Bueno hombre, tampoco os quiero dejar mal sabor de boca, y aunque esta también es una historia recontada os puede servir de valioso consejo por si un día os encarcelan, que nunca se sabe.
En las cárceles algunos presos crían gatitos desde muy pequeños, y después de cortarles las uñas, con ayuda de unos finos alicates les van arrancando uno a uno los dientes. Sin uñas y sin dientes el animal se siente absolutamente indefenso y en dependencia total de su dueño, de quien recibe incluso la comida ya masticada directamente de la boca. La relación que se establece así entre hombre y gato es de absoluta promiscuidad, y ambos se acostumbran a intercambiar sus salivas. En la celda pasan muchas horas juntos, y a veces el prisionero obsequia a su gato lamedor e indefenso con un poco de leche condensada con la que va untando su miembro viril, y que el gato lame con gran ansiedad y fruición, con su lengua húmeda y algo rasposa...