron varias mujeres jóvenes, esposas del Viejo, que alborotaban y revoloteaban a nuestro alrededor. ¿Deseábamos sentarnos fuera o dentro? ¿Nos apetecía comer algo? ¿Queríamos un poco de agua o de cerveza? ¿La tomaríamos fría como los blancos o caliente como los dowayos? El Viejo se encontraba en un campo distante tratando a una enferma; lo mandarían llamar. Permanecimos allí sentados conversando y descansando durante aproximadamente una hora, pero entonces llegó la noticia de que cuando el mensajero se presentó a anunciarle nuestra llegada el Viejo ya había salido hacia Poli por otro camino. Estaba seguro de que se trataba de una jugarreta, pero no me quedaba más remedio que aceptarlo graciosamente."
 
Última edición:
Se dice mojeres. Métete bien en el personaje de inmigrante africano . Y nos echamos unas risas .
Así que soy posible mojera.
Me estoy aburriendo de hacer de inmigrante africano, se esta volviendo repetitivo.
 
Está usted muy hablador hoy mein black Führer. ¿se ha pasado regando de vino las judias al horno y el brazo de gitano de la comida?

Heil

"Sigo el camino que me marca la Providencia con la precisión y seguridad de un sonámbulo."

Hay mujeres en este foro?


"No consideramos correcto que la mujer se inmiscuya en el mundo del hombre, en su esfera principal. Consideramos natural que estos dos mundos sigan siendo distintos. A uno pertenece la fuerza del sentimiento, la fuerza del alma. Al otro pertenece la fuerza de la visión, la tenacidad, la decisión y la voluntad de actuar."
 
Su principal aliado y compañero de juergas era otro sureño, Augustin. Este había desertado de la vida de contable que llevaba en la capital para hacerse profesor de francés. Se trataba de otro individualista a ultranza en un Estado que valoraba el conformismo servil. Mientras estuve allí, no conocí a nadie más que se negara a sacarse el carnet del único partido político. Entre el sous-préfet y él había nacido una pugna; ambos tenían fama de mujeriegos. Los funcionarios locales habían pronosticado con convicción que un día «desaparecería» o bien debido a algún delito político o bien debido a sus actividades con la esposas de los fulanis de Poli. Bajo la influencia del alcohol, atravesaba la población en una atronadora y enorme motocicleta, sembrando d terror entre jóvenes y ancianos por igual y sufriendo frecuentes caídas de las que salia siempre ileso. Una atmósfera de desastre inminente rodeaba a Augustin; donde se encontrara había problemas.

En una ocasión en que vino a verme a la aldea se puso a fornicar descaradamente con una mujer casada. Los dowayos esperan que las mujeres casadas practiquen el adulterio y seducir a las mujeres de los demás se considera un divertido deporte. No obstante, Augustin copuló con ella en la choza del marido, lo cual constituía una grave afrenta. El ofendido se enteró en seguida y, con la lógica de la responsabilidad compartida, decidió que yo debía compensarlo, a lo cual, tras consultar con el jefe y otros «asesores legales», me negué cortésmente. El marido se presentó entonces ante mi choza acompañado de sus hermanos. Cogería a Augustin la próxima vez que viniera a verme y, lo que era peor, le destrozarían la moto a garrotazos. Dadas las circunstancias, me pareció aconsejable advertir a Augustin que no apareciera por la aldea durante un tiempo. Sin embargo, en un gesto muy propio de él, se presentó al día siguiente e incluso estacionó la motocicleta delante de la choza del marido agraviado. Yo temía que hubiera violencia o que mi relación con los dowayos se viera perjudicada por el incidente.

El marido apareció con sus hermanos. Augustin sacó la cerveza que traía y todos bebimos en silencio. Seguidamente ofreció otra ronda y Zuuldibo, con su increíble capacidad para olfatear la bebida, hizo inmediatamente acto de presencia. Mi ayudante revoloteaba nervioso en segundo plano. Yo repartí tabaco. De pronto, el marido, que había estado reflexionando inmerso en el silencio tenso que suele asociarse con los borrachos de Glasgow, comenzó a canturrear desafinadamente. Los demás hombres se unieron a él con deleite. Al poco rato, el marido se marchó. El papel del antropólogo en estas ocasiones consiste en comportarse como un insistente zángano e ir por ahí pidiendo que le expliquen el chiste, de modo que empecé a preguntar por lo que acababa de presenciar. La letra de la canción era: «Oh, ¿quién copularía con una vagina amarga?», cantada en son de burla de las mujeres. Por lo visto, el marido, apaciguado por la cerveza, había llegado a la conclusión de que la solidaridad entre los hombres era más importante que la fidelidad de una simple esposa. No se volvió a hablar del asunto. Es más, Zuuldibo y Augustin pasaron a ser inmejorables amigos y desde entonces compartieron muchas farras."
 
¿Con cuál de los personajes mujer de Kirikú te identificas?

¿Qué piensas de los estudios que demuestran que tu raza es la que tiene menos CI del planeta?

¿Conoces la gloriosa historia de Zimbawbe? (a ritmo de 99 red ballons)

¿Eres virgen de culo?

¿Qué opinas de la ablación y tantas otras bonitas costumbres del África profunda?
 
Me parece increíble que youtube no lo haya eliminado.
Es bastante fidedigno desde un punto de vista histórico.

Me estoy aburriendo de hacer de inmigrante africano, se esta volviendo repetitivo.
Pues opina en el resto de hilos, te los lees y das tu parecer sobre las diferentes cosas que en ellos se habla. Si estás haciendo de inmigrante africano es porque sólo estás aquí hablando de ti y respondiendo a preguntas sobre ti. Vete al hilo de Ferris y opina sobre lo que dice, al de Thorndike o al de ser padres a los cincuenta. Vamos, como si te pusieran una lanza en el pecho para que hiceras el unga unga.
 
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