El socio de Diego
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España recibirá 140.000 millones del fondo de recuperación; 72.700 millones serán en subsidios
Yo fui más europeísta que español, vamos, sin duda. Siempre creí en Europa como el buque insignia de la civilización. Lamentablemente Europa sufre la mayor crisis identitaria de la historia, hace años se estaba creando el esperanto como idioma universal, ahora quieren hacer oficial el bable asturiano... Ya nadie quiere unir, solo distinguirse. Es una mala interpretación del individualismo, es rebañismo, querer pertenecer a grupos más pequeños y no más grandes harán que nunca viajemos a Júpiter, o que comprendamos qué sucede por debajo de la escala de Plank. Viva Europa.
El problema para Europa es que España es un lastre. Es como si te viene Amancio Ortega a casa a pedir 100.000 euros. "Coño, Amancio, pero si usted tiene el 4º PIB de la unión europea", contesta el hogareño holandés. "Ya, broder, pero llevo 10 años gastando más de lo que gano, jejejeje. Primero le pedía a los bancos, pero los intereses, sabes? Me cunde más pedirolos a vosotros, y claro, tampoco os los voy a devolver jejejeje". "Hombre Amancio, pues por lo menos retoque un poquito dónde está gastando el dinero", contesta el holandés. "Jajajajaja, que bah tío, que sino pierdo las próximas elecciones y a ver donde nos caemos muertos mi amigo el Chepas y yo".
Aunque yo contemplo Europa desde un punto de vista más místico, más espiritual que económico, Europa funcionó como unión económica. Como unión política nunca lo hará. Qué une a un alemán de Dresden con un gaditano o con un siciliano? (Platón)
Somos el hazmerreír de Europa porque este país es un puto cachondeo, con este Gobierno y con el de antes. Como lo fue Grecia en su momento. Portugal siguió el camino que le marcó la CE, el FMI y el BCE y ahora va como un tiro. Toca liberalizar el trabajo, bajar impuestos al trabajo y dejar de gastar el dinero en chorradas como centros de interpretación de la píllara de las dunas, certamen de teatro antipatriarcal de Os Cantóns y diversas millonadas varias. El que quiera eso que se lo pague con su bolsillo; con el de todos, sanidad, educación y pista. No da pa más, las cajas fuertes están vacías.
E investigación. España necesita un proyecto aeroespacial serio, sin ir más lejos soy un experto. En serio, investigación, pero no solo en trobadorismo gallego. Cosas que nos pongan en el centro del mapa y que creen valor y riqueza para la sociedad.
Está ahí el genoma de Cancer de Colón, y se va a estropear, ese ADN destilado es la primera brizna de inmortalidad. Buen tío Cancer, un caballero, no se le cae el monóculo ni caminando entre huracanes. Tampoco duda en ayudarle a llevar el bolso a las señoras. Es un galán. Y sigue golpeando yonkis por su estricto sentido de la justicia, el Batman barcelonés, en esa ciudad que es la viva imagen de Gotham City.
Retomando hilo: es el momento de que los euroescépticos den un paso al frente y digan, como los antivacunas, nosotros no queremos. Ni vuestra pasta ni la vacuna del Covid. Qué bien vino a Europa que los hijos de la Gran... Bretaña se hayan ido de la Unión.
Ribeira inició tras el puente un ritmo de contagios que la abocaron al cierre
La mayor incidencia de positivos se registra en la población de entre 40 y 50 años
www.lavozdegalicia.es
Ribeira - Barbanza - Coruña - Galicia- España - Europa
Orgulloso hincha celtiña, descendiente del rey galaico Breogán, cuyos marineros conquistaron la isla de Eire avistada desde la torre de Hércules antes que los vikingos escandinavos, gaélicos británicos y anglosajones de Götland para llevar las costumbres paganas celtas desde Galiza durante el siglo XI, según las legendarias crónicas del Lebor Gabála Érenn.̣ Ni Lá Fhéile Pádraig ni Lá Fhéile Míchíl pudieron desterrar en la cultura de Irlanda el Samhain hasta la diáspora del pueblo irlandés y la separación del conflictivo Ulster protestante frente al señorío galaico en Eire.
En ese orden, más o menos, como una matrioshka. Yo también era europeísta en tu sentido místico hasta el auge de los partidos políticos reaccionarios, el ultraconservadurismo y la xenofobia. La identidad cultural europea, si buscamos un origen todavía más originario en la cuna de la civilización occidental, se fraguó en el periodo minoico, unos 1800 años antes de nuestra era. Desde un punto de vista arqueológico, se quitan las ganas de mamar de las tetas de una princesa fenicia que tiene cuatro milenios, una puta momia descompuesta que te tira al suelo como la quites los vendajes por su pestilente y hediondo hedor a putrefacción, con los pellejos más colgantes que @Tools of the trade
La princesa fenicia estaba bien buena cuando la raptó Zeus en su forma del toro blanco antes del incendio del palacio subterráneo de Cnossos en Creta. Todavía potable cuando los romanos se convirtieron en imperio siguiendo el criterio de Augusto hasta hacer suyo todo el Mediterráneo y mantener Hispania como colonia tras arribar al puerto de Gades y tras la diáspora de los zíngaros desde la India hacia Europa -Alejandro Magno borrachillo violento alumno de Aristóteles llegó hasta el río Indo en Paquistán, entonces parte territorial del subcontinente Indio- fueron las semillas de aquel dicho vejatorio: "De una puta y un gitano, nació el primer gaditano."
Bien es sabido que los romanos añoraban la basileia de oriente próximo cuando las legiones romanas invadieron Palestina en el año 65 a.C. y destruyeron el segundo templo de Jerusalén en lo que serían los cimientos del judeocristianismo que trataría de reparar Bizancio a partir del año 476 cuando los romanos perdieron sus colonias en el occidente del Mediterráneo y consecuentemente el suministro de garum de la bética para dar salsa picante con pescado putrefacto a su gastronomía que llegaba por las calzadas donde todos los caminos conducían a Roma fue pisoteado por las invasiones germánicas desde Dresden lideradas por los antepasados de Atila el Huno que se descojonaba de las sandalias romanas al pisotear la hierba. La institucionalización del cristianismo echó a perder todo el desangramiento que trataba de contener Máximo Décimo Meridio, leal servidor de Marco Aurelio, meditabundo emperador filósofo del siglo II.
Ageográfica y total falsificación de la historia según la basileia heidegeriana en cambio es el imaginario encuentro a orillas del río Rhin en el valle de Basilea entre los pueblos protogermánicos y los griegos entre el final del periodo micénico y la cultura doria entre 1200 - 800 a.C., pues los pueblos de Götland no habían descendido al sureste de Europa hasta el primer siglo de nuestra era.
Extraordinaria lucidez por tanto al constatar que la identidad europea fue en sus orígenes más mística que política y económica, la cristiandad o Europa de Novalis fue garantizada en la batalla de Poitiers por los francos del general Martel antes del imperio Carolingio y la dinastía de los Capetos, porque de lo contrario los musulmanes habrían extendido el Islam para hacer su pinza desde Arabia hasta Europa mediterránea. La concepción europea como unión económica es algo propio de la modernidad tras el sacro imperio germánico y la disolución de los imperios coloniales, es incluso postmoderna propia de la ruina que produjo la Segunda Guerra Mundial, cuando los hijos de puta de los nazis quedaron quebrados entre el telón de acero entre la Alemania federal y la "democracia" soviética, otro totalitarismo de la guerra fría, los stalinistas tras 1945 querían su botín por haber frenado a los nazis del sexto ejército honorario y el ejército rojo comunista se llevó la mitad de Europa. Tras la caída del muro de Berlín y la unión soviética entre 1989-1992, los comunistas vieron los coches, electrodomésticos y comodidas de la Bauhaus y los talleres vieneses que tenían entre objetos kitsch las viviendas de Alemania federal y corrieron a brincar el muro después de malvivir muertos de hambre por el puto comunismo soviético y los gulag para disidentes.
Así Alemania pudo sobrepasar a Francia con un pretexto legítimo y no la metáfora de la salsa vichyssoise, volver a ser la primera potencia económica europea, buscar perdón y redención por el Holocausto en los campos de concentración y exterminio, dar ayudas económicas y sufragar el desarrollo de países de mierda destrozados por el fascismo y el nacionalcatolicismo para que industrializaran sus fábricas de automovilismo. Justificarse ante los ojos del mundo tras el endeudamiento del plan Marshall de reconstrucción. Reino Unido hizo bien en desconfiar de las intenciones de los alemanotes y no aceptó el puto euro sino que conservó la libra esterlina: el tiempo les ha dado la razón a los británicos hijos del gran opiómano y alcohólico orador Winston Churchill, que supieron resistir a los bombardeos de la Luftwaffe a sabiendas de que los nazis no habían visto mayor extensión de agua que un puto lago en su vida mierdosa, frente al poderío imperial de una nación navegante con su commonwealth offshore. Churchill sufrió el ninguneo del joputa de Roosevelt quien negó ayuda a Reino Unido incluso para salvar a las tropas británicas en Dunkerque y liberar a Francia de Vichy, la resistencia a los nazis de sus panzer de la blitzkrieg, armatostes de chatarra cuando no pueden ni cruzar el canal de la mancha, por muy supuesto antiguo aliado que fuera el pueblo británico, previo a la rebelión por los impuestos sobre las hojas de té que dieron lugar a la constitución del pueblo estadounidense.
Sobre @Cáncer de Colon coincido plenamente y corroboro que hace una década quiso invitarme no tanto a ser mi führer ni duce por el Barri Gòtic, sino que manejaba el crack varios abonos del Barça para ir al Camp Nou y me dijo que si me pasaba por Barna y no me perdía por aquella costumbre payesa de no querer indicar al extranjero en qué dirección se encuentra Barcelona, que me invitaría al fútbol muy amablemente para gritar el himno y animar mientras el resto de la gent blaugrana clamaba por la independencia de su nació.
Yo también tenía ganas de volver a veros.
Ha llegado a mis oídos por mil conductos, que decías a los enviados cerca de tu persona, que habías tenido intención de restablecer las ciudades griegas de Sicilia, y de aligerar el yugo de Siracusa, sustituyendo con el gobierno real el gobierno tiránico, pero que te había impedido yo realizar este proyecto, a pesar del vivo deseo de llevarlo a cabo que tenías; que hoy invito a Dión a que lo haga; y que de esta manera uno y otro nos valemos de tus propias ideas para arruinar tu poder. A ti te toca juzgar si semejantes dichos pueden serte de alguna utilidad; pero de todos modos, eres injusto para conmigo diciendo como dices lo contrario de la verdad. Filístides y otros muchos han esparcido calumnias contra mí entre los mercenarios y pueblo de Siracusa; viví contigo en la ciudadela, y esto sólo bastó a los que estaban de la parte de fuera, para atribuirme todas las faltas de tu administración, porque suponían y aseguraban que tú obrabas sólo guiado por mis consejos. Sabes muy bien que me mezclé muy raras veces en los negocios, y eso contra mi voluntad. Y aun sólo lo hice al principio, cuando tenia esperanza de ser útil, y limitándome a hacer los preámbulos de las leyes, exceptuando lo que tú y algún otro añadíais, porque he sabido que posteriormente sellan hecho interpolaciones que no dejarán de llamar la atención á los que están en disposición de reconocer mi manera de pensar y de escribir. No podía ser calumniado más amargamente que lo. que he sido entre los siracusanos y entre todos aquellos que son crédulos, y así siento en mí una imprescindible necesidad de justificarme contra la primera acusación, así como contra la última, que es la más grave y la más odiosa. Puesto que el ataque es doble, es preciso que divida mi defensa.
Quise también que la suma de dinero, que acostumbrabas a pasarle anualmente, continuara remitiéndose, y que lejos de que mi presencia en Siracusa influyera para rebajársela, debías creerte comprometido más bien a aumentarla. No pudiendo obtener nada, determiné retirarme. Pero me invitaste á permanecer un año más, asegurándome que Dión no perderla nada de su fortuna, porque le enviarías la mitad a Corinto, donde se hallaba, y dejarías la otra mitad a su hijo. Podría citar otras muchas promesas que me hiciste, y que no cumpliste fielmente, pero seria muy largo de contar. Has hecho vender todos los bienes de Dión sin su consentimiento, que habías prometido esperar, poniendo así, hombre admirable, el colmo á la perfidia de tus promesas, y valiéndote de una maniobra tan desleal como vergonzosa, tan injusta como inútil, probando a aterrarme como si ignorara todo lo que pasaba, para que así cesase de reclamar el envío de los bienes de Dión a su dueño. En fin, cuando después del destierro de Heráclídes, que me pareció injusto, como a todos los siracusanos, me uní a Teodoto y a Euribío para obtener tu perdón, aprovechando esta ocasión como un excelente pretexto, me echaste en cara mi falta de celo por tus intereses y el muy eficaz que tenia por Dión, por sus parientes y amigos, y añadiste que, á pesar de la acusación que pesaba sobre Teodoto y Heráclides, bastaba que fuesen amigos de Dión para que yo me esforzase por todos los medios en procurarles la impunidad. He aquí la parte que he tomado en tu gobierno.
Estábamos un día en tu huerto, hallándose presentes Arquidemo y Aristocrito, como veinte días poco más ó menos antes de mi salida de Siracusa, cuando me dijiste lo que repites hoy, que tenia más cuidado por los intereses de Heráclides y de sus amigos que por los tuyos. En seguida me preguntaste, en presencia de los que he nombrado, si me acordaba de haberte aconsejado en los primeros tiempos de mi llegada el restablecimiento de las ciudades griegas. Te respondí que me acordaba perfectamente, y que aún aprobaba el proyecto. Es preciso hablar claro, Dionisio; en el curso de nuestra conversación te pregunté si había sido ese solo el consejo que hablas recibido de mí, y si no te había dado otros. Al oir estas palabras, enfurecido tú y deseoso de injuriarme -esta escena tan viva no es sin duda más que un sueño hoy en tu memoria- dijiste riéndote a carcajada y burlándote de mí, si mal no recuerdo: «Sí, me mandabas hacer y deshacer como si fuera un escolar.» Te respondí que tenias muy buena memoria.
—Y tú continuaste: «sí, como a un verdadero escolar a quien se enseña la geometría; ¿no es así?»
—Contuve la respuesta que tenia en los labios, por temor de que una palabra imprudente me privase del permiso de partir, que esperaba obtener. Pero he aquí para qué traigo a cuenta todo esto: cesa de calumniarme, diciendo que yo me he opuesto al restablecimiento de las ciudades griegas arruinadas por los bárbaros y a que sustituyeras en Siracusa con la monarquía el gobierno tiránico. Es imposible que pudieras atribuirme una falsedad, que esté más en pugna con mis principios. Si hubiese un tribunal competente para juzgarnos, yo suministraría pruebas más claras aún y más convincentes de que yo he sido el que te he dado este consejo, y tú el que no ha querido seguirle; como que era muy sencillo demostrar hasta la evidencia las grandes ventajas que la ejecución de este proyecto debía producir para ti, para Siracusa y para toda la Sicilia. Si pretendes no haber tenido conmigo las conversaciones que realmente han mediado, tengo medios para confundirte. Si convienes en ellas, no tienes más que seguir el sabio ejemplo de Estesícoro en su palinodia, y sustituir con la verdad la mentira.
Preocupados universalmente los ánimos contigo, es un deber tuyo rivalizar con el antiguo Licurgo, con Ciro, con todos aquellos que se han distinguido por sus virtudes y las instituciones que han creado. Tanto más, cuanto que gran número de gentes, y aquí todo el mundo casi, presagian que, muerto Dionisio, va a ser Siracusa victima de tu ambición, de la de Heráclides, de Teodoto y délos grandes en general. ¡Ojalá ninguno de vosotros se deje arrastrar por esta pasión! Y si alguno se muestra poseído de ella, a ti te toca curarle, consultando el interés común. Quizá te reirás al oirme usar este lenguaje, porque no ignoras ninguna de estas cosas, pero en el teatro los niños excitan el ardor de los atletas; ¿y por qué no han de acogerse los consejos de los amigos, cuando se sabe que son inspirados por el celo y por el cariño? Combatid ahora con valor, y si os falta alguna cosa, escribidme.
Cuando fui la primera vez a Siracusa, Dion tenia como cuarenta años, la misma edad que tiene hoy su hijo Hiparinos, y desde aquel momento tuvo el pensamiento, que jamás ha abandonado, de hacer libres a los siracusanos y darles sabias leyes. No me sorprendería que alguna divinidad haya inspirado el mismo pensamiento político al espíritu del hijo. ¿Cómo Dión había llegado a formar este proyecto? Vale la pena de que lo sepan jóvenes y ancianos, y os lo voy a referir desde su principio, puesto que las presentes circunstancias hacen que sea muy oportuna esta historia. Siendo joven, incurrí en los mismos errores en que incurren la mayor parte de los jóvenes. Me lisonjeaba la idea de que el día que llegara a ser dueño de mis acciones, tomaría parte en la cosa pública. La situación en que en aquellos momentos se hallaba el Estado era la siguiente. Como había un gran número de descontentos, se hizo necesario un cambio, y a la cabeza de esta revolución se pusieron cincuenta y un magistrados, once en la ciudad, diez en el Píreo para la dirección de los negocios de la plaza pública y de la administración civil, y los treinta restantes se encargaron del poder soberano. Algunos de mis parientes y de mis amigos eran del número de estos últimos, y me difamaron muy pronto para que desempeñara funciones que creían que me convenían. Lo que me sucedió, nada tiene de extraño, si se tiene en cuenta mi juventud. Creía que estos hombres gobernarían el Estado, haciéndole pasar de las vías de la injusticia a las de la justicia, y en este concepto no perdía de vista ni sus personas, ni sus acciones. Pero he aquí con lo que me encontré apenas ocuparon el poder.
El gobierno anterior, comparado con el suyo, parecía una verdadera edad de oro. Entre otras fechorías mandaron a Sócrates, mi anciano amigo, a quien no temo proclamar el más justo de los hombres de este tiempo, que fuera con algunos otros a apoderarse por la fuerza de un ciudadano que habían condenado a muerte, queriendo de esta manera que Sócrates se hiciera su cómplice, quisiera o no quisiera. Pero Sócrates no obedeció, prefiriendo exponerse a todos los peligros antes que asociarse a sus crímenes. En vista de todos estos desórdenes y de otros hechos ígualmente odiosos, me alejé indignado, para no ser testigo de tantas desgracias. Poco tiempo después los treinta cayeron, y con ellos las nstituciones que habían establecido. Entonces, aunque con menos vivacidad, se despertó en mí de nuevo el deseo de mezclarme en los negocios y en la administración pública. Pero en esta época, como en todos los tiempos de revolución, pasaron cosas deplorables; y no hay que extrañar que en medio de tales desórdenes, el espíritu de partido conduzca algunas veces a violentas venganzas.
Sin embargo, es preciso confesar, que los emigrados restituidos á su país mostraron en su mayor parte mucha moderación. Pero he aquí, que no sé por qué nueva fatalidad algunos hombres se valieron de su crédito para llevar ante los tribunales a Sócrates, mi amigo, acusándole de los más negros crímenes, de aquellos de que era menos capaz. Le acusaron de impiedad, y los demás condenaron e hicieron morir a un hombre que se había negado á tomar parte en el arresto de uno de los amigos de los expatriados, cuando ellos mismos estaban en la emigración y en la desgracia! Yo consideré estos crímenes; consideré los hombres que gobernaban, las leyes y las costumbres que regían, y cuánto más avanzaba en edad, tanto más difícil me parecía dar a los negocios públicos una buena dirección. Tampoco hubiera podido emprender esta quimera sin amigos fieles y compañeros decididos; y no era fácil descubrirlos, si es que los había, porque no vivíamos ya según las instituciones y las costumbres de nuestros padres; y por otra parte no podrían formarse de nuevo, sino con grandísimas dificultades, toda vez que nuestras leyes y nuestras costumbres habían desaparecido. Y yo, admiraos de este cambio, yo, que al principio me dejé llevar del deseo de tomar parte en el gobierno de mi patria , al ver tantos desórdenes y viendo que todo corría arrastrado como en un torrente, concluí por ser presa de vértigo.
Sin embargo, no perdí de vista los sucesos políticos, esperando que circunstancias mejores me diesen ocasión de obrar; pero concluí por reconocer que todos los Estados de este tiempo están mal gobernados. Sus lejes son de tal manera viciosas, que sólo subsisten como por una feliz casualidad, lo cual no puede menos de causar admiración. Entonces me vi obligado á decirme á mí mismo, en elogio de la verdadera filosofía, que sólo ella podia distinguir lo justo respecto a los individuos y a los pueblos, y que los males de los hombres no tendrían fin mientras los verdaderos filósofos no estuvieran a la cabeza de los negocios públicos y de los Estados, o mientras los que se hallan en el poder en las ciudades no fuesen, por un favor de los dioses, verdaderamente filósofos. Tales son los pensamientos que me llevaron a Italia y Sicilia en mi primer viaje.
A mi llegada vi, aunque con disgusto, la vida que allí se pasa, y que llaman dichosa; sus perpetuos festines sicilianos y siracusanos, aquellas dos comidas diarias, aquellas noches nunca pasadas en la soledad y todos los placeres análogos. Educado desde la infancia en medio de costumbres tan corrompidas ¿hay un solo hombre bajo el cielo, por admirables que sean sus disposiciones naturales, que pueda hacerse sabio? ¿Hay uno que pueda formarse en la templanza y en las demás virtudes? ¿Hay un Estado que pueda encontrar paz y estabilidad en las leyes, cuando los ciudadanos se imaginan que es preciso prodigar locamente el oro y la plata, y cuando se cree que lo mejor que puede hacerse es saborear los placeres de la mesa y extremar los caprichos del amor? Necesariamente semejantes Estados deben pasar por todas las formas de gobierno, tiranía, oligarquía, democracia, sin reposo ni tregua, no pudiendo los que ejercen el poder soportar ni aun el nombre de un gobierno fundado en la justicia y la igualdad. Yo tenia todas estas ideas presentes en mi espíritu cuando fui a Siracusa.
¿Qué más podíamos esperar, ni cómo era posible que se pudiera presentar una ocasión mejor que la que se nos venia á las manos por un favor de los dioses? Me hacia una pintura de la grandeza de los Estados de Sicilia y de Italia, su propio crédito, la juventud de Dionisio, su pasión por la filosofía y por la verdad; me decia que sus sobrinos y parientes estaban dispuestos a adoptar mis principios y mis reglas de conducta; que ejercían bastante predominio sobre Dionisio para atraerle; y que ahora o nunca seria la ocasión de ver a unos mismos hombres profesar la filosofía y gobernar poderosos Estados.
Por otra parte me exponía á hacer traición á la hospitalidad y amistad de Dion que corría á la sazón grandes peligros. Si este experimentaba algún revés, sí era desterrado por Dionisio, y si venía á encontrarme y me decía: «¡Oh Platón! aquí me tienes cerca de ti fugitivo y desterrado; lo que me ha faltado para triunfar de mis enemigos no han sido soldados, ni caballos, sino esos discursos persuasivos en que, yo lo sé, tú. sobresales y que «sirven para dirigir á los jóvenes hacia la virtud y la justicia y para unirlos sólidamente entre sí por los lazos de »una mutua afección. Tú me has negado este auxilio, y me ha sido preciso abandonar a Siracusa y refugiarme aquí. No sólo eres culpable para conmigo, sino también para con la filosofía, que tú ensalzas hasta las nubes, y que tanto lamentas que sea tan poco honrada por los «demás hombres. ¿No has hecho traición, en cuanto de ti ha dependido, á la vez á su causa y á la mía? Si huhiéramos estado en Megara y hubiera apelado a ti, me habrías sin duda prestado auxilio, so pena de considerarte tú mismo como el más villano de los hombres; y «ahora crees que alegando lo largo del camino, las dificultades de la travesía, las fatigas, podrás librarte del cargo de haber obrado mal? No, no lo espero.» ¿Cómo se rechazan tales quejas? ¿qué se responde? Nada, sin duda. Obedecí a los más justos y dignos motivos que me decidieron á partir, renunciando al más estimable género de vida, para ir á vivir bajo un gobierno tiránico, que no parecía convenir ni á mis principios ni á mi persona. Pero partiendo, dejaba satisfecho á Júpiter Hospitalario y a la filosofía, en cuyas maldiciones hubiera incurrido, si yo me hubiera deshonrado cediendo cobardemente al temor.
A mi llegada, para decirlo todo en pocas palabras, no encontré más que turbaciones y agitaciones en derredor de Dionisio; y se calumniaba á Dion, diciendo que habia aspirado a la tiranía. Le defendí con todas mis fuerzas, pero no tenia gran crédito, y a los cuatro meses Dionisio le hizo embarcar en una pequeña nave y le desterró ignominiosamente. Después de esta violencia, todos los amigos de Dion temimos que el tirano ejerciese su venganza sobre nosotros, preteitando nuestra complicidad; y respecto á mí corrió en Siracusa la voz de que Dionisio me habia hecho morir como primer autor de la trama. Pero no; Dionisio sabia que nosotros estábamos muy en guardia; temió que el cuidado de nuestra salvación nos llevase á alguna empresa atrevida, y nos trató con benevolencia; á mí me exhortó, me animó y me suplicó que permaneciera cerca de él. Si yo huía, le injuriaba; y si permanecía , le honraba; y en esto se fundó la fingí la súplica que me hizo con las mayores instancias.
Ya sabemos que las súplicas de los tiranos equivalen a órdenes. Supo hacer mi huida imposible, haciéndome conducir á la ciudadela, donde me dio una habitación sin temor de que ningún patrón de nave pudiera sacarme de allí, no digo contra la voluntad de Dionisio, sino sin que precediera una orden formal suya. Más aún, no habia un mercader ni un oficial encargado de vigilar los embarques, que si me hubiera visto escapar, no se apresurara á echarme mano y volverme a la presencia de Dionisio, tanto más, cuanto que, efecto de una repentina reacción, habia corrido la noticia de que Platón gozaba del mayor favor cerca del tirano. ¿Qué tenia esto de cierto? Voy a decirlo. Dionisio se dejaba seducir más y más por el encanto de nuestras conversaciones y por ladignidad de mi conducta; quería que hiciese yo más caso de él que de Dion, dispensándole mayor grado de amistad; y para conseguir este objeto hacia extraordinarios esfuerzos. Sin embargo, despreció el medio más seguro, si uniéndose así más estrechamente a mi persona; pero temía, como se lo decían los villanos calumniadores que le rodeaban, dejarse comprometer y ver realizados los proyectos de Dion.
Yo me armé de paciencia, y proseguí la ejecución del plan que me había llevado a Siracusa, haciendo los mayores esfuerzos para inspirar a Dionisio el amor a la vida filosófica. Pero él lo resistió, hasta el punto de frustrarse todos mis deseos y todos mis intentos. Tal es la verdadera historia de mi primera ida a Sicilia y del tiempo que allí permanecí. En seguida partí, para volver bien pronto, solicitado vivamente por Dionisio. En cuanto a los motivos que me obligaron a emprender este segundo viaje y a mi conducta durante esta época, haré ver bien pronto cuan justa y conveniente fué; pero antes debo dároslos consejos que reclaman las circunstancias, para no sacrificar lo principal a lo accesorio. He aquí lo que tengo que decir. Si un hombre está enfermo y observa un régimen funesto para su salud, el médico, que sea consultado, debe comenzar por prescribirle un nuevo género de vida; si el enfermo obedece, debe continuar asistiéndole; pero si lo resiste, el deber de un verdadero médico, digno de su profesión, es retirarse, pues el que continúe será tenido con razón por un hombre sin pudor y por un ignorante. Lo mismo sucede en un Estado, tenga muchos o pocos dominadores; si marcha por el camino recto de un buen gobierno, el que se siente capaz de dar consejos tiene razón en darlos; pero si el gobernante se sale de este camino recto, si rehúsa seguir estos rastros, si prohíbe a sus consejeros mezclarse en los negocios y proponer mudanzas, amenazándoles con la muerte, si sólo da oidos á los que halagan sus deseos y sus pasiones, digo, que el que persistiese en dar consejos seria un hombre sin pudor; y que se retirase seria un hombre de bien.
Para referir muchas cosas en pocas palabras, Dion, abandonando el Peloponeso y a Atenas, dio a Dionisio la lección de la desgracia. Dos veces libró á su patria y la volvió el imperio de sí misma, pero los siracusanos se portaron entonces pon Dion, como se había portado Dionisio con él cuando quiso instruirle, hacerle digno del gobierno real y consagrarle su vida entera. Dion había ya sido acusado de aspirar a la tiranía y de encaminar todas sus acciones a este objeto. Se dijo, que exhortando a Dionisio al estudio, esperaba conseguir que miraría con desdén los negocios y gobernar él en su lugar hasta el momento en que pudiese arrojarle y apoderarse del mando. Estas calumnias, derramadas de nuevo por Síracusa, triunfaron entonces; victoria absurda, que cubre de infamia a los que la consiguieron. Es preciso deciros cómo tuvieron lugar estos sucesos, puesto que me consultáis hoy sobre vuestros negocios. Ateniense yo y amigo de Dion, fui para prestarle auxilio contra el tirano, poner fin a sus disensiones y reconciliarlos. Pero luché en vano; la calumnia lo arrolló todo. Dionisio quiso ganarme, valiéndose de honores y riquezas, para que me quedara cerca de él; testigo y amigo suyo, yo hubiera servido para justificar el destierro de Dion; pero todos sus esfuerzos fueron vanos. Posteriormente, cuando Dión volvió á Sicilia, llevó consigo dos atenienses que eran hermanos.
No fué la filosofía la que dio origen á esta nueva amistad, sino que fué más bien una de estas relaciones que crea la casualidad, que nacen de un obsequio recibido o de un encuentro en los teatros ó en los sacrificios. Estos dos hombres habian ganado la afección de Dión, como acabo de decir, y ayudándole a hacer los preparativos de la travesía, se asociaron a él. A su llegada á Sicilia se apercibieron de que Dión era sospechoso á los siracusanos, y eso que le debían su libertad, y que se le acusaba de aspirar á la tiranía; y entonces, no contentos con hacer traición a su amigo y huésped, le mataron en cierta manera con sus propias manos, presentándose con las armas en la mano para excitar y animar a los asesinos. Esta infame acción, este crimen impío no quiero callarlo ni referirlo. Bastantes han tomado y tomarán más adelante a su cargo la tarea de describirlo. Pero toda vez que se quiere que recaiga sobre los atenienses la responsabilidad de este asesinato abominable, yo debo defenderlos. También era un ateniense, lo digo muy alto, el que se negó a hacer traición contra Dión a pesar de los honores y riquezas que se le ofrecieron. Y esto fué porque la amistad que les unía, no era una amistad mercenaria, sino fundada en la mancomunidad de estudios liberales, que es la única que merece la confianza del sabio, porque campea muy por encima de los lazos del cariño y de la sangre. Los asesinos de Dion no pueden imprimir semejante baldón sobre Atenas, porque son demasiado viles y despreciables.
Debia de decir todas estas cosas para que lo tengan entendido los parientes y amigos de Dion. Repito por tercera vez este consejo, puesto que sois los terceros á consaltarme; que ni Sicilia ni ningún otro Estado, cualquiera que él sea, se someta jamás a los déspotas, y sí únicamente observar las leyes. La tiranía no es un bien ni para los que la ejercen, ni para los que la sufren, ni para sus hijos, ni para los hijos de sus hijos; es una empresa funesta; sólo almas bajas y viles pueden aspirar a tales ventajas; y es preciso para obrar así, desconocer en lo presente y en lo porvenir lo que es justo y bueno para con los dioses y para con los hombres. Estas doctrinas son las que procuré inspirar, primero a Dion, después a Dionisio, y lo que en este momento querría inspirar por tercera vez a vosotros. Dejaos convencer, en nombre de Júpiter, tres veces salvador, y volved en seguida vuestras miradas hacia Dionisio y Dion; el uno, que ha rechazado mis consejos, vive actualmente en el oprobio; el otro, que los ha seguido, ha muerto con honra; porque el que sólo desea para sí y para su patria lo mejor, nada puede sucederle que no sea justo y bueno. Ninguno entre nosotros es naturalmente inmortal, y el que lo fuese, no seria por eso más dichoso, contra lo que dice la opinión del vulgo. No hay bien ni mal para los seres inanimados, pero el alma experimenta en verdad el uno y el otro, ya cuando está unida al cuerpo, ya cuando está separada. Tengamos fe en estas antiguas y santas creencias, según las que el alma es inmortal y encuentra jueces y terribles castigos después que se desprende del cuerpo. Por lo mismo es preciso estar persuadido de que es un mal menor sufrir que cometer las mayores injusticias.
El hombre ávido de riquezas, pobre en cuanto a las cosas del alma, no escucha estos discursos, y si los escucha, es para burlarse de ellos; busca sin pudor y por todas partes, como una bestia feroz, todo lo que cree á propósito para satisfacer su pasión de beber, de comer y de disfrutar placeres groseros e indignos del nombre de amor, que persigue sin conseguir saciarse; tan ciego, que no ve que sus violencias son impiedades, que la desgracia es por todas partes y siempre compañera de la injusticia, y que una ley fatal condena al alma injusta a llevar hacia todas partes consigo esta impiedad, ya fije su morada en este mundo, ya en las cavernas subterráneas, sin que pueda escapar nunca ni a la vergüenza, ni a la miseria. He aquí las verdades que yo exponía a Dion, y que él creia; lo cual me da motivo para aborrecer lo mismo a sus asesinos que a Dionisio.
Han causado a mí, y puede decirse á la humanidad entera, un daño inmenso; los primeros, haciendo perecer a un hombre que quería practicar la justicia, y el último, negándose en absoluto á practicarla durante todo su reinado, siendo así que disponiendo de tan gran poder, le era fácil, reuniendo la filosofía y la autoridad, probar de una manera brillante á todos los griegos y á los bárbaros esta verdad: que ni los individuos ni los pueblos pueden ser dichosos, si para gobernaré gobernarse no tienen por guías la sabiduría y la justicia, ya les sean estas virtudes naturales, o ya las hayan recibido de jefes piadosos merced á asiduos cuidados y á una buena educación. He aquí el crimen de Dionisio; los demás no son nada cotejados con éste. Los homicidas de Dion no sabían que nos causaban el mismo daño que el tirano. Porque Dion, lo puedo asegurar en cuanto un hombre puede responder de los sentimientos de otro hombre, Dion, si hubiera conservado el poder, no habría mudado nada en la forma de gobierno que había establecido al principio en Siracusa, cuando, después de haberla librado de la servidumbre, la dio todas las condiciones brillantes de la libertad. Hubiera agotado todos los medios para dar á sus conciudadanos las mejores leyes, las más apropiadas a sus hábitos y a su carácter; hubiera hecho un esfuerzo para poblar de nuevo a Sicilia, librarla del yugo de los bárbaros, expulsando a los unos, sometiendo a los otros con más facilidad que lo había hecho Hieron.
Si estos proyectos hubieran podido ser ejecutados por un hombre justo, valiente, moderado, filósofo, la virtud habría obtenido de los siracusanos la misma consideración que Dionisio hubiera podido obtener de la humanidad entera, dejándose guiar por nuestros consejos. Pero un dios enemigo ó un hombre perverso lo han impedido todo por su injusticia, por su impiedad, por su audacia y por su ignorancia. La ignorancia, raíz y tronco de todos los males, produce los frutos más amargos; ella es la que por segunda vez ha trastornado y arruinado nuestras reformas. Pero ahora valgámonos sólo de buenas palabras, para que los augurios nos sean favorables esta tercera vez. Yo os aconsejo también á vosotros, sus amigos, que imitéis á Dion, que imitéis su constante amor a la patria, su severidad de costumbres, su templanza habitual; ejecutad sus deseos, como si hubieran sido dictados por el oráculo. ¿Qué deseos eran estos? ya os les he expuesto claramente. Si alguno entre vosotros es incapaz de vivir á la manera dórica de los antepasados; si alguno está apegado a las costumbres de los asesinos de Dion y de la Sicilia, guardaos de llamarle a tomar parte en el gobierno; no esperéis que haga nada bueno; no contéis con su fidelidad. Los demás llamad gente de Sicilia y del Peloponeso para poblar la Sicilia, estableciendo leyes iguales para todos.
No temáis nada de Atenas; allí también hay hombres que sobresalen por su virtud y que detestan a los criminales que asesinaron a su favorecedor. Pero si es demasiado tarde, si sois presa de las sediciones sin cesar renacientes, de las discordias de todos los días, todo hombre, a quien una divinidad favorable ha concedido una chispa de buen sentido, debe comprender que una ciudad fraccionada de esta manera no verá el fin de sus desgracias hasta el día en que el partido, que triunfe mediante la lucha, el destierro y el asesinato, renuncie a tomar venganza de sus amigos, y así se hará dueño de sus pasiones y se mandará así mismo, establecerá leyes comunes que no sean más favorables a los vencedores que a los vencidos, asegurará la obediencia de todos alas leyes por dos recursos muy poderosos: el respeto y el temor; por el temor, dando a conocer su superioridad y la fuerza de que está armado; y por el respeto, haciendo ver que sabe dominar sus deseos y que tiene la voluntad y el poder de ejecutar las leyes.
De lo contrario, un Estado dividido no ve término a sus males, y en condiciones semejantes sólo habrá sediciones, enemistades, odios y traiciones. Es preciso que el partido vencedor, si quiere sostenerse, escoja en su propio seno los que le parezcan mejores, que sean de edad provecta, y que tengan domicilio, mujer e hijos, una larga serie de ilustres antepasados y una fortuna conveniente. En una ciudad de diez mil habitantes basta con que cincuenta ciudadanos reúnan estas cualidades. Es preciso hacerles venir a fuerza de súplicas y de honores, y precisarles hasta conjuramento a dictar leyes que establezcan una igualdad perfecta entre los ciudadanos sin favorecer más a los vencedores que a los vencidos. Establecidas estas leyes, ved de lo que depende todo. Si los vencedores se someten con más gusto al yugo de las leyes que los vencidos, el bienestar y la felicidad reinarán por todas partes y desaparecerán todos los males; de no ser así, no hay que llamarme a mí ni a nadie, para tomar parte en un gobierno que cierra los oidos a estos consejos. Este proyecto difiere poco del que Dion y yo, movidos por nuestro celo, intentamos establecer en Siracusa, y que no era sino el segundo. El primero consistía en obtener del mismo Dionisio que llamara á todos los ciudadanos a gozar de la felicidad y de la libertad. Pero la suerte, más poderosa que los hombres, se opuso a ello. Ahora procurad llevar las reformas a mejor término, con el permiso de la fortuna y con el auxilio de los dioses.
Hecha la paz, Dionisio me llamó, pero suplicándome, que Dion dilatara su vuelta por un año más; y con respecto á mí me instaba cuanto podía para que volviera a su lado. Dion me conjuraba y me mandaba que apresurara mi viaje. Corrían voces procedentes de Sicilia, de que Dionisio estaba ciegamente enamorado de la filosofía, y por esta razón Dion me suplicaba que no titubeara en embarcarme. No ignoraba yo que los jóvenes algunas veces se sienten así atraídos por el amor á la filosofía; sin embargo, creí más seguro no acceder ni a las instancias de Dion ni a las de Dionisio, y descontenté á ambos cuando les respondí que era muy viejo, y que por otra parte se faltaba a lo convenido. Mientras esto pasaba, Arquitas fue a Siracusa cerca del séquito de Dionisio, porque antes de mi partida había facilitado yo a Arquitas y a otros filósofos tarentinos la amistad y hospitalidad de Dionisio. También estaban en Siracusa algunos que habían asistido alas conversaciones de Dion, y otros más o menos versados en materias filosóficas. Creo, que todas estas personas tuvieron con Dionisio discusiones filosóficas, como si Dionisio hubiera poseído todos los secretos de mi doctrina.
¿Cómo podréis adquirir esta sabiduría? Voy a hacer los esfuerzos posibles para explicároslo. Me prometo dar consejos que no aprovecharán solamente a vosotros, aunque os interesen más particularmente, sino también a todos los siracusanos y á vuestros adversarios y vuestros enemigos, sin más excepción que los que hayan incurrido en el crimen de impiedad; porque este es un mal que no tiene remedio y para el cual no hay expiación suficiente. Prestadme vuestra atención. Desde que ha desaparecido la tiranía en Sicilia, todas son luchas y disensiones, queriendo unos restablecer en su provecho la antigua autoridad, y queriendo otros acabar para siempre con la tiranía. No hay un consejo más aceptable para la multitud que el siguiente: causar el mayor mal posible a los enemigos y el mayor bien posible a los amigos. Pero si alguna cosa hay imposible, es hacer mucho mal á otros sin experimentarlo el mismo que lo hace. No es preciso ir muy lejos para probar la verdad de esta proposición. Basta considerar lo que pasa aquí: los unos intentando empresas y los otros haciendo esfuerzos para vengarse de aquellas. Vuestra historia es una enseñanza para los demás pueblos. Todo el mundo está en este punto de acuerdo. El bien común de los amigos y de los enemigos o el menor mal de los unos y de los otros, he aquí lo que es difícil descubrir, y cuando se ha descubierto realizar.
He aquí lo que aconsejo a todos los siracusanos, y suplico á los amigos de Dion, que les trasmitan mis consejos que merecian la aprobación de éste. Voy a repetiros lo que me ha dicho para vosotros, cuando todavía respiraba y tenía fuerza para hablar. ¿Cuáles son estos consejos de Dion sobre la situación actual de los negocios? Los siguientes: Siracusanos, escoged desde luego leyes que no os conduzcan a desear riquezas y placeres; y puesto que hay tres cosas que considerar en el mundo, el alma, el cuerpo y el dinero, honrad ante todo el alma, después el cuerpo, cuya salud da fuerza al alma, y dad el tercer lugar al dinero, que sólo debe estar al servicio del alma y del «cuerpo. Una ley, que procediera en vista de esto, seria necesariamente una buena ley y haría dichosos a los que ella rigiera; pero llamar dichosos a los que son ricos es emplear un lenguaje insensato y miserable, que sólo cuadra en boca de mujeres y niños y en los que son semejantes a estos. Si intentáis poner en práctica los consejos que os doy sobre las leyes, la experiencia justificará la verdad de mis palabras; la experiencia, que es en todas las cosas la piedra de toque. Cuando hayáis dado estas leyes, como la Sicilia está en una situación crítica, y ninguno de los dos partidos que la dividen parece tener ventaja sobre el otro, será quizá conveniente y justo tomar un término medio entre vosotros, es decir, entre los que teméis el azote de la servidumbre y los que desean con ardor la tiranía.
Los antepasados de estos últimos libraron a los griegos de ser presa de los bárbaros, lo cual es ya un inmenso beneficio, y si estáis deliberando sobre la elección de un gobierno, a ellos es a quienes se lo debéis, porque si no hubieran salido victoriosos contra los bárbaros, no tendríamos nada que discutir ni que esperar. Por lo tanto, que los unos gocen de libertad bajo un régimen monárquico, y que los otros tengan en sus manos el poder real responsable, en el que las leyes puedan reprimir igualmente á los simples ciudadanos que á los mismos reyes si llegaran a infringirlas. Después de esto, animados de un espíritu sincero y sabio y contando con el auxilio de los dioses, proceded a la elección de los tres reyes. Escoged por lo pronto a mi hijo, que tiene un doble título a vuestro reconocimiento por mí y por mi padre, porque el uno ha librado al Estado de los bárbaros, y yo lo he salvado dos veces de la tiranía, y si no que lo digan vuestros propios recuerdos.
Escoged para segundo rey a aquel que lleva el mismo nombre que mi padre, el hijo de Dionisio, en recompensa de sus beneficios y de su justicia. Nacido de un tirano, ha dado voluntariamente la libertad a su patria y ha alcanzado para sí y los suyos una gloria inmortal en vez de un poder efímero é injusto. En fin, debéis llamar como tercer rey de Siracusa, previo su consentimiento y el del pueblo, al jefe actual del ejército enemigo, Dionisio, hijo de Dionisio, si consiente en aceptar el reinado por temor a los reveses de la fortuna, por compasión hacia su patria, por el abandono de los altares, por las tumbas de sus padres, y para que nuestras discordias no llenen de alegría a los bárbaros, causando la ruina de nuestro país.
Pero ya concedáis á estos tres reyes una autoridad igual que la de los reyes de Lacedemonia, o ya la cercenéis, es preciso elegirles de común acuerdo, como os he dicho, y como creo deber repetíroslo aún. Si las familias de Dionisio y de Hiporino, para salvar la Sicilia y poner término á las desgracias que la despedazan, aceptan la dignidad real para el presente y para el porvenir, es preciso fijar las condiciones de que ya hemos hablado, y para terminar la paz, nombrarlos diputados que quieran, sea entre los extranjeros, sea entre los habitantes o entre unos y otros, tantos como estimen conveniente. Una vez reunidos estos diputados, comenzarán por redactar las leyes y establecer un gobierno, en el que será conveniente que los reyes dirijan las cosas sagradas y todas aquellas cuya dirección debe encomendar el Estado a sus antiguos bienhechores. Escogerán treinta y cinco guardadores de las leyes, que tendrán el derecho de hacer la paz y declarar la guerra en unión del pueblo y del Senado. Las diferentes clases de delitos serán justiciables ante diferentes tribunales; pero las penas de muerte y de destierro no podrán imponerse sino por los treinta y cinco, a los que se unirán otros jueces escogidos entre los magistrados que últimamente has cesado en sus funciones, tomando de cada clase el más estimado y el más justo; y todos estos serán los que pronunciarán durante un año las condenaciones a muerte, a destierro y a prisión.
El rey no tomará parte en estos juicios, porque no debe profanar la dignidad sacerdotal de que está revestido, concurriendo a las sentencias de muerte, de prisión y de destierro. He aquí las instituciones que he deseado para mi país durante mi vida, y que ahora mismo deseo. Y si las furias hospitalarias el asesinato de Dion a manos de dos delincuentes que eran sus huéspedes- no me hubiesen impedido triunfar de mis enemigos, habría puesto en ejecución mi pensamiento, y después, por poco que la fortuna hubiese secundado mis votos, hubiera poblado el resto de la Sicilia de colonias griegas, arrojando los bárbaros de las tierras que ocupan en la actualidad, excepto aquellos que han combatido contra los tiranos en defensa de la libertad, común, y hubiera traído a los griegos, que habitaban en otro tiempo cierto territorio, a los parajes mismos donde habían vivido sus padres.
El logro de esta empresa no es imposible, porque lo que quieren a la vez dos almas y lo que se presenta a primer golpe a hombres consagrados a la indagación del bien, seria preciso haber perdido la razón para suponerlo imposible. Estas dos almas son las de Hiporino, hijo de Dionisio, y la de mi propio hijo. Una vez puestos los dos de acuerdo, no veo cómo los siracusanos, que amen verdaderamente a su país, puedan dividirse. Llevad vuestras ofrendas y vuestras súplicas a los altares de todos los dioses y de todos aquellos que son dignos de participar con ellos de vuestros homenajes; dirigios después a vuestros conciudadanos de todos los partidos sin ninguna diferencia y con igual dulzura; y por último, no os detengáis hasta no haber ejecutado y cumplido enteramente con valor y perseverancia los consejos que acabo de daros, y semejantes a los sueños divinos inspirados durante la vigilia, se vean trasformados por vosotros en hechos patentes y completamente realizados por medio de saludables y dichosas instituciones.
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